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miércoles, 4 de septiembre de 2013

Xocolat


Es verdad, no podemos negar que el mundo está repleto de cosas oscuras, grises y desagradables. Eso es así. Pero también hay pequeños momentos  y pequeñas cosas, que nos proporcionan felicidad y satisfacción. No siempre esos instantes, esas cosas, son necesariamente difíciles o inalcanzables. Por aquí, por estas letras y estos rincones, hemos hablado de vino y café, de cerveza y copas. De vida y de muerte. Risas y lágrimas De noches perdidas, de noches ganadas, de momentos en que los besos pecaminosos ganan más que los besos que quedan prendidos en el aire, perdidos en tu boca.

 Ahora que parece que el sol empieza a marcharse a otros lugares dejando tormentas como siempre hace, al menos en esta tierra. Y se marcha dejándonos sin escusas parar seguir siguiendo Permitirme hoy ser algo más trivial. Hablemos de algo, a priori, poco sublime.

Del Chocolate, dejadme hablar de ese pequeño placer casi pecaminoso, casi onanista que es el chocolate. Ese pequeño placer que se disfruta en solitario. En esos momentos en que duerme la ciudad y que ya ha pasado el día dejando, posiblemente, preciosas palabras pugnando por salir de esa prisión que es la boca y de ese cruel carcelero, que muchas veces, durante el día, es la lengua.

Ese momento en que ha acabado la jornada, sus papeles, reuniones y sinsabores.  Todos duermen, el mundo descansa y te has quedado tú sólo contigo mismo, en las acogedoras alas del sofá y de tu recuerdo. Una pequeña onza de chocolate entra en tu boca. Chocolate sin leche, fuerte, mínimo 70% de cacao. Explota en las estrellas del cielo del paladar, como revientan las cucañas que guardan regalos y flores para los más pequeños, inundando  tu boca de ese sabor peculiar, indescriptible, tremendo, fuerte, entre dulce y amargo , como los besos que no  esperas,  esos que duran unos cinco segundos. Amigos, se para el mundo, es una tontería, nada serio ni trascendental pero el mundo se detiene un segundo. Y ese sabor que anega tu boca lleva a ese instante que hay entre tu sístole y tu diástole paz mecida en hamacas.

Tal vez sea el momento de repasar lo vivido horas atrás, lo bueno y lo malo. Pero el roció de chocolate que deja ese sabor en tu boca, mientras deseas dar otro mordisquito a la onza cada vez más pequeña, te invita a recordar lo bueno. Ya ves, sucede a veces que a pesar de lo obsceno de la vida. De vivir en un mundo repleto de problemas. En un lugar donde clavamos a un Dios y perdonamos al ladrón malo, tiene el fin del día y el inicio de la noche ese momento minúsculo en el que parece que nada importa, que todo esté en armonía como si la brisa que recorre las calles trajeran el susurro de un te quiero a mi oído.

Poco importa la prima de riesgo, la hipoteca, esa chica que no te mira, el ascenso que no obtienes, el color rojo de tus números en la cuenta corriente, el libro que aún no has escrito, el que aún está por leer, el vino que aún no has bebido, esa llamada por hacer…. Tan sólo importa respirar despacito, no escuchar nada, quizas  sólo esa canción que tanto te gusta, seguir leyendo poesía o el libro de turno y dar otro mordisquito a esa, cada vez más pequeña, onza de chocolate. Si. Sí ahí, en ese tercer o cuarto mordisco cierras los ojos es como escribir cartas al cielo o pintar una luna nueva sin nubes. Un antídoto contra la ordinariez y la monotonía. Un antídoto sin más

 Hay semillas que germinan en la tierra, fíjate, me da por pensar que algo, tan poco significativo, como un trocito de chocolate puede germinar en el corazón. Ayudar a ahuyentar los demonios y las penas.


Seria genial comerlo mientras miro como duermes. O compartirlo, tal vez acurrucada en los recovecos de mi pecho, mientras la vida pasa y las aves de invierno vuelven. No sé, es posible que los días por venir sean diferentes y la realidad del color que más te gusta.