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miércoles, 28 de mayo de 2014

NO SIEMPRE SON COSAS ALEGRES.


Lo cierto, es que en esta ventana de realidades y poemas desprovistos de poesía, hemos hablado un poco de todo. De faldas cortas y tejanos desgastados, del querer y el odio, de damas y caballeros, de alegrías y tristezas. De la vida, al fin y al cabo.

El otro día fui conocedor, alguien compartió conmigo  una de esas noticias que no son noticias alegres. O tal vez si, tal vez si, digo, porque deja una posibilidad de lucha, una obligación de presentar batalla a las dolencias que al parecer va a sufrir el cuerpo, y como no, su inseparable alma. Un momento en el que los análisis médicos lejos de ofrecerte una sonrisa devuelven una bofetada.

Me preguntaba, fíjate, al ser conocedor de esa noticia dicha por  voz de doctor a un amigo mediante las ondas que llevan nuestras palabras por el aire, de la triste sensación que debe quedar en el corazón cuando deshojando la margarita de la vida, al arrancar una de sus hojas de su cáliz, esta hoja te dice que tal vez te quede poco por vivir y mucho por sufrir. Que tal vez, sólo tal vez, no vas a ver crecer a tus hijos, ni sus fracasos ni sus triunfos.

Esa extraña huella, invisible e indeseable, queda aprehendida en tu espalda cuando percibes que el aliento de la negra dama está cerca y apretando en las costillas y en el riñón, trayendo en sus manos dos billetes; uno para el barrio que hay detrás de las estrellas y otro para seguir caminando hacia el carnaval que es la vida. El persistente runrún que en la cabeza debe de decir una y otra vez “señor aparta de mi este Cáliz”

Cuando se enreda en tu corazón la posibilidad, cercana, o no, de dejar de ser antes de tiempo, de una larga enfermedad. Miedo y pavor al mañana. Terror a que se seque la clepsidra dejando en el tintero de tu vida renglones por escribir. Cuando el análisis de las células dicen que es momento de preparar un arsenal de defensas, de hacer fuerte el espíritu del guerrero que todos llevamos dentro. De Estar listo para la lucha, de ser fuerte en la contienda, de presentar un combate, que, sin duda  vas a ganar.

Ese instante en que un murmullo atraviesa el muro de certezas, que todos nos hemos construido, y posa en el cerebro la incertidumbre de cuánto durarán los mañanas. Ese odio a ti mismo, que renace en tu diástole, mientras nace una lagrima en los ojos, por los besos que no has dado, por el placer que te has ahorrado. Se queda uno sin palabras y se encuentra uno con muchas de las dudas que ha evitado.

En fin. No sé. La vida no fue, ni jamás será fácil. No queda más que enviar todas las fuerzas que se pueda a aquel que las necesite. No queda más que acordarse de aquello que mi padre decía muy a menudo; Día que pasa no vuelve.


martes, 20 de mayo de 2014

UN PAR DE HAIKUS

Nadie me sigue
y, sin embargo
Yo, aún, sigo




Si tu no fueras,
yo tal vez seria,
aunque muy pequeño



miércoles, 7 de mayo de 2014

AYALQUIBURY. (último milagro)


En primer lugar, pido disculpas, porque no sé si se escribe así.

El otro día, en uno de esos lugares en los que tardan varios minutos en poner los gintonics que sirven en una especie de peceras enormes, escuche una bonita voz femenina que contaba una anécdota sobre unos conocidos suyos. La anécdota, someramente, consistía en que años atrás, esas personas, habían adoptado a un niño somalí. Este niño se llamaba, (se llama) Ayalquibury (de ahí mis disculpas no sé si está bien escrito….) Al parecer el pequeño nació casi al borde de la muerte, en uno de esos lugares del planeta en que la muerte está más cerca y su aliento es más maloliente y fuerte. En uno de esos lugares en los que rezar pasa por encima de la inexistente medicina para sobrevivir. Pasaron días y horas eternas. El niño, finalmente venció a la negra dama y sobrevivió. Por eso le llamaron así, Ayalquibury, que significa, según explicaba aquella bella muchacha; “Dios siempre guarda un último milagro”.

No estaba yo mucho por pensar en nada, pero lo cierto es que aquella bonita historia, quedo agazapada en mi corazón y en mi mente. No creo mucho en Dios, me gustaría, sería más fácil aguantar los reveses que inevitablemente nos trae la vida sin envolver en papel de celofán, sin avisar, a traición. Pero no creo, supongo que eso no se elige. Claro!!! Aún sin creer es difícil no enamorarse de algunas de las cosas que dice, la biblia, “”su libro”” como por ejemplo
¡Que me bese ardientemente con su boca! 
Porque tus amores son más deliciosos que el vino; 
 sí, el aroma de tus perfumes es exquisito, 
tu nombre es un perfume que se derrama: 
por eso las jóvenes se enamoran de ti. 

 Aún así, sin creer, creo que cada uno de nosotros tiene un pequeño dios corriendo por sus venas, enzarzado en sus dedos. Pensé que tal vez haya muchos últimos milagros y que estos millones de últimos milagros son inagotables y andan acurrucados en tu pecho, engarzados en tus manos. En los besos que me has dado, en los besos que no hemos disfrutado. En la vida a la que estamos invitados.

Es posible que esos últimos milagros se escondan en los terremotos de flores de azahar y en el aroma que, ahora en primavera, estas esparcen por el viento para que se enreden entre tu pelo y tus zarcillos casi redondos, para que sus filamentos y anteras, bailando con el airecillo vespertino, jueguen con las estrellas que adornan tu espalda desnuda.

Puede que ese último milagro que Dios tiene escondido, lo haya guardado en el latido de algún corazón sin dueño ni nombre. En tu ausencia, en los sueños derramados en las noches de cuarto menguante. En reencontrarnos con ese niño que siempre, que aún, anda dentro de ti. En la clave de sol que jamás supiste tocar. Tras el fondo de la última esperanza del ánfora de Pandora. En volver a empezar cuando estás a punto de rendirte. O, quizás, haya dejado dibujado un mapa para que cada uno de nosotros halle su propio último milagro.


Ves a saber, tal vez este último milagro consista en levantarse cuando te caes de camino al país de los sueños. En guardar las cosas buenas de las personas malas, de los malos momentos. En no rendirse, en no quedarse sentado en el sendero. En el trocito de alma que compartimos. En esperar lo imposible. En las velas que insufla el viento del sur. En los días que duelen y en los que no. En las lagrimas confundidas con el agua de lluvia. En las preguntas sin respuesta. En soñar que vuelves y me abrazas.