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miércoles, 28 de septiembre de 2011

TREINTAYTODOS

Hace Poco cumplí años, no sé muy bien que decir del paso de los años. Odio a los dioses del tiempo, ya sabéis. Pero, inexorablemente, pasa con esa desvergüenza de las camareras veinteañeras, raudo y veloz cuando debería de pararse a dejar disfrutar su brisa y dejar que tu alma se calme en esa paz y placer que en ocasiones trae la vida como regalo divino. Y pasa despacio y pausado cuando las tenazas del dolor aprietan en las costillas, como un viejo sádico que se ennoblece en el dolor ajeno. Sea como sea, pasa, sesenta segundos cada minuto trescientos sesenta y cinco días cada año. Y no me quejo de ese paso, Piccolos que se parecen a nosotros vienen a decirnos a gritos y sonrisas que vale la pena crecer y seguir. Muchas noches duermo en tus brazos.

Como muy bien decía Jorge Santayana la vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla. Y hace tiempo que aprendí a no cuestionarme muchas de las cosas que pasan, a no lamentarme –a no lamentarme demasiado quiero decir- por los caminos que deje de tomar, o los libros que deje de leer o estudiar, a no atormentarme por si elegí la carrera correcta, el camino adecuado, la mejor curva de tu espalda. A aceptar las cosas como vienen y como me besan. A disfrutar cuando sueño y sueño contigo. A saber que no cambiare el mundo y que bastante tengo con que él no me cambie a mí.

Sigo sintiéndome bien. Joven y fuerte, a pesar de las traiciones sufridas, de los amigos perdidos, de las despedidas agarradas en la garganta de aquellos que nos abandonaron en su travesía con Aqueronte.

Treintaytodos, no son muchos, pero tampoco son pocos. Tantos fracasos caídos como tormenta de desconsuelo. Tantos éxitos y aciertos brillando en mis ojos, que han dejado semilla y abrazos. Y que afortunadamente pesan más que los anteriores.

Disfrutando de personas que siempre fueron abrigo dispuesto a taparme en los inviernos más fríos, faro de luz siempre dispuesto a refulgir y brillar en la más oscura y triste noche. Orgulloso que desde hace más de media vida haya quien permanece cerca susurrándome de tanto en tanto donde está el norte o cuando cortarme el pelo.

Treintaytodos los otoños escondidos en mi piel, varados en mi espalda y deseosos de seguir cumpliendo. Contento de que me siga gustando nadar desnudo en el mar de tus ojos y secarme con tu pelo y tus miradas. Tresintaytodos los años bailando en mis dedos y mis letras. Treintaytodos y aún prefiero las flores que crecen, arrumacadas por la buena lluvia del norte en las veredas que llevan al jardín de Epicuro, que los duros palos de pino que crecen en los campos espartanos. Treintaytodos los años creciendo en mi pecho y sigo siendo un hedonista deseoso de beberme todos los placeres de la vida y de las estrellas.

Espero en todo este tiempo haber traído algo para alguien, alguna sonrisa, destellos de felicidad y alegría repartidos. Tal vez pellizcos de regocijo. La inspiración para seguir, la fuerza para soportar el viejo tacto de la cuchilla del tiempo. Alguna certeza. Dejar alguna duda sembrada en tu pecho.

lunes, 19 de septiembre de 2011

AXCENSOR

El trajín aburrido y diario de los trabajos nuestros de cada día apretaban en la garganta de ese jueves que se había empeñado en parecer un pesado lunes en mi maleta y mi ordenador portátil.

Bajaba los muchísimos pisos de ese aséptico edificio de oficinas y, justo cuando las puertas del ascensor se iban a cerrar, entraste tú. No te presté atención ensimismado como estaba en los documentos por firmar y el trabajo por hacer acumulado en mi espalda y en el bolsillo donde se acumulan agobios y malos despertares.

Un tímido e impersonal “hola”, más parecido a lamento silencioso que a un saludo, malcorto el aire. De repente el ascensor se paró en algún lugar entre el piso 13 y el segundo círculo del infierno de Dante.

-Mierda, bueno, supongo que pronto se pondrá en marcha, no te preocupes- te dije fijándome por primera vez en tu aspecto; Un cuerpo  frágil y tímido y pequeño como el de un animal perdido y asustado, ropa oscura, traje chaqueta un bolso de tamaño mediano de una marca que no conocía, uñas cortas, arregladas y pintadas de un gris oscuro casi casi negro. El pelo corto y oscuro con el flequillo largo casi tapándote los ojos pero que no lograba ocultar un brillo incandescente y salvaje. Una mirada tan indómita como la que esconden las Leonas al cuidado de sus cachorros. Parecía desentonar en esa carita delicada.

-Ya- dijiste sin pestañear.

Pasado unos minutos, y tras comprobar que el teléfono de emergencia del ascensor no funcionaba, decidí controlar la situación. Saque el Mobil, no tenia cobertura, ni batería, te pedí el tuyo tampoco la tenia, combine tarjetas sim, baterías y nada daba resultado.

_No te preocupes, enviare un sms y si en algún momento conseguimos cobertura entonces llegará el mensaje que envio, tenemos que controlar la situación- Te dije mientras tu mirabas hacia ningún lugar.

-Qué película has visto últimamente?- me preguntantes. – Chica, no es momento de hablar de cine, sino de salir de aquí, de controlar la situación.-

Tras varios minutos de estupidos intentos de abrir la puerta, de salir por el techo, de apretar todos los botones, me aflojé la corbata y tu dijiste –yo una de Nagisa Oshima, el imperio de los sentidos- me dijiste sonriendo y mostrando unos perfectísimos dientes blancos. -¿la conoces?- _No, no la conozco- mentí.

Pasados unos minutos de absurda conversación me miraste, desabrochaste más mi corbata, la lanzaste al suelo.

Me besaste como sólo besan las hembras de verdad, bailando dentro de mi boca, saboreando mi saliva, notando el cielo del paladar acariciado por tu lengua. Bajaste, bajaste por mi pecho y mi vientre. Mordiste el botón de los pantalones y con una rapidez increíble me los quitaste y me tiraste al suelo.

Mordiste lo que acababas de sacar de ese lugar, chillé, shhhhhhhh, tranquilo, yo curaré la "herida" quejica. Te dedicaste a lamer, acariciar, arrullar y curar donde antes habías mordido.

Uffff, estaba a punto, muy muy a punto de perder la dureza de mi hombría ahí tirado en el ascensor de un edificio ajeno. Tu lo percibiste y dejaste lo que estabas haciendo, me levantaste y ocupaste mi lugar en el suelo, la espalda totalmente apoyada, tus piernas abiertas y el tesoro que hay un par de palmos al norte de tus rodillas y a una cuarta de tu ombligo se me mostró, gracias al laser la depilación o la cuchilla limpio, terso y sedoso, abierto y ávido de lengua y caricias. Evidentemente no me pude resistir.

Mi cabeza no tenía sangre ni neuronas para pensar cuando y como diablos te habías quitado el traje el sujetador y las braguitas. Tan sólo pude hacer lo que se esperaba de mí. Intentar darte placer. Tu, tan sólo gemías y apretabas mi cabeza contra tus muslos. Mis orejas estaban en el mejor lugar que pueden estar, entre dos piernas tersas y apretadas contra ellas. Fuera el mundo seguiría en lucha y tal vez alguna lejana galaxia estaba muriendo o naciendo. Algún sol alumbrando las nuevas mañanas en mundos desconocidos. Pero allí adentro tan sólo había una hembra y yo, un ascensor parado y dos corazones latiendo a toda velocidad.

Explotaste en mi boca inundando mis papilas gustativas de tu sabor. Gemías como una gata en celo, y de vez en cuando ronroneabas como una peligrosa tigresa. Seguías siendo pequeña, pero ya no tan frágil. Sonreíste al ver mi virilidad dura y vigorosa, enhiesta. Se te veía maliciosa y pizpireta. Te cogiste a ese lugar simulando que lo empleabas de apoyo para levantarte.

Apoyaste tus manos en el espejo del ascensor, me diste la espalda y arqueándola me ofreciste tus dos entradas. Entré en ellas y tú te dedicabas a contemplar tu cara de placer y vicio, de satisfacción y deseo, de mujer reflejada en el espejo. Yo me dedicaba a entrar y salir dentro de ti tan rápido y fuerte como podía. coger el final de tus piernas y acariciar sin arañar tu espalda.

Al final siempre llega el final, y justo en ese instante me hiciste salir de ti, te agachaste de rodillas bajo mi cuerpo y cogiste esa parte de mi  con tus manos, hiciste un movimiento que tantas y tantas veces yo había hecho desde mi adolescencia, dando inmediatamente el resultado esperado. El mundo se paró una centésima de segundo, las aves migratorias pararon su vuelo, y los planetas y todo lo que pasara fuera de ese pequeño habitáculo dejo de tener sentido para mi. Me quede un instante como el gato de schrödinger. Entre la vida y la muerte. Gotas blancas, muchas gotas blancas parecían congeladas en el aire. Tú rauda y vivaracha recogiste casi toda la cosecha en tu lengua y tu boca.

El resto acabo en tu cara y en el suelo. Te vestiste tan rápida y misteriosamente como te habías desnudado. Dejaste un precioso coulotte negro de encaje y con un minúsculo lacito gris marengo en mis manos, diciendo; -aguanta- Abriste el bolso, sacaste una llave chiquita que metiste en la cerradura que hay junto a los botones del ascensor. La giraste mientras mirabas mis ojos sin pestañear y el ascensor empezó a bajar al parking.

Me empecé a vestir tan rápidamente como pude, el ascensor llego al estacionamiento mientras tu seguías riéndote, graciosa y eterna, se abrieron las dos puertas y allí estaba yo a medio vestir, coñando con que volviera a parar el ascensor, y con tu coulotte en las manos. Me miraste, besaste mi nariz y te despediste diciendo. – Y ahora chico guapo, sigue controlando la situación.-

miércoles, 7 de septiembre de 2011

UN MOMENTO EN EL TIEMPO.

Tal vez no sea más que un momento en el tiempo, y el tiempo siempre fue cruel, siempre fue como un buche de agua en el hueco de tus manos que se va desprendiendo, que se va marchando, que va fluyendo hacia no sabemos dónde. Pero todos los momentos son importantes.


Momentos que fueron arañazo en la espalda, mordisco en el lugar más frágil del alma, esquena de dolores compartidos, penas quitadas con abrazos y vino, lloradas y dejadas en la mochila de la memoria como buena lección aprendida. Momentos que serán inciertos y desconocidos como el titubeante vuelo de una alondra, pero que tal vez sean amables y divertidos, zalameros y afectuosos como el olor del orégano salvaje en los montes de Sevilla.

Momento que es. Que es ahora. El ahora eterno, este ahora en el que tenemos muchas respuestas pero muchas más preguntas. Ahora que pasó el tiempo de pedir explicaciones a nuestros padres y comienza el momento de dárselas a nuestros hijos. Ahora que la vida no acepta excusas ni envides. Ahora que ya sabemos lo que es perder trenes y que eso no importa. Ahora es momento de brindar por el pasado compartido, por el futuro porvenir. Ahora es momento de celebrar que cumples una edad que parece marcar la mitad de la vida.

Decía ese, casi paisano tuyo, que hoy es siempre todavía. Que entre el vivir y el soñar hay una tercera cosa adivínala. Tal vez ese tercera cosa sea el abrazo de los tuyos, de los están y de los se fueron. Tal vez. No sé, o tal vez no sea más que dejar pasar los días y el sol y dejar crecer las lunas.

Que decirte amigo, que decirte en este mediodía de nuestras vidas compartidas a la orillita del mediterráneo. Que explicarte en esta noche de camisas blancas. Que contarte, sin filtros ni tamices que no te haya dicho contado ya, que no hayamos reído o llorado ya. Que no sepas. Ya conoces el camino hacia mi hombro, la salida de emergencia, donde guardo las cervezas, donde está el sacacorchos, mi teléfono en tu agenda, el plan “b”. Hoy y ahora es momento de tan sólo decirte FELICIDADES.

Aquí te dejo mi cruz del Sur, esa que a mí me regalaron hace unos años en Hassa Labied. Si con ella trazas una línea recta con las pléyades de estas noches de verano te indicaran el Norte. No lo pierdas.

Aquí te dejamos “E”, el piccolo y yo, mil abrazos y besos, un soplo en las heridas, un montón de páginas en blanco por escribir, un viaje para ver el sol, el consuelo que se da las estrellas que duermen solas, la música cadenciosa que arrulla el alma, el majestuoso revolotear de 40 águilas de plata sobre tu espíritu. La risa de todo, el abrigo en las noches de nieve, el mapa del tesoro, un libro por escribir, más de media vida por vivir, unas alas y un susurro de FELICIDADES.

lunes, 5 de septiembre de 2011

EN NOMBRE DE TANTOS

Por desgracia de un tiempo a esta parte cerca de mi han desaparecido personas queridas. Que decir de la perdida que no se haya dicho ya. Coincide que hace casi un año que unas agujas de reloj se pararon y que dejamos de ver cireres y taronjers a nuestro alrededor.


Hace poquito un amigo, (no sé si leerás esto un abrazo “N” aquí me tienes) hace algo más un conocido, incluso en alguno de vuestros blogs leo últimamente perdidas, innecesarias por acabar antes de que el calendario hubiera debido de marcar, así que, en nombre de tantos, permitirme esta reflexión.

Puedo soportar dormir solo cada noche sin abrazar tu pecho querido, aquél en el que se engendraron mis hijos, en el que floreció el futuro y el presente, que fue esperanza hasta que dejaste de ser y de estar. Incluso aunque me duela, poner un plato de menos, un vaso de menos, un solo café, una lágrima de más. Apagar solo la luz.

Y aunque duela como una tenaza incandescente apretando tras el esternón, sobrellevo el vacio que dejaste en las cajas de zapatos, en los calcetines, en los cajones (aún por abrir) con tu ropa, en los muebles de la cocina, en el punto de libro que no acabaste de leer, en tu música favorita, en toda la ciudad que ya no arde. Aguanto estoicamente,-que remedio-, que las sabanas no tengan tu olor, que la comida no tenga ese toque que tu dejabas con tus mágicas manos, que nadie abra la puerta del ascensor, no poder preguntarte donde deje las llaves, poner en el coche tu canción y que no la escuches.

Resisto las lágrimas, apretadas en las pupilas y bordeando las pestañas, impidiéndoles surcar mi rostro y revolverse en mi barba sin afeitar, para que tus hijos no se pierdan en ellas. Sonrió. Y me bebo la hiel sin miel ni disfraces que dejaste en la mesita de noche antes de hacer tu último viaje con Aqueronte.

Puedo seguir paseando con los pequeños, aunque ellos aún estén esperando ese beso de buenas noches, ese roce de los labios preciosos que un día me dijeron sí. Resisto sus preguntas y busco en la poca claridad que queda en mi alma explicaciones que no me creo, invento mis respuestas e intento servírselas con la mejor de mis sonrisas y la mejor imitación de tu plato favorito.

Y, es verdad, me dirías si aún estuvieras aquí, que aún sin ti existe un hoy y un ahora. Pero te llevaste entre otras cosas, el futuro y lo sembrado dejando un eterno, improrrogable e inmediato ahora.

Todo eso y muchas cosas más puedo sostener en esta mochila sucia y gris que me ha dado la vida. Pero no puedo, de ningún modo, dejar de tener esta tristeza por dentro. Disfrutar las alegrías sin ti a mi lado. Lo que más duele son los buenos momentos sin tu compañía los éxitos que no disfrutaremos.