Seguidores

martes, 1 de diciembre de 2015

HAY PENAS.



Hay penas que más que doler son la representación teatral de un pequeño disgusto, la pintura de un cuadro que pretende ser triste cuando en realidad no es más que la continuidad de un guión que parece preestablecer nuestras vidas. No sé!!, así como cuando pierde nuestro equipo o cuando no nos sale bien un proyecto que sabemos que podremos reemprender más tarde. 

Sin embargo, hay otras penas, las de verdad, que se enganchan en el alma que aprietan la sístole y la diástole, que hacen que perdamos el rumbo el norte y el timón.  Que viajan por las venas y las arterias entristeciendo todos y cada uno de los poros de tu piel. Penas que hacen que lluevan lagrimas en tu estomago por no rodar por tus mejillas.

Penas negras y oscuras como el hueco que se queda entre los dientes cuando la vida de un puñetazo te arranca un par de muelas. Penas rojo intenso como la sangre desperdiciada de tantos. Penas que son como esas despedidas de los seres queridos que sabes que no volverás a ver. Penas que te dejan una  fatiga en la espalda, esa fatiga que estará siempre enredada en tus vértebras, las que ponen canas, arrugas y vida a los años.

 Penas que oscurecen las mañanas y amargan las puestas de sol vespertinas del mediterráneo, que se instalan en ti como astillas clavadas fuertemente entre las uñas, y que aún arrancándolas dejan una indeleble cicatriz allá donde se han posado.


Hay penas que, en definitiva, te hacen más fuerte. Qué otro remedio queda?

viernes, 30 de octubre de 2015

AGÁRRATE FUERTE



Agárrate fuerte al trocito de lona que queda de esta maltrecha barca que nos ha traído desde las playas de al Qamsiyah hasta este centro sin final de mar. No te preocupes, cariño, saldremos de esta.  Sí!!, el agua está fría, y pronto se hará de noche. Pero hoy hay luna llena y dará claridad y luz a las olas. Yo muevo los pies hacia ese puntito de luz que se ve en el horizonte. Sonríe cariño y mira como el brillo de mis ojos hilvana el recuerdo, no te duermas y recuerda las tardes de primavera bajo los  hibiscus los sahabis y los olivos, cuando tu madre y tu tia traían hummus, baba Ghanoush dolmas y queso manakish, mientras el sol se enseñoreaba en tu sonrisa.

No llores, hijo, y agárrate fuerte a lo que queda de plástico y madera. No llores porque bastante tristeza y sal tiene ya este mar. Por fuerte que sea este mediterráneo, altas sus olas y terribles Caribdis y Escila no me faltará coraje para superar todos los estrechos de Escila que sean necesarios, pero podría ahogarme en tus lagrimitas. No llores más mi corazón, atrás hemos dejado la metralla que explota en el centro de los sueños reventando piernas y esperanzas. Pero no los nuestros. Nuestro futuro aún está vivo, allí justo en esa lucecita que hay al final de este mar.

Agárrate fuerte, mi vida, agárrate a lo poco que queda de balsa y roza con tus deditos mis manos, porque así me das la fuerza para seguir remando, para seguir moviendo mis piernas y luchar contra los Lestrigones y el frío. Toma, ponte mi chaqueta, a mi no me hace falta y aunque mojada, algo te tapará. Agárrate, cielo, agárrate fuerte a la ilusión que aún brilla en tus pupilas. A la esperanza que Pandora dejo en su ánfora. Al deseo de que las cosas salgan bien.  A la certeza de que acabará esta noche y mañana brillará el sol.

He oído que tras este mar existen personas que no nos quieren que han levantado muros de hierro y desconsuelo, barreras de piedra y desazón, vallas con concertinas y pesadumbre, que han enviado ejércitos de armas y hombres oscuros para que no lleguemos al futuro. Pero también he oído que hay brazos abiertos y personas sin corbata que quieren ofrecernos su vino y su pan, sus mantas y sonrisas. Agárrate cariño y no mires al fondo. Los que se han hundido vigilan nuestro camino.

Agárrate hijo, agárrate fuerte a este trocito de lona, tan fuerte como te cogías a mi mano cuando, hace tan tan poco, aprendías a andar.  Yo, ya ves, hace mucho tiempo que no rezo a nuestro Dios ni al de ellos, pero esta noche de luna llena suplico a la parca dama que si quiere llevarse a alguien más antes del amanecer me escoja a mí. Te deje continuar hacia alguna orilla de playas blancas y fuerte sol de agosto y allí con los años te conviertas en un hombre feliz que pueda contar esta triste historia.


Agárrate fuerte, hijo mío, agárrate fuerte a mi pecho, porque mientras en el tuyo lata tu corazón en el mío habrán fuerzas para sacarte de este mar, para alejarte de esa guerra.

miércoles, 21 de octubre de 2015

DÉJAME.


Déjame que desenrede la madeja de dudas que se agazapan y habitan en tu pelo,  mientras, dame aire con la ternura del abanico de tus pestañas. Saborear de tus labios el vientecillo de libertad que mece las hojas de las jacarandas en este recién nacido otoño.

Déjame que escriba con hielo, en tu espalda desnuda, una poesía de esas que no borra el tiempo y que quedan acurrucadas por siempre entre las manos de tu alma.

Déjame pasar los inviernos bajo tu piel y buscar contigo un Shangri-la perdido en el que no se encuentre ni James Hilton ni las tediosas horas del inapetente devenir diario. Sin relojes ni calendarios  ni rutinas. Un lugar en el que poder compartir sonrisas, abrazos y vinos. Un lugar en el que volver a mostrarte mis heridas y soplar en las tuyas.

Déjame hacerte un abrigo con hojas de romero y arrullarte con la lumbre de mi pecho en las primeras noches de noviembre. Déjame,  eso si, las puertas abiertas por si quiero que me dé el aire. Deja miguitas de pan  por si me pierdo poder encontrar el camino de regreso al cielo del paladar de tu boca. Déjame imaginar tu cuerpo desnudo, el color de tu ropa interior, que me pierdo entre tus piernas y en el hueco de tu ombligo, d´jame que lo imagine y después… sácame de dudas.

Déjame que me refugie las lluviosas noches de enero en esa trinchera que hace el hueco de tus manos que me emborrache con tu aroma y el licor de tu boca para soportar mejor el relente de esas noches.

Déjame ser la crisálida en la que crezcan las alas de tus anhelos el olor a camagrocs en las últimas tardes de octubre. Tu abrigo cuando la escarcha helada deje las calles de nuestra ciudad llenas de humedad y frio.


sábado, 10 de octubre de 2015

¿JUGAMOS?


A media mañana de un martes cualquiera de un otoño cualquiera a mi alrededor sólo habían folios, expedientes y pantalla de ordenador, casi el olvido de la última sensación divertida. Nada extraño, el lánguido paso de las horas con el tedio del curro nuestro de cada día.

Me distrajo de lo que escribía en la pantalla el sonido de un mensaje al móvil, un whatsapp, lo llamamos ahora, era un número desconocido que decía. -“hola guapo, buenos días, Jugamos?”-. No hice caso, y a los dos minutos, el mismo mensaje. Y a los cuatro segundos, y por tercera vez, el mismo. Contesté, alguien se equivocaba. –“Disculpa, te equivocas, no sé quién eres, tal vez alguien espere tu mensaje, y tu juego-“puse un emoticono de esos simpáticos para no parecer grosero. –“no, no me equivoco, si me conoces y muy muy muy bien” – Vaya, pensé, sea quien sea si quiere jugar, a ver como acaba esto, y contesté el mensaje. – “ok, quien eres, dame una pista”- -“claro, vamos a jugar, te envió una foto de algo de mi y debes de adivinar quien soy”- Lo cierto es que el juego se ponía interesante.

Pensé en ti, en mi, en la monotonía que últimamente ceñían hasta estrujar las horas. Decidí jugar. Al poco rato recibí una imagen. Vaya, hacia mucho mucho tiempo que no recibía una sorpresa de ese tipo, sonreí al tiempo que una brisa de excitación bajaba por mi pecho.
-“jajajajajajajaja, que sorpresa cariño, tu culito sigue siendo el más bonito del mundo y nada le sienta mejor que ese culotte negro. No sabía que habías cambiado de teléfono en esta última media hora” Intenté volver a la monotonía. –“déjate de cambios de teléfono. El juego empieza justo ahora, hoy no estoy en la oficina, y tú deberías de marchar de la tuya ahora. Si te atreves claro” jajajaja, pensé que obviamente me conoces de sobra y sabes que si acabas la frase escrita con un “si te atreves” tan sólo cabía la posibilidad de que lo hiciera.

Cerré ordenador y de un portazo un libro gordo y la apatía que últimamente acompañaba a los días y las semanas. – “claro que jugamos guapa, dime que tengo que hacer, pero lamento ser aguafiestas, sabes que hay una hora para recoger en el colegio, “ – “ me he ocupado de todo ,controlado, tranquilo y ven a esta dirección” Era la dirección de un hotel y una foto tuya desnuda frente al espejo con una cajita en la mano y una copa de cava en el suelo.

En ese instante, los tambores de los dioses replicaron a excitación a modo de bumbumbum en mi corazón y entrepierna. Con la moto y las ganas me plante en el lugar convenido rápidamente. Abriste la puerta; desnuda, descalza, con el pelo mojado y con todas las ninfas de la fogosidad bailando en tus oscuros ojos ligeramente pintados. Tus labios carnosos y de un rojo intenso me besaron, y me arrastraron dentro de la habitación, ofreciéndome una copa del cava helado que tanto te gusta. De manera mágica me quitaste corbata, camisa, zapatos. Todo. Toda mi sangre corrió al ritmo de batucada al sur de mi ombligo.

Espere a que bajaras a besar ahí, justo en ese lugar. Pero dejaste de estar en cuclillas sonreíste como una diablesa buena. Pusiste la cajita que antes vi en la foto en mis manos. –Ahora empieza el juego- dijiste. – no debes de adivinar lo que hay dentro, ya te lo digo, es un tanguita preciso si adivinas el color, tienes tres oportunidades, esto que tienes aquí tendrá una gran alegría- dijiste acariciando con tus uñas mi virilidad, que a esa alturas estaba a punto de quebrarse. – Si no lo adivinas, será, aquí donde se disfruten de una y mil petittes morts- dijiste poniendo mi mano en tu sexo con muy poco y cortito pelo.

Evidentemente no podía negarme al juego. –¿rojo?- -no- , -¿blanco?-, -No, y te queda sólo una oportunidad-, dijiste bebiendo cava y sonriendo maliciosa. –mmmmmmm, jajaja, no será de esos horribles de color carne?- dije riendo y esperando que el chiste no contase como respuesta, -No, perdiste la oportunidad de que aquí explote la vida- dijiste lamiendo desde el principio de mi hombría hasta justo el final y dejando tu saliva, el frescor de cava y el rojo del carmín por el camino, y de paso alejando por completo mi voluntad.

Abrí la caja, preciso y de un extraño color, visón me dijiste que era, yo te conteste que el color visón no existe mientras reía y cogía la botella de cava. En ese instante te tumbaste en la cama y yo deje caer el fresco liquido por tu vientre para beber de tu ombligo. Bese tu boca, lamí tus pechos. Baje un poco más, bebí el cava del preciso hueco que forma tu ombligo tan cerca de ese lugar. Baje más y nade entre tus piernas saboreando toda tu feminidad. Esperé a que las primeras convulsiones se enseñorearan al final de tus muslos. Que guapa estás cuando eso pasa. Inmediatamente pensando que en ese momento de debilidad podría entrar en ti y llegar a esos mismos espasmos te acaricie intentando penetrar. Con un ligero quiebro te apartaste, pusiste tus pechos en mi boca y mientras mi lengua danzaba con tus pezones. Me susurraste al oído – Shhhhh, recuerda el juego, has perdido, hoy me toca a mi y sólo a mi-


miércoles, 26 de agosto de 2015

SI TÚ PUEDES YO PUEDO.



Si tú puedes contar los pétalos de las margaritas yo puedo intentar que te digan siempre que si. Si puedes estirar tus manos a la hoguera yo procuraré que sus llamas te calienten sin quemarte. Si tú puedes cerrar los ojos cuando venga el viento del norte yo puedo procurar que este te impulse y no te haga caer. Vamos, entorna los ojos y deja que mientras ese viento te ayuda el sol alumbre tu rubio pelo.

Si tú puedes, yo puedo. Y si alguna vez no puedo déjame contar con el reflejo del increíble cristal azul de tus ojos, préstame un poco de tu fuerza, esa que te hace único. Cuando tú no puedas te prometo que aquí están mis manos, mi espalda y lo poco que sé de la vida.

Si tú puedes sacar del jardín de tu garganta la voz y la palabra que anida en tu pecho (tranquilo, chico de los ojos de fábula, te aseguro que no te la robará ninguna bruja mala) yo, que coño, puedo intentar no decir tantas palabrotas.

Si tú puedes reencontrar una y otra vez en tu corazón el coraje que nunca te ha faltado y en tus piernas las fuerzas para subir  las montañas más escarpadas yo puedo encontrar tras mi viejo esternón y en mis brazos el modo de  subirlas por si es necesario echarte una mano o dejar que subas apoyándote o cogiéndote en mis pies. Si tú puedes leer este texto, yo puedo encontrar libros de poesía que llenen de sueños tu sístole y de melodías tu diástole. Si tú puedes tener respuestas yo puedo tener siempre otra pregunta.

Si tú puedes llenar de años los finales de agosto yo puedo poner sabiduría en los principios de los otoños que vendrán. Si tú puedes menear tus alas sin tropiezos y mostramos la  luz de tus movimientos yo puedo intentar moverme sin enredarme en las mías. Si tú puedes dejarme un poco de tu fuerza yo puedo prestarte un mucho de mi esperanza.


En definitiva pequeño gran amigo; Si tú puedes yo puedo.

miércoles, 5 de agosto de 2015

HIC ET NUNC.


Aquí y ahora, con esta coordinación de dos adverbios, nuestros bisabuelos latinos que no tenían Mobil, gps ni buzón de voz en el que dejar tus deseos, pero si las mismas pasiones, las mismas ideas, los mismos anhelos, hablaban de la necesidad de olvidarnos de lo superfluo y poner nuestras fuerzas en lo importante. De vivir el momento, de respirar y disfrutar lo que está pasando. Lo que está pasando en este minuto, porque lo cierto amigos es que todo está pasando en este instante.

Ahora. Aquí y ahora sigue el tiempo. Tal vez en algún lugar alguien prometa una poesía que no va a escribir (sí, ya sé te debo una. Pronto la escribiré). Quizás, tras este mar que baña nuestras sonrisas, alguien fracase en su vida y alguien triunfe en su deseo de trepar a las trenzas de su amada. Allí y ahora es posible que alguien esté malgastando sus besos, y también habrá quien los guarde en una cajita de madera esperando mejor momento para darlos, momento que tal vez no llegue jamás. Ves a saber, incluso puede ser que alguien este dejando sus besos en tu vientre.

Aquí y ahora una luz empieza a nacer en tus sueños y mis labios sueñan con descansar en los tuyos.  Hilos de certezas se van convirtiendo en madejas de colores.

Ahora, muy al este de aquí se está poniendo el sol y la luna empieza a iluminar los ojos de una chica de sonrisa triste. Ahora, lejos de mi mediterráneo, o tal vez justo aquí, justo aquí y ahora, alguien encuentre a su príncipe azul. Ahora. Aquí y ahora esta pasando todo. Justo en este instante todo pasa bajo nuestros pies, ante nuestras manos, entre nuestros dedos. Ahora. Aquí y ahora muchos corazones palpitan al ritmo del tuyo y muchos desean despertarse con sus amados.


Aquí y ahora, en este segundo en el que el verano trae calor a nuestro pecho, sudor a los arañazos de tu espalda, momentos de juego y ganas de compartir alegrías está pasando todo. Y, amigos, justo ahora. Justo aquí y ahora todo pasa. Y, sobretodo.  Aquí y Ahora todo empieza.

sábado, 18 de julio de 2015

TU OTRO REGALO.

Aquí, como siempre, está el verano.  El verano 40.  Con su calor y deseos,  con el sol brillando en el cielo. Refulgiendo en tus ojos.  Atardeciendo allá, en el oeste cual estrella vespertina y naranja en el azul cielo de nuestro mediterráneo y sus olas.

Aquí está, otra vez, otro año. Esta vez 40. Y cuarenta, ya sabes siempre lo digo, no es nada sólo un momento en el tiempo, sólo un momento sin más. Y déjame, amiga, que coja una pluma con tinta azul de búho enamorado de alondra y permíteme que te diga cosas que ya sabes; como  que hay corazones que descansan al sol. Ángeles con sonrisas de diablo, y demonios que jamás hicieron maldad. Déjame que te diga que los amigos se forjan, se ganan y se demuestran en las horas oscuras y grises, no cuando la cerveza está fresca el futuro cierto y el vino en la mesa y en su punto. Se forjan a jirones de piel y de alma descarnada. Ya ves, yo, como todos, tuve horas grises y tú estuviste cerca de mis heridas.  Así que déjame que en vez de un perfume te de las gracias.

Pero, no nos pongamos  trascendentes ni divinos (ya lo somos). Celebremos el paso de los años y los sanjuanes en nuestros ojos y en nuestra piel. Hablemos mejor del susurro que deja la lluvia al caer en Otoño, del vientecillo de libertad que parece cobijarse en los zarcillos de las chicas guapas en verano, del abrazo que dan las pestañas de los que nos quieren. De la vida que se enmaraña como un guepardo tras su presa, como Sant Jordi sin princesa, como poeta sin amor.

Y, oye, Yolanda, que aún sin ser nada, 40 es un número especial. Acaba en cero. Y tal vez cuarenta sea un nuevo momento. Momento de dejar, por un instante, de caminar. De juntar los  pies y empezar, una vez más, a andar.  De ser Robinson buscando lumbres en el mar y huellas en esta playa, sin miedo de  tropezar en las piedras en las que siempre nos caímos, ni de perder el hilo de Ariadna. Momento de comer con piel  las manzanas   que nos ofrezca cualquier serpiente. De perdernos en el paraíso o enredada en las pestañas de aquel al que amamos.  De recuperar los momentos que se perdieron diluidos en las gotas de la clepsidra del tiempo. De temblar ante los que te queremos como si fuera la primera vez que unimos nuestros corazones.

Sin más, 40 se me antoja un maravilloso momento para recoger flores en tu pelo, sueños en tus manos. Mariposas en tu vientre.


Dicen que en verano, como hace mucho calor, se desatan las pasiones, se desencadenan las emociones y  desbordada se exalta el alma, que el verano carece de corazón. No estoy de acuerdo. Tal vez el corazón del verano habite en tu pecho. No en vano, amiga, naciste hace sólo  40 veranos.

lunes, 6 de julio de 2015

HAIKU DE VERANO

Hace mucho calor,
será el infierno
que vive en tus ojos
   

jueves, 14 de mayo de 2015

EL POEMA QUE TE DEBO.



Me gustaría escribir el poema que te debo desde siempre,  aquel que  prometí una noche de verano y lagrimas de San Lorenzo en el mar, esa poesía que mordería al olvido, y derrotaría la amnesia que la monotonía de los años deja en la piel. Un verso que nos diga que por muchos años que pasen siempre es ayer, siempre el primer día de bares y copas junto a preciosos pueblos en la costa. Que nos diga que siempre es abril en nuestra cama. Bueno!!, mi prosa quiero decir.

Pero, ya ves, me siento aquí con un vino de tinta de toro, con tu pluma de tinta azul de búho enamorado de alondra, un papel en blanco  por emborronar, y lascia ch’io pianga envolviendo este loco aire de primavera que anuncia lluvia y tormentas, con el rumor de tu recuerdo en las pupilas. Con las ganas de escribir

Fíjate, no “me se ocurre nada” –que diría el maestro-. No sé como hablar de ese adiós que aún oliendo a mentira dolía como sólo duelen las verdades que se quedan alojadas en el interior del cuello y  que como una corona de espinas en la traquea te impiden respirar.

Como hablar de las añoranzas de las mañanas y de ese desconsuelo que queda en los dedos las tardes de otoño lluviosas y de niebla. Esa desazón desnuda que tiembla en las viejas heridas laceradas en la piel,  esas que jamás se han curado del todo y que escuecen un poquito más cuando arrecia la lluvia y bajan de las montañas los fantasmas sin cadena de un pasado que ya marchó.

Me gustaría escribirte un poema, pienso, mientras doy otro trago al vino destemplado en el que no se encuentran las rimas ni los sonetos. Una poesía que hable del tiempo en que olían tus manos a libros a futuro a viajes a tinta en el tintero, a esas horas en las que imaginaba aroma de romero en tu pelo. A esos momentos, en los que pensaba; que demonios, por más tiempo que pase, si tú no estás, en algún momento siempre te echaré de menos.

Y sigue pasando el tiempo, ya ves, y se acaba el vino y parece que el viento de primavera por fin traerá la lluvia de mayo. Pero que tan sólo ha traído un folio emborronado de tinta azul y que en realidad no dice nada. Tan sólo dice que no sé escribir poemas, y que, tal vez, te lo siga debiendo.

No queda más que rendirse a la evidencia, hacer una pelota con el enésimo papel que no ha visto nacer las poesías que me debo. Queda la incerteza de si los poemas se esconderán tan sólo en los corazones doloridos y destrozados, en aquellos que, melancólicos, están  cerca de la pena. La posibilidad de que un hombre alegre y un corazón contento como el mío sea incapaz de escribir los poemas que debo.

Pero no me olvido. Algún día abandonaré esta prosa, me enamoraré de un verso y  los escribiré para ti. Mientras, me invitas a otro vino?




martes, 7 de abril de 2015

4 AÑOS.


Una vez más traes la primavera, el primer sol de Perséfone, los cerezos que germinan en tus pupilas. En tus manitas de 4 años, recién cumplidos, habita la lumbre primigenia que da calor a los rincones fríos de mi corazón. Tus brazos me abrazan con toda la fuerza del mundo, y al cerrarse sobre mi cuello el mundo se para, los dioses sonríen tras el arco iris y las musas ríen en el parnaso.

Es verdad que las noches no son como antes eran. Son mejores porque tú estás, porque tú existes. En ocasiones me da la sensación de que yo también cumplo hoy 4 años. Razonas y hablas sin parar y no existe en tu mente un pasado que olvidar, y en tu alma el futuro es algo incomprensible. Vives en el eterno presente de las sonrisas que compartimos.

Ya ves, los charcos no son un engorro, un problema o un obstáculo, son simple y llanamente una maravillosa ocasión para saltar y jugar, para disfrutar de la vida y de todo aquello que esta nos brinda para ser felices. (Claro que si, cariño, saltemos también en este otro charco manchémonos los pies, los calcetines y hasta las rodillas de este barro, para sonreír cuando nos duchemos con el agua calentita que recorre tu espalda y tu melena). Aunque el cielo adquiera un color gris desesperanza, tus oscuros ojos son siempre la brida que sujeta el calendario y sus relojes. Traen siempre la luz.

Tu sonrisa nació siendo el mejor y más bonito gesto de felicidad que tu madre y yo soñamos acoger en nuestras manos. La que da sentido al giro de las estrellas, razón al universo, resplandor a las Lunas de abril, fuerza para superar los lunes de febrero y motivo para que se desperece el sol de mis mañanas.

Tienes respuesta para todo y una explicación, que aún no siendo verdad, conviertes en razón, en realidad valida al pasar por el tamiz de la forma que dibuja tu boca al explicar tus motivos. Preguntas por todo, todo te interesa y todo te inquieta, tus ojos, tus manos, tu pelo, tu mirada es curiosa y todo quieres saberlo. Me interrogas por el abuelo que no conociste. (Me gustaría pensar que allá donde este – si es que se está en algún lugar tras el frío abrazo de la parca, cosa que dudo-, te mira y vigila, te protege como el viejo nonno  de Etrusca Sonrisa de José Luís Sampedro… Sin duda le gustarías, y él a ti, ya ves, tuviste perdidas antes de empezar, así es la vida hijo…)

Allá donde tan sólo había viejos zapatos, libros por leer, trastos y estanterías con cachivaches que para nada servían, ahora viven tebeos de Asterix, tres dinosaurios, una Luna alrededor del globo del mundo, en el que indicas los lugares que ya has visto y los que quieres visitar. Una Luna que crece y decrece al compás del brillo de tus ojos. Pelotas, coches. Un baúl de madera en el que se esconden juguetes y maderas. Libros de cuentos sin cuento. Un Lobo y cerditos. Princesas, guerreros y ballenas. Tristán e Isolda. Mil preguntas y diez mil sonrisas al despertarte por las mañanas. Las manzanas de Idun. Castillos en el cielo. El sonido de nuestro mediterráneo en una concha perdida. Luces azules de estrellas. Un cerdo volador. Cuatro años de vida tras la ventana.

Te gustan las películas que en los años 50 y 60 hacían  soñar a  los niños que nacieron 70 ó 60 años antes que tú. Pronto sabrás que en ti habita el beso que salvará a la princesa, la manzana sin veneno, el lugar donde descansó la ballena, el hilo de la rueca, la verdad de Pinocchio, La bolsa de monedas de Robin Hood, El truco de Merlín, la espada que vencerá al dragón…. El descanso de este viejo guerrero que ahora te escribe.


martes, 24 de marzo de 2015

VUELVES.

Hacia años que no sabía nada de ti. Pero, una vez más, como siempre hacías, volviste. Con la mochila llena de tormentas, sucia del polvo de todos los caminos y de casi todos los fracasos. Sin manta y con más noches frías en la espalda. Con un corazón congelado que ardía entre tus manos.

Volvías de la enésima huida, buscando una solución. El Shangri-la dorado de los horizontes perdidos en los que vivir en una permanente felicidad aislada de todos los monstruos y caídas producidas por la rutinaria vida de este continente (pequeño para albergar tus mañanas, para acicalar el sol que te gustaría entrara por tus ventanas. Para alojar tus deseos, para cobijar tus sueños.)

Una vez más la felicidad y la prosperidad no se encontraban en aquella pequeña isla del Pacifico, ni entre las piernas de la novia número ocho que te llevó hasta allí, del mismo modo que no fuiste capaz de hallarla revolviendo en los rincones de los contenedores de New York. Ni tras los árboles de aquel bucólico pueblo del Pirineo. Ya ves, ni siquiera fuiste capaz de encontrarla tras aquel retorcido recodo de ese Río de nombre impronunciable en el que viviste algunos años.

Como siempre, que tras meses y años sin saber de ti, volvías buscando un hombro y una lumbre caliente en la que dejar caer tus dolores. Me enseñaste heridas que yo ya conocía. Tal vez más profundas, decías.  Tal vez más profundas, pensé. Eran las mismas. Las del primer fracaso. Las de aquella mujer que te dejó llorando, con el rimel negro surcando tu carita de gata triste, arruinada y dolida. Las del negocio fracasado. Las del dinero que se perdía entre los dedos como el agua de un arroyo al beberla con las manos. Las de la carrera sin acabar. Las del negocio que había prosperado por ti, y que nunca te reconocieron.  Las de la Herencia que robaron las primas. La vida, amiga, la vida cariño y sus latigazos.  Yo jamás supe contarte, jamás supe decirte que, probablemente, no hallabas las soluciones porque los problemas los llevabas escondidos, sin tu saberlo, bajo las uñas, en tu pelo, en el dobladillo de tu falda, asidas a tus tacones, entre la cuarta y sexta capa de tu dermis o en el tintineo de la filigrana que lucias en las pulseras de tus tobillos. En tus labios.

Una vez más hablábamos de otra travesía en el desierto. El vino y la lluvia de finales de marzo ayudo a dejar de hablar de corazones fatigados, de arañazos de la vida y comenzamos a hablar de arañazos en la espalda, del libro que no escribiste, de los jirones de piel dejados en los rincones del camino de los años. Nuestras lenguas curaron todas las guerras del alma. Hasta la siguiente herida, hasta la siguiente huida, hasta el próximo fracaso.


viernes, 13 de marzo de 2015

POR ELLAS.

Hemos hablado por aquí, ya sabéis, de lo humano y lo divino, de copas de más y de algunas de menos. De fiestas y flores. De muerte y de vida, de amor, sexo, poesía, café, cervezas. De los rostros que se ven en los bares las noches de insomnio y sueños. Hemos hablado, incluso, de la falta de inspiración y de la imposibilidad de encontrar en los diccionarios las palabras que quiero que salten de mis dedos a tus manos de pecado.

No hemos hablado, sin embargo de aquellas palabras que no escribimos, de todas aquellas ocurrencias que algunas tardes de lluvia volviendo del trabajo nos traen las musas desde el parnaso de tus ojos y que se olvidan antes de poder compartirlas. Estas letras van dedicadas a ellas, a todas aquellas palabras, poemas, poesías que se nos han ocurrido y hemos olvidado.

Por aquella prosa poética que un atardecer naranja de un jueves cualquiera viene a nuestra mente, pensamos escribir en la servilleta del bar de nuestras huidas y que justo en el momento de coger un boli con tinta azul pasa un ángel con un tejano ajustado y hace que tan linda inspiración abandone el cerebro, deje de existir, aún antes de haberse plasmado en ningún papel. Marcha la inspiración tras el movimiento de esas caderas ceñidas al pantalón.

Brindemos, pues, por todas aquellas maravillosas palabras que han quedado en el tintero, que no supimos escribir porque nos lo impidió un suspiro, el recuerdo de las escaladas a tus trenzas. Por aquellas que se extraviaron en el bosque de la inspiración porque vinieron justo en el centro de una aburrida reunión y marcharon cansadas de números y problemas ajenos, cansadas de esperar a ser escritas en tu vientre, que marcharon para no volver. Tal vez buscando unos dedos que, efectivamente, se tomen la molestia de escribirlas.

Por aquellas poesías que, en noches estrelladas de cuarto menguante, bajan de las pestañas de Caliópe para aposentarse en nuestros ojos dormidos, y medio en sueños pensamos que recordaríamos con el primer café, caliente y prosaico del segundo Lunes del mes. Por aquella poesía que en sueños era clara, cristalina y que en el tercer sorbo de café eres incapaz de recordar. Caliópe es generosa pero celosa, o aprovechas su inspiración al momento o te la roba.

Será, ya ves, que muchas palabras no las he escrito (tal vez me hubiera gustado escribirlas en tu espalda, plasmarlas en papel o insertarlas en ese poemario que jamás escribiré) como decía, palabras que no he escrito y no porque no se me hayan ocurrido, sino porque han marchado a un ignoto cielo, como marchan las espurnas del fuego de las hogueras de San Juan. No las he escrito porque se me han olvidado, se han marchado como se marchan las cosas buenas, las he olvidado como olvidé el sabor de algunos  besos y el calor de algunas manos.

Por todas esas palabras que son danza y poesía que nos presta Terpsicore durante tan pocos instantes que marchan de modo triste antes de compartirlas. Por aquellas  que se van, fíjate, tal vez, a bailar con las golondrinas o a esconderse bajo tu falda, agazaparse junto al color que más te guste a la espera de que vuelva a encontrármelas.

Aquellas frases, que supongo maravillosas, se me ocurren cuando me pierdo en tu sonrisa mientras me invitas a un vino, cuando me enredo en tu pelo o juego en tu vientre observando el piercing que no tienes en el ombligo. Aquellas que no escribo con henna en tus brazos, y que   soy incapaz de recordar y por tanto tan sólo han existido un instante en mi mente, poemas prosaicos que solo yo he disfrutado y que desgraciadamente he olvidado


Hoy, mira, me gustaría brindar por toda la inspiración que no he aprovechado y que tal vez para siempre haya marchado. Salud

jueves, 5 de marzo de 2015

EL SABOR DEL PECADO


Yo siempre he vivido cerca del mar, de mi mediterráneo, y tú siempre has vivido en todas partes. Volviste de Copenhague con una sonrisa en los labios, las uñas pintadas de morado oscuro, y bajo la piel el eterno recuerdo.

Hacía tiempo que no nos veíamos ni compartíamos confidencias. Tomamos un vino en una de estas tardes de principios de primavera en las que no sabes si hace frío, calor, lloverá o nos caerá un trueno sobre la cabeza. -Qué tal tu marido? y tus hijos?- te pregunté cortes. – Bien, sin novedades en ningún frente, fíjate, cada día más grandes- contestaste risueña mientras me enseñabas en el móvil fotos de los pequeños. Tus ojos se enmarañaban, probablemente, en sus sonrisas.

No sé muy bien de que modo la conversación fue derivando en el Existencialismo de Kierkegaard, en su filosofía, en la condición de la existencia humana. Sobre el individuo y la subjetividad que habita en la libertad. De la responsabilidad que implica estar vivos. Supongo que acabamos con algo tan tedioso porque venias de Copenhague. Ves a saber. Tal vez el vino blanco, o el miedo a hablar de cosas que realmente nos importen.

Tras la segunda copa de vino de rueda te dije; – Sabes? En realidad, ahora mismo, más que saber si la angustia ante la existencia puede ser algo positivo, me interesa saber a qué sabe esa magdalena de frutos del bosque- reí y señale una magdalena del mostrador. – jajajajaja, que prosaico y mundano eres cuando quieres- contestaste sonriendo e iluminando el moderno bar. – Bueno, también me pregunto qué sabor tiene el pecado- te replique sonriendo.

-Anda vamos, que empieza a oscurecer-. Pague. (Caro como siempre) Subimos a tu coche, un opel viejo, rojo, destartalado. De un revoltillo que habías hecho con tu chaqueta sacaste una magdalena. – Toma la robé para ti.- dijiste riendo. –jajajajajajaja, eres la leche- la mordí. -Está buena, pero sólo resuelve una de mis dudas, sigo sin saber a qué sabe el pecado.-

El cielo empezó a llenarse de nubes grises, dirigiste el coche hacia esa pequeña cala que me vio crecer y madurar. Empezaba a llover sobre tu coche y sobre las tardes de todos aquellos que permanecían aburridos en sus casas. Saliste fuera del coche.  Te  seguí.

El mundo no dejo de girar. El sol hacia horas, que vencido, se ocultó tras las nubes. Mordiste un trozo de la magdalena de frutos del bosque. Sonreías y yo me perdí entre el nácar de tus colmillos. Miré tu vestido; corto, gris marengo,   media manga en los brazos, cuello alto, ceñido, sin escote. Siempre tuviste una belleza indómita. Me besaste discreta en la mejilla cerca de la boca. Una gota cayó entre tus labios y mis mejillas. Te miré. Me miraste. Tu lengua y la mía se encontraron bajo esa incipiente lluvia de la primera primavera.

Mis manos se perdieron en tu cintura, y yo perdí la vergüenza, el norte y el pudor, lamí tu boca, me enrede en tu pelo, susurre en tu oído, manosee tu espalda, baile con la cremallera que apretaba el vestido a tu cuerpo. Dejé de pensar, empecé a olvidar  el pasado, el presente, y a serme indiferente el futuro, tu marido,  mis obligaciones. Desapareció el mundo. Los tejados dejaron de cubrir edificios, tan sólo importaba lo que había bajo tu ceñido vestido gris marengo, el color de tu ropa interior y la pulsión que  refulgía en mis venas.
De pronto el pequeño chirimiri se convirtió en lluvia que caía por tu espalda. Mis tejanos ya no podían aguantar lo que dentro de ellos había.  Tus pezones se trasparentaban por la lluvia caída y por su dureza.

 Diste media vuelta en el mismo instante en el que la primavera decidió caer sobre los corazones de todos los que habitamos el hemisferio norte. Apoyaste tus manos contra el coche. Levanté tu falda y bajo ellas habían unas preciosas medias enganchadas en tus muslos. Un tanga, pequeño color burdeos que aparté para introducir un dedo y moverlo dentro de ti, luego otro y otro.   Bajé y lamí aquella maravilla. Gemías, llovía el cielo y el sonido de tu boca se mezclaba con el olor a arena mojada, que como volutas de incienso y sándalo ocupaban el lugar en el que estábamos e impregnaba el aire de ti, de mí, de sexo, de susurros de transgresión.

Aparté mi lengua de tu sexo. Tú arqueaste tu espalda y ofreciste esos dos lugares. Entré en uno de ellos.  El pequeño hilo burdeos  de tu tanga rozaba mi virilidad, que incontrolada entraba y salía en ti. Te agarrabas del techo de tu coche.  Tu culito se enseñoreaba en mis ojos mientras llovía y tronaba en el horizonte, le di un fuerte cachete al compas de tus movimientos. – EEEEIIII no me dejes ninguna marca-, dijiste, – Duerme esta noche con pijama, y nadie verá nada- te dije.  No te vi, estabas de espalda. Pero sin duda sonreíste  mientras yo observé en ese precioso lugar que siempre estuvo duro, años atrás por la efervescencia de la juventud, y ahora por las horas de gimnasio, la marca de mi mano.

Me gustaría pensar que coincidió con un relámpago. No sé si fue así. Pero movías tus caderas espasmódicamente un instante antes de tu primera muerte. Yo con mucho esfuerzo aguanté.

Me obligaste a salir a de ti, te agachaste con la belleza de los movimientos de una gata que está a punto de obtener su mejor presa, tu mano derecha apretó desde mi trasero y  tu mano izquierda cogió los dos recipientes que a punto estaban de vaciarse. Introdujiste mi virilidad en tu boca, húmeda y caliente. Se paró el mundo y los relojes. Los ángeles empezaron a sonreír, y los demonios no podían ocultar su satisfacción. Finalmente, yo, también tuve la pequeña muerte de los franceses en tu boca.

Llovía en primavera. Te levantaste de la postura en cuclillas que mantenías, las gotas del cielo brillaban en tu pelo, en tus pestañas, en tu cara y en tu boca, incluso alguna de esas gotas refulgían en tus uñas pintadas de oscuro. Un hilillo blanco se adivinaba por la comisura de tus labios. Tus ojos de hembra mágica brillaban en el cielo. Me besaste dejando caer en el cielo del paladar de mi boca parte de la lluvia blanca que contenías sobre tu lengua. Sorprendido la saboreé. Giraba el mundo.

 – a esto, cariño, a esto sabe el pecado-



jueves, 5 de febrero de 2015

LA VIDA TODAVÍA.

La vida suele ser una fulana que no siempre te trata bien, en ocasiones si, pero no siempre. Además inexorablemente pasan los días, las horas y los meses. Inevitablemente la vida pasa y al final, cuando llega el final acaba. Nos aleja de la niñez y de sus sonrisas, de la adolescencia y su efervescencia. Nos hacemos mayores. (en el mejor de los casos. algunos quedan en las cunetas y a mitad del camino) 

En todo caso, la vida, en ocasiones es agradable y tierna. Te hace disfrutar de las pequeñas cosas, de aquellas que aparentemente no tienen importancia. Hace unas semanas disfruté de un corto paseo en moto, con un agradable frío invernal entrando por el casco y los guantes de mis manos. Fui a una terraza conocida y mientras el último sol de enero, tibio, y brillante mostraba su brillo en mis ojos  me pedí una cervecita, abrí un libro de poesía y dejé que el tiempo se meciera entre trago y trago de cerveza y entre maravilla y maravilla de la magia de las palabras que habitan tan sólo en lo escrito por la tinta azul de los grandes poetas. Los poemas de Rodolfo Serrano bailaban en mis pupilas y mi corazón se acordaba de ti. Tal vez pinzones y petirrojos sobrevolaran entre mis canas y las nubes. No lo sé. Pero tal vez si.

Levanté mi mirada, entró un hombre mayor (no sé porque viejo debe de ser despectivo, ser joven no es un alago y ser viejo no es ni debe ser un insulto. Yo, aún no lo soy, pero espero algún día ser viejo) Un hombre aún alto, con zapatos impecablemente limpios, negros. Pantalón de pana, chaleco, americana con pañuelo azul oscuro en el bolsillo, sombrero también azul oscuro  de ala corta que daban media sombra a unos ojos azules, acerados y tiernos. Manos duras y porte de viejo torero con mil cornadas, que aún sabiéndose débil no se da por vencido. Buscó con la mirada una mesa libre en aquella pequeña terraza con vistas a mi mediterráneo. Todas ocupadas.

Una señora de más o menos su edad, tomaba un café con leche, estaba sentada, ojos vivos color miel, pelo blanco, sin teñir, luciendo las canas y el rastro de vida que las arrugas habían dejado sobre sus ojos y en su piel, el pelo finamente recogido en un moño alto, jersey negro de cuello vuelto. Pendientes de plata vieja, y simpáticas pulseras que sonaban cada vez que movía sus manos para pasar las hojas de la vanguardia. Papiro de piel, con uñas pintadas de granate oscuro, que sin duda habrían trabajado, amado y sufrido. – siéntese aquí si quiere- le dijo – No quisiera molestarla,- contestó, y me gustaría pensar que esos ojos de viejo ladrón de corazones brillo. – no me molesta,- dijo ella.

Se sentó y se pidió una copita de vino tinto. Se dijeron los nombres dándose la mano, se hablaban de usted. Coincidieron en que ambos tenían 76 años, presumieron de hijos y de nietos.

Yo seguía leyendo poesía, disfrutando mi cerveza y escuchando una conversación ajena, que lejos de producirme pudor me trajo un soplo de felicidad y esperanza. No sé cuando pasó pero en un momento, tras hablar de sus derrotas, de sus viudeces, del recuerdo amargo de algunas gotas de la clepsidra dejaron de llamarse de usted y se tutearon. El viejo ladrón le preguntó a la guapa señora si la acompañaría con otra copa de vino. La preciosa madre reina sonrió y esa sonrisa tenía más jovialidad, certeza y rincones en los que dejarse caer que ninguna otra. – sólo si lo acompañamos de algo de comer- contestó.

Yo pedí otra cerveza. Seguía haciendo frío y el sol intentaba luchar contra el invierno. Pero el día era agradable. Ahora, si, ahora pinzones y petirrojos sobrevolaban el viento. Apuraba mis tragos mientras el verde de mis ojos viajaba entre la poesía que había en mis manos. -Ya ves, volví a acordarme de ti.- y las sonrisas de aquella vieja pareja. Decidí que era momento de marchar y dejar de escuchar lo que no me incumbia justo cuando acabe de leer estas bellas letras del del Maestro Rodolfo,

Que importa que los tiempos nos sean crueles
que maten y nos hieran, si en mis manos
conservo los papeles de tu boca,
la promesa firmada de que nunca

podrán los calendarios con  nosotros.

miércoles, 28 de enero de 2015

DEL INFIERNO Y SUS LLAMAS.


En estos días supervivientes de los campos de concentración nazis y otras personas a los que les duele esta herida, (a los que nos duele esta herida) están realizando ofrendas florales, encendiendo velas en el muro de la muerte de Auschwitz. Velas que pretenden recordar el horror y ser flamas que centelleen en las pupilas de todos los que recordamos que existe el infierno, que está aquí, que lo hemos construido nosotros. Sigue estando en algunos lugares y  nada nos garantiza que no vuelva a estar al final de la vía de un tren que pase por nuestra ciudad.

En estos días se  honra la memoria de hombres, mujeres y niños que fueron asesinados y torturados vilmente por unas mentes que asolaron todo nuestro continente llenando los campos, las veredas del camino, las calles, los pueblos y ciudades de angustia desesperación, miedo  y muerte.  Dejando en el aire el desagradable olor de la pesadumbre, el pavor calado en los huesos, el terror y el desasosiego constantemente en las manos y el desconsuelo que convierte la tierra que pisas en el más cruel de los infiernos ideados por Dante.

Auschwitz fue el campo de concentración más grande puesto en marcha por la Alemania nazi, donde entre 1940 y 1945 fueron asesinados millón y pico de personas, tan sólo por ser judío, gitano, homosexual o simple y llanamente disidente de las “”ideas”” que querían imponer unos cuantos (muchos, muchísimos. No lo hizo  sólo Hitler, o aquí, en casa, Franco). Y esto no lo hizo Satán, Belcebú, Hades, Hela ni ningún demonio. Lo construyeron hombres y mujeres con sus manos y sus perversas y pérfidas ideas sobre como debería de ser el mundo.

Las llamas del odio quemaron libros y abrasaron cuerpos. Dejamos de construir palacios de cristal, edificios donde leer poesía y arropar a los pequeños, parques o jardines. Construimos, infiernos en este planeta que moramos, en ocasiones con gloria y muchísimas veces con pena, incluso el mismísimo Lucifer se estremeció en su cómodo sillón al ver tanta ignominia en la tierra.

Los hombres y mujeres que hollamos este planeta construimos dioses y demonios, creamos paraísos e infiernos en los que encendemos hogueras de pánico. Llamas, que desgraciadamente aún alumbran y calienta las manos de partidos como el Jobbik húngaro, el amanecer dorado en Grecia, el partido Nacional Británico, el Partido Nacionaldemócrata alemán… y tantos otros.

Lo único peor que el olvido sería que volviera a pasar. Aquí está mi homenaje a todos los millones que murieron de un modo tan estupido, cruel y pornográfico, aquí va mi deseo de que la bondad de los dioses que hemos creado no nos abandone, que la esperanza no se pierda entre las llamas de aquel infernal pasado. Tal vez habite en nuestro espíritu la esencia de los dioses y la crueldad de los demonios. Tal vez tengamos construidas con fuertes piedras en nuestros corazones un infierno y un Paraíso. Depende de que llave queramos utilizar, que puerta queremos abrir….




miércoles, 7 de enero de 2015

12 UVAS



Acababa el año y las raíces del árbol de la vida ahondaba un poco más en el fango del infierno, las hojas, que aún no habían caído y que nunca lo harían, se enseñoreaban en la copa acercándose un poco más al cielo de nubes azules y naranja de felicidad que todos deseamos. En definitiva, seguía girando la rueda, goteando la clepsidra, pasando el tiempo. Como siempre; rápido e inexorable.

Una vez más era la última noche del año, Final del ayer y prefacio del mañana. La gente tenía fiesta y disfrutaba con sus seres queridos de las últimas horas del año, deseándose felicidad, enviado mensajes, mintiendo, riendo y llorando. Pero no todo el mundo tenía fiesta ni la posibilidad de divertirse. El mundo exige que mucha gente trabaje para que el planeta siga con sus giros diarios.

Yo trabajaba, Por fortuna a partir de las 23.40 parecía que todo se mantenía entre una esperada calma y la expectativa del jolgorio y risas que vendrían tras sonar la última de las 12 campanadas. Lo cierto es que en esos minutos el lugar de trabajo estaba tranquilo y en paz.

Entraste a la sala en la que yo estaba, justo quince minutos antes de la primera campanada. Batas, indumentaria de trabajo, uniformes en general no quedan bien a nadie. Y a ti, tampoco, pero estabas guapa, con la cara algo cansada tal vez de las fiestas anteriores. Iniciamos  una insulsa conversación sobre las fiestas, los excesos, la familia y nos lamentamos de tener que estar de guardia un día como ese.

-Sabes? Yo hace años que empiezo el año de la misma manera, Creo que hoy, que trabajamos, será el primero en mucho tiempo que lo empezaré diferente- dijiste desabrochándote un botón. – bueno, chica!! Las 12 uvas nos las podemos comer igual, todo anda tranquilo por ahora- - Jajajajajajajaja- Reíste como una diablesa impúdica, mientras traías dos paquetitos con uvas y una botella de cava. – No me refería a comer 12 uvas.-

Te sentaste a mi lado, sonreíste, desabrochaste un poco más tu bata, mire el delicioso hueco que se formaba al final de tu cuello, y baje la mirada hacía esos dos maravillosos, tersos y pequeños montes que habían algo más al sur. Yo estaba nervioso, tú simpática. Abriste el cava, te lo recriminé, estábamos trabajando. – Por eso- dijiste divertida, pusiste sólo una copa, me la diste a beber, y bebiste tú después.

Tras mirarnos a los ojos con calor y deseo me besaste la mejilla, me susurraste al oido –ssssssh, te voy a enseñar como empiezo yo siempre el año.-

Empezó un juego de besos, de abrazos, de despojarnos de la ropa de trabajo. Miré el teléfono deseando que no suene nunca más. Me tiraste al suelo, y tu lengua y su saliva cambio mi ropa por el líquido de tu boca que recorrió todas las partes de mi piel. Obviamente algo creció en mi cuerpo, y tú lo metiste en tu boca. Hacías que entrara y saliera despacio y deprisa. Una y otra vez, jugando con tu lengua y conmigo. Mientras hacías esa bendita operación ibas despojándote de tu ropa y el reloj se iba acercando a la medianoche, a la hora de las brujas, a la del placer que parecía tenias enredado en tu pecho, en tus pezones y que me ibas a regalar en ese instante.

Cuando daban los cuartos ni tu ropa ni la mía estaban donde debían estar, te tumbaste en el suelo abriste tus piernas mostrando el delicioso tesoro que allí había. Húmedo e invitándome a entrar. – ahora, entra ahora, y ves entrando y saliendo al compás de las campanadas- Mientras lo hacía tu agarraste mi cuello con una mano y el final de mi espalda con otra, apretándome dentro de ti. Así, Así me gusta empezar a mí el año.

Acababan las campanadas y tú seguías moviendo las caderas y yo mi cintura. Es cierto que de vez en cuando la vida te besa en la boca, y ese final de año, esa noche, la vida y tú me besasteis en la boca y en todas partes. Uffff.


Mientras aún sonaban petardos y guirnaldas de pirotecnia lucian en la noche fría de ese primer día de enero tu humedad empapaba tu entrepierna. Sonreías pizpireta y cogiste las uvas. – Ahora tendremos que comérnoslas, no?- dijiste mientras cogias una uva con dos dedos y la introducías en ese lugar que hasta hace poco ocupaba mi hombría.  Al sacarla me miraste a los ojos y la metiste en mi boca. Repetiste la operación muchas veces comiendo tú y yo esas uvas que sabian a ti, a mi, a sexo, a vicio y a vida.