Es verdad, tengo que confesar que aquellas viejas consignas: “No pasarán” “Hasta la victoria siempre” me producen cierto cosquilleo tras las costillas, y cierta propensión a meterme en las patillas y pantalones de campana que llevaban aquellos que tienen edad para ser mi padre o abuelo. Aquellos que dejaron la piel por ti y por mí. Es verdad, llámame utópico, soñador, ingenuo pero me ilusiona pensar que con claveles rojos metidos en la boquilla de los grises fusiles podemos iniciar, iniciar y ganar una revolución.
Tal vez tenga un algo de iluso fantasioso o novelesco, ves a saber, aún así no soy tan ingenuo. Ya sé que eso no es suficiente, ya sé que mirarnos en el reflejo que dejó el fuego de las barricadas que se quemaron en las manifestaciones de los astilleros, en las de Asturias, en las del metal de Barcelona de los setenta. En el poético mayo de París no es suficiente. Los tiempos son otros. Nosotros somos otros, no somos nuestros abuelos, ni nuestros padres, ni tenemos lo mismo que perder. Los tiempos son otros, el mundo, aún impertérrito, es diferente. Son otras letras y otras canciones. En otras poesías hemos de encontrar la salida, y en otras trincheras hemos de depositar nuestros deseos de cambio. Nuestras esperanzas de que nuestros hijos no tengan que manifestarse, ojala no se pongan enfermos, pero que de hacerlo puedan seguir cobrando un sueldo. En definitiva que nuestros hijos vivan mejor o, al menos, tan bien como nosotros.
Vamos perdiendo derechos, vamos perdiendo esos derechos que costaron milenios (no hace tanto habían esclavos, y aún hoy existen. No nos engañemos) que costaron, hace poquito, lucha y esfuerzo. Derechos que se conquistaron a golpe de hambre, de esfuerzo, de marchas verdes, de barricadas, de guerra sin tregua, de personas cansadas de buscar un buen trabajo sin tener que humillarse. (Fíjate y ahora hay quien vende esa dignidad de hombre, de mujer por un A.3 de segunda mano)
No, no somos tan ingenuos ni tan candorosos pensando que bajo los adoquines haya arena de playa. Tal vez esas playas soñadas, esas Arcadias felices estén dentro de ti, amagadas en tu pelo o en tu mochila. En esa caricia, que furtiva, te autoregalas al sur de tu ombligo por las mañanas.
No sé, no tengo soluciones, y de tenerlas me temo que nadie las escucharía. Lo que si tengo, aquí guardadas en esta cajita de madera de cedro tallada a mano, es un soplo de esperanza, una ilusión que aún es ascua recién nacida y que aspira a transformarse en llama y después en hoguera que alumbre tus ojos y nuestro destino.
Hoy mucha gente ha dejado de trabajar, ha decidido decir BASTA YA, basta ya a tanta pérdida de derechos, a tanta incerteza, a tanta diferencia entre unos y otros, a tanta sinrazón. Joder. Todos queremos nuestros derechos, todos queremos vivir, vivir bien y en paz. (no voy a entrar en esa falacia y estupidez de empresarios buenos trabajadores malos, o empresarios malos trabajadores buenos –según quien lo diga) no, no, no que va joder, no es eso. (Impresentables y capullos están en todos lados y gente que merece la pena también) Basta ya, de esta España de Isabelinos y Carlistas.
Se trata de que nadie quiere que le roben sus derechos cortándole el bolsillo de los tejanos, nadie quiere perder lo poco que se tiene y que antaño se ganó. Ya ves, antes se luchaba por tener derechos, se luchaba con garras y dientes, con uñas, sudor, sangre y prisión. Algo se consiguió. Poco, es verdad, pero ese poco que hemos heredado. Vamos a perderlo?
Yo digo que no. Yo digo que cuento contigo. Yo digo que suenan tambores de cambio y que tal vez cuando estos dejen de sonar empiecen a bailar las estrellas.