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lunes, 31 de octubre de 2011

SAMAIN

Llega el Otoño. Parecía que el calor del sol de verano no quería abandonar tus ojos ni dejar de calentar tus manos y mi espalda, se resistía a marchar a otras latitudes en las que también se le necesita. Se resistía a abandonar mi mediterráneo y tu pelo. Pero la vida sigue y su ciclo es imparable y necesario. Es tiempo de guardar el “ganao” de recoger la última cosecha. De empezar a hacer el vino que tu y yo disfrutaremos de aquí a unos años. De aquí a un momento.

Samain era, antes de que los curas nos llenaran de pecados de miedos a follar y a amar y de festividades copiadas, como llamaban los antiguos celtas a su celebración más importante. El día más importante de todos los del año. Se asociaba esa noche, siempre bajo las estrellas fijas y errantes de un cielo más limpio, más alto y lejano tal vez, con el momento en que el “otro mundo” –Sidh creo que lo llamaban- se abría a nuestro mundo. Era el momento ideal para recordar a los que ya no están para cuidar a los que ya se fueron. Darles el abrazo que dejaste olvidado en tu regazo.

No estaría nada mal, que una vez al año, tan sólo una, pudiera abrirse esa puerta y volver a abrazar a los tuyos. Esperarlo con el olor del viejo café que preparaba mientras estudiabas cosas que con el tiempo resultaron no ser tan importantes. Abrir tu casa y dejar bajo el sofá o sobre tu mesa una pastilla de jabón de manos. Esperar a que llegue la noche que las estrellas brillen un poquito más que de costumbre, y la niebla de otoño baje de las montañas trasportando olor a romero silvestre, a pino y resina, y traiga a nuestros seres queridos para presentarles a los que no conocen. Ofrecerles rovellons, castañas y panellets. Compartir una noche, otra noche y un penúltimo abrazo hasta el año siguiente.

Durante la noche de Samaín, los espíritus volvían andando tranquilos, con paso cadencioso y seguro por los montes, las calles que tantas veces anduvieron en vida, con una sonrisa en la cara para los queridos. Un ramillete de rosas recién cortadas en las manos sin cadenas. Nos advertían de las almas malignas que nos llevarían a sitios que no entendemos ni queríamos ir. Nos dirían que siguen pensando en nosotros en ese otro lugar. Que todo irá bien. Que todo pasa y todo llega, que todo continua, que la vida es un ciclo que empieza y acaba para nunca acabar. Que tras haber llorado por ellos no hay nada mejor que reunirse alrededor de una hoguera de noche sin fin beber y decir lo que no se ha dicho, lo que se ha callado. Parar unas horas el tiempo y la vida. Que esa noche sea sólo para ti. Para que mañana, tras recoger las cenizas de las hogueras de lo que pudo haber sido, de recoger la casa y el dolor continuar un poco más.

Llega el Otoño, y atrás queda el exceso de calor del sol, la uva recién cogida. Aquí están las primeras lluvias regando tus pestañas empapando tu pelo de esperanzas y futuro. Bienvenido el vino ya criado, los rovellons recién cortados, las castañas, setas, girgolas, piñones y panellets, las liebres intentando no ser cazadas, (bien por las que lo consigan), los abedules, los fresnos los hibiscos y los brezos Aquí está de nuevo la vida brillando para ser vivida, aún con algo más de ropa, aún con un poco de frio. Pero esta noche, esta que está por venir es para todos los que estamos y para los que se fueron.



jueves, 20 de octubre de 2011

¿QUÉ VOY A HACER YO?

Qué voy a hacer yo si prefiere un coño fuerte a un ave maría callando. Una vez rojo a ciento colorao. Si no me gustan ni los rotos ni los descosios. Ni los ojos por ojos y dientes por dientes. Si no creo que el río suene por mucha agua que lleve.

Qué voy a hacer yo si me gusta la belleza, incluso, o mejor dicho, sobretodo, esa belleza mundana y diaria de esas caderas que casquivanas y atrevidas se mueven por tus calles y ante tus ojos desafiando los sinsabores diarios alegrando la vista y el espíritu, demostrando que la vida es algo más que números y estadísticas, que malas noticias y frío en las manos y los brazos.

Qué voy a hacer yo si me mantengo en un precario equilibrio y de puntillas por la cuerda floja de lo políticamente correcto y educado pero me seducen muchísimo los cantos de sirena de los dos extremos que sujetan, que mal sujetan, esa cuerda.

Qué voy a hacer yo, si ando enamorado de tus manos y del nudo que hacen tus dedos en los míos, si me gusta el sol de la mañana, si nací cuando aún no existían las consolas, si me gusta la luna y sus reflejos en tu pelo, si adoro bañarme desnudo, en el mar y en el recoveco de tus manos o en el hueco de tu ombligo.

Qué voy a hacer yo, si antes de ser hombre fui niño. Si aún guardo en el fondo de armario los viejos pantalones cortos y con flecos de Peter Pan, el lanzarredes de Spiderman, la capa de Superman. Si del mismo modo que ese bisabuelo Cordobés, Séneca, opino qué “aliquando et insanire iucundum est”

Qué voy a hacer yo, si como al Maestro me gusta el Whisky sin soda, las penas con pan, el sexo sin boda. El sexo sin más. Si soy un Hedonista empedernido a la búsqueda del Jardín de Epicuro. De la satisfacción en mi espalda, de las letras escondidas en mis manos y en tu pelo. De la mejor copa para tu vino. De la mejor burla para el mal destino.

Qué voy a hacer yo, si como a ese arquitecto de las palabras y la poesía, me gusta el juego y el vino, me gustas perfumadita de brea y tengo alma de marinero, si nací en el mediterráneo. Qué voy a hacer si prefiero ver el sol poniéndose sobre este mar tuyo y nuestro que verlo desperezarse por las mañanas del este lejano. Si me gusta el adjetivo y el verbo. La prosa y el verso. Mi sol y tu luna.

Qué voy a hacer yo, si no me gusta decir a nadie que camino debe seguir, ni soporto que me indiquen el sendero, manejen mis manos, manipulen mis peros. Si no acepto churras por merinas. Las obligaciones forzadas. Qué voy a hacer yo si no tolero los incompetentes, idiotas vitales.

Qué voy a hacer yo, si me gustaría perderme en alguna Isla, abandonar alguna obligación, vivir cada día tanto y tan fuerte como sea posible, perderme cada día, al menos un ratito en alguno de esos muchos mares.

Qué voy a hacer yo, si creo que no hay más pecado que no cometer todos aquellos que se te ocurran en esos momentos en los que pasa un ángel, o ves a saber, tal vez sea un demonio el que pasa tras tus oídos. Si adoro pasear por las calles y las plazas en los que la vida bulle y vibra a la búsqueda de más vida.

Qué voy a hacer yo?

viernes, 7 de octubre de 2011

LA FOTO QUE ENCABEZA EL BLOG.

Hace tiempo que alguno de vosotros os preguntáis por la foto que encabeza mi blog. Esa de unas manos de hombre abriendo una botella de vino tinto. Es una historia vieja, antigua, y larga. Todas lo son, las historias sólo pueden ser añejas y largas, sino son así son otra cosa. Una de esas historias que tan sólo pueden convertir a una persona en un desgraciado o dejarle una preciosa cicatriz que embellece su alma y enriquece su mente y su vida. Intentaré resumir el origen de la foto.

La hice hace unos cuantos años, un año que fue terrible, un verano que fue terrible y no sólo, por que, tal y como dice el cantautor, fuese un año amargo en política y los médicos no encontraran vacuna contra el sida, cura contra el cáncer, y porque el hambre seguía creciendo en algunos lugares. Fue un año, un verano terrible, no sólo por eso. En mi alma tan sólo sentía ausencia esa ausencia triste que arrastra el abandono y la certeza de que ya nunca nada será lo que fue. Mi alma sentía la huida y el abandono de un alma, que tal vez, fue gemela de la propia.

Me sentía como un Ulises sin Ítaca a la que regresar, aún nadando malherido y perdido en esa malamar que son los sentimientos torturados y expropiados. (malamar, por otro lado que quizás yo provoqué) Un Ulises frágil y vencido que sabe que ninguna Penélope lo espera. La mortaja se había tejido por completo y nadie se molestaría en destejerla al amanecer.

Así que unos amigos, de esos que la forja de la vida y el yunque del tiempo, las lagrimas vertidas, los hombros ofrecidos, y las risas compartidas cortando el mismo aire respirado trasforma en hermanos, en familia, en algo mucho más que amigos, decidieron llevarme lejos para que pudiera lamerme las heridas. Descansar.

Y para eso que mejor lugar que muy cerca de la mayor reserva de lobos que tenemos en este curioso país, que mejor lugar que la ribera de ese rio, tan lejos de mi mar, que da los mejores vinos tinto del planeta. Así que poco a poco, trago a trago fui remendando las sístoles resquebrajadas.

El hilo, color rojo tinta de toro, color diástole, color sangre, para ese remiendo lo fue poniendo el espacio entre una respiración y otra, los amigos, las sonrisas, el tiempo dedicado a hacer fotos en campos de girasoles. Las sonrisas de la pequeña “H” regando todas las alegrías posibles. Una buena comida. Nuevos paseos por la piedras de la vieja Castilla. Las caminatas nocturnas, esa puntual llamada de sirena (no sólo a Úlises le cantan) cada noche justo en esa hora en la que más brillan las pléyades. El vino compartido.

Vino que elabora en esas sierras el familiar de un amigo. Vino tinto, fuerte y duro, como la esperanza y el futuro. Sabroso, dulce, sutil y aterciopelado en la boca y en el alma como el recoveco de las manos de aquellos que te quieren y quieren tu bien. Una de esas noches de cuarto creciente, pleyades brillantes y aullidos de lobos solitarios en la lejanía fuimos a beber vino a la bodega. Esas manos amigas abrían la botella número Xn. Y yo, ya borracho y alegre, y restaurado, tal vez más grande, hice la foto.

Aquí está la foto como regalo para todos vosotros. Con la certeza de que no encabeza mi blog como nostalgia de nada, sino como bonita imagen, como estampa que, yo, encuentro preciosa.