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viernes, 22 de agosto de 2014

NO SÉ QUE REGALARTE.



Fíjate que pasa el tiempo y el tiempo llega y el tiempo sigue. Ahí es nada 50 años. Yo, ya ves, sigo sin saber que regalarte. Y mira que he andando buscando. Por las calles, por los recovecos de mi memoria, por viejos badulaques con cachivaches sin nombre que no sé “paque sirven”.

He buscado por las estrechas y luminosamente oscuras calles del Born, por ver si allí encontraba la voz de un Ángel que te susurre al oído el camino de regreso, por si acaso algún día te pierdes. (lo dudo, pero nunca se sabe) Y, oye, no la encontré. No al menos la voz que me hubiera gustado. Intenté encontrar también la luz de una estrella brillante y Vespertina. De esas que marcan ese Norte que tan claro tienes donde está, Pero haciendo honor a la verdad, esto no supe donde adquirirlo, comprarlo o robarlo. No hallé donde pudiera conseguir estrellas vespertinas.

Busqué también un camino, lo que queda del camino, sin piedras ni espinas. Una vereda que se encamine a un mar sin tormentas ni sargazos. Para esto pregunté a un amigo ingeniero de caminos y me dijo que no lo encontraría porque todos los caminos, tarde o temprano, acaban teniendo espinas y recovecos oscuros imposibles de iluminar. Desistí de esa idea. No sé. Sólo cabía la posibilidad de seguir buscando.

Fíjate, que aunque me sienta muy cómodo en mi figura del más grande de mis hermanos, de haber tenido un hermano mayor me hubiese gustado que fueras tú. Y, claro, como hacen los hermanos mayores, y la buena gente ha sido importantisima tu ayuda para no hacerme daño, para no hacerme mucho daño quiero decir..... Tal vez con tus 50 sea momento de agradecer que, aunque no sea ni tu estilo ni el mío, me enseñaras a guardar la ropa al nadar, a callar algunas cosas, por los coños fuertes evitando los avesmaria callando. Gracias por la calma que nunca tuve, por los puntos en las ies, por la cama y el pan  cuando hizo falta. En definitiva por ser y estar.  Siendo esto así, no quedó más opción que descartar la corbata, el libro de historia, el bolígrafo o la camiseta de color verde.

Pensé también en un vino que no se acabara, pero me dijeron que todas las botellas acaban vaciándose. Un libro que se vaya escribiendo mientras tus ojos leen. Un reloj sin tiempo. Unas botas con alas. Un Ángel de la guarda y buena compañía. Una risa en la que caerse. Una luz que de en tu cara. Mil discos de vinilo de Gardel, de Cohen o los primeros de Sabina. Una primavera de 10 meses. Un punto de partida. La llamada que esperas. Mariposas en tu estomago. Un pecado por vivir. Un nudo gordiano que deshacer. Viento  vino y Pan.


No te imaginas lo difícil que es encontrar nada de eso. Intenté conseguir una llave que abra todas las puertas cerradas por la incertidumbre y selladas por lo que creemos que son certezas inmutables. Tampoco fui capaz de hallarlo. Finalmente, la voz de un Ángel me trajo la inspiración arropada por notas musicales y acordes de guitarra. UN BAÚL. Este es el regalo. Aquí está un baúl en el que guardar recuerdos y sueños. Retazos de vida, la memoria de los viajes, viejas fotos y nuevas miradas. Un Baúl en el que guardar los abrazos de C. y las felicidades que nacen en mi sístole y que con estas letras te envío.  Las enhorabuenas de E.. Aunque me temo que todo eso no cabrá en el Baúl.

lunes, 11 de agosto de 2014

AGOSTO EN MI CIUDAD


Andan las oficinas medio vacías, como pidiendo auxilio. Los bares más llenos de lo habitual, sonriendo y ofreciendo felicidad durante un ratito por unos euros, u olvido, o lo que precises. Vuelan las bandadas de palomas más bajo y más despacito, como si no tuvieran miedo ni prisa por llegar al parque en el que nuestros viejos igual de cansados, pero más morenos les darán su ración de pan a cambio de su porción de compañía.

Duerme la ciudad, como la princesa que pinchó su corazón, su dedo corazón quise decir, con una rueca. Permanece algo entumecida como el príncipe de ojos azules y “bienpeinao” que se sabe destinado a besar a la princesa. Pero que preferiría besar a ese chulazo que recuerda de la universidad y del barrio, ese que tenia los ojos más bonitos y diabólicos que jamás pudieran soñarse, ese que también leía a Neruda, ese que se encontró en el Parnaso. En el Bar Parnaso quise decir, aquel día en que ambos disimularon haberse visto.

Mi  ciudad anda medio dormida y medio desnuda. Sus calles sigan llenas de banderas que no entiendo. Ahora, está también llena de banderas multicolor que hondean libres y que si que entienden. Entienden de libertad, de vida. De juego y sexo. De vivir y dejar vivir. De fiestas y responsabilidades. Entienden, al fin y al cabo, que vida sólo hay esta y que no está para perderla en banderitas.

Permanece la ciudad sólo medio dormida, como si aún no hubiera terminado de hacer las maletas. Sólo medio desierta, agazapada como esperando una gran noticia o el último abrazo. Hay menos gente en sus calles y a pesar de que la humedad se enseñorea en los huesos, se puede respirar. Pasear en moto. Andar por ella y hollar sus calles con descaro como quien toca el culo a esa chica pizpireta que te lo ha pedido con la mirada.

Y tal vez ahora, en agosto, sea cuando Satán escribe sus memorias y deja el calor de su infierno en nuestras calles. Pero ahora la ciudad está casi deshabitada, vacía. Fíjate, será que aunque cerca no estás aquí. Suerte que esta noche hay una enorme luna llena y los dos veremos la misma.
Estas calles vacías parecen brindarnos la oportunidad de buscar la inspiración para estas letras. (Y tal vez encontrarla como la encontró Catulo, escribiendo en su seudónimo de Lesbia cosas como
"Dame mil besos, luego cien mil;
luego otros mil, luego otros cien mil;
luego hasta otros mil, luego cien mil.
Después, hechos ya muchísimos miles,
revolvámoslos, para que no lo sepamos nosotros,
ni ningún malvado pueda mirarnos con malos ojos,
cuando sepa cuántos besos nos dimos."

Como decía, parece la ciudad invitarnos a encontrar la inspiración o la ocasión para perdernos un rato con el único sonido del ronroneo del motor. Con la única compañía de un vino blanco y fresco en el que encontrar las musas, el arrebato que me lleve a garabatear en una servilleta de papel estas palabras.