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martes, 23 de julio de 2013

ME GUSTA VOLVER.



Dice Joaquín Sabina en su maravillosa canción Peces de ciudad ( de todo su repertorio, esta está, sin duda, entre las 4 ó 5 primeras en mi lista de imprescindibles)“En Cómala comprendí, que al lugar donde has sido feliz no debes tratar de volver”. Miguel Ríos en su canción El Blues de la soledad, dice “ No preguntes más cosas, detén el olvido, entra a saco en la vida como un vendaval. Al lugar donde has sido feliz es mejor no trates nunca de regresar”. Y, oye!!, de ningún modo se me ocurriría contradecir a dos grandes maestros. No sé, tal vez sea la edad. Pero aquí, en esto, difiero con ambos. A mi si, a mi me gusta volver de tanto en tanto a esos lugares en los que he sido feliz.

Retozar un ratito en esos recuerdos. Ver una vez más, esa ciudad que tanto me gustó, con nuevos ojos. Respirar Venecia cuando llueve y cuando hace sol y ver que tal va aquel desconchón en calle Fiuvera o la “marea alta”. Volver a pasar por sus puentes y ver si, una vez más, me caeré en alguno de ellos. Volver a ver Montparnasse con la pupila más vieja. Repetir el mismo menú con boina y copas robadas en el Sena. Pisar una vez más la arena de mi playa. Maravillarme, de nuevo, con el ramillete de estrellas que brillan sobre Erg Chebbi y Hassi Labid. Probar tras años de maridaje de mi alma y mi piel si sigue sabiendo tan bien el Oporto escuchando fados en Alfama, mientras el Tajo sigue cadencioso su camino al Atlantico. Quiero volver, Fíjate , a ver como bailas tangos en San Telmo y que tal cantan las ballenas cuando dentro de unos años todo cambie para todo seguir igual. Me gusta, que le voy a hacer, volver una y otra vez a esos lugares en los que mi sonrisa dibujó una media luna en mi cara.

Claro está me encanta hacer cosas nuevas y descubrir, libros, rutas, paisajes, personas, momentos y músicas.

Pero, yo, quiero volver a releer ese libro que me emocionó y revisar esos sentimientos tras los años y las gotas de sudor que la clepsidra del tiempo va dejando perenne en la piel. Quiero, por ejemplo, volver a enamorarme de Glauka la vieja sirena y ver si ahora, con estas cuatro décadas, me siento más identificado con Ahram o con Krito. Me gusta volver a bailar entre letras cuyos compases ya creo conocer. Releo muchas veces los comics de mi juventud. Fíjate, será que aún creo que los buenos vencen sobre los malos.

Quiero volver, ya ves, cada noche a ese sueño en el que te encuentro desnuda y en el que tus pezones señalan la luna llena y tienen ese indescriptible e inconfundible sabor a mediterráneo y a Sal.

Volver a disfrutar, una vez más, esa copa ya bebida. Si, quiero probar nuevos vinos y los nuevos licores que la vida me brinde pero siempre querré volver a la ribera del Duero, y a los blancos de mi tierra.

Me gusta volver a ser ese lugar en el que te escondes. Ese recoveco en mi pecho en el que se posa tu cara cada vez que estas triste. Esos ojos en los que te reflejas cuando la vida te sonríe. Volver, incluso, a ese dolor, a esa amnesia del paladar que tiempo atrás se agazapó en el corazón.

Volver, a antiguos sonidos, a la banda sonora que acompaño mi niñez, los petardos de San Juan, las caídas en bicicletas, y las almenas de castillos en los que rompía mis huesos.

No creo que sea una cuestión de nostalgia o añoranza. No, no es eso. Tal vez tan sólo de ser igualmente feliz, en el mismo lugar en que lo fui. Serlo, nuevamente, con nuevos ojos, nueva vida, nuevas expectativas. Volver al mismo sabor con nuevo paladar.

jueves, 11 de julio de 2013

UN HAIKU PARA TI

Jugar, mirarte
bailarte en mis sueños
vivir queriéndote.

jueves, 4 de julio de 2013

SEX TIME

Hacía tiempo que no nos veíamos. De hecho, solíamos vernos tan sólo cuando tenías problemas. O cuando a mi me sobrevolaban penalidades.


Me sorprendió tu corte de pelo, siempre tan largo, tan arreglado, tan sedoso, y con un color tan natural. Me chocó vértelo corto, teñido de rojo, con flequillo cayendo sobre tus ojos negros y extremadamente pintados. Como si fueras algún tipo de bruja moderna. No era tu estilo pero estabas tremendamente guapa y sensual.

Me contaste de tus fracasos de estos últimos tres años, los que hacía que no nos veíamos ni teníamos más contacto que por pantallitas y maquinitas de por medio, de las nuevas heridas, de un divorcio complicado. Que dejaste el trabajo y volviste tras más de 20 años al tabaco.

Venias, decías, de un viaje por Rochefort y Saint Agnan. Francia siempre fue un buen lugar para irse a olvidar. Y allí me comentabas que te habías pasado los últimos tres meses buscando información e inspiración en Pauline Rèage porque querías escribir un libro, con historias similares a las que vivió O tras su paseo por el parque Montsouris Monceau.

-Desde cuando te gusta escribir? Te dije sonriendo y cogiendo tu mano. – no sé si me gusta, pero he dejado el curro y me apetece escribir una historia así-.

-Qué sabes de ese tipo de historias? - Te dije riendo casi a carcajadas y vaciando la primera botella de tinta de Duero.

-Nada, nada de nada jajajajajaja- y de nuevo tu sonrisa ilumino el mundo, y la estancia en la que estábamos.

Sería ese vino, no sé, o este fresquito del recién iniciado Otoño, o tu pelo rojo de bruja, o esa mirada de hembra perdida pero fuerte. No sé.

Qué tal si aprendemos algo más sobre el personaje de Anne Desclos?

-ufffffffff. Dijiste.

Decidí que se acabó el tiempo de hablar, de escuchar. Me fui hacia ti te cogí la muñeca izquierda, seguías llevando el reloj en la derecha. Mira algo que no había cambiado. Llevándote a la cocina cogí unas tijeras, te indiqué que cortaras las cuerdas en las que tendía la ropa. Lo hiciste obediente, sonriendo casi riendo, como si fuera un juego. Te miré con la mirada más acerada que tú habías visto. -Yo no estoy jugando-. Tú cara cambio un segundo como si te asustaras. Sonreí un poco y relajaste tu semblante.

Te lleve hasta la habitación y te puse cara a la pared, con la cuerda te di muy muy suavemente sobre los tejanos, justo debajo de tu cinturón negro. Callabas. Luego golpee fuertemente la cuerda contra el aire, chasqueando la brisa que recorría la habitación. Impetuosamente golpee el suelo y la pared, sin rozarte pero acercando ese improvisado látigo a tu piel morena. Te diste la vuelta y me miraste. Me acerque a ti con la cuerda en una mano y mi cinturón en la otra. Aparte tu flequillo rojo de tus ojos y mi lengua bailo con tu lengua del mismo modo que danzan los demonios en los aquelarres de invierno.

Te quité la ropa casi a mordiscos, casi a arañazos. Mi lengua bajó por tu barbilla, tu cuello. Me entretuve en ese delicioso hueco que se forma al final de tu cuello y deje allí mi saliva. Lamí tus pechos y mordí tus pezones. –Ahhhhhhhhhhhh- dijiste. Yo no dije nada. Seguí bajando y bajando, mis dientes se encargaron de rasgar tus braguitas, mis manos de acabar de arrancarlas. Escupí en ese lugar antes tapado por esa pequeña pieza de encaje morado. Introduje un dedo, dos, tres. Tú echabas para atrás tu cabeza. Intentabas de modo baldío cerrar tus piernas.

Deje de golpe lo que estaba haciendo, te cogí en brazos y te tumbe en la cama. Con mi cinturón, el tuyo, y la cuerda até tus manos y tus pies te quedaste, desnuda de cuerpo y con un alma aún escondida, en forma de X sobre la cama. Aún sonreías. Me mirabas, yo seguía vestido. Descalzo, tejanos y camiseta negra. Me quite la camiseta, la hice jirones y fui a tapar tus ojos. Apartabas tu cara, jugueteando como diciendo que no. Te abofetee suavemente la cara. Susurraste algo parecido a – hazlo otra vez- pero no sé lo que decías, lo hice algo más fuerte. Tape tus ojos y algo parecido a tu sonrisa se enseñoreo en tu cara.

Abrí la ventana y el ligero frio otoñal se adueño de tus pezones endureciéndolos. – donde estas?- -Eiiiiiiiiii, donde estas?- te deje un rato sola. Puse música, y mientras sonaba lascio ch’io panga me acerque de puntillas a la cama en la que permanecías atada, inmóvil, y con los ojos tapados. Lamí, impúdico tus oídos, olí tu pelo y tu cuello. Cogí una botella de vino y con ella empecé a acariciar todo tu cuerpo, pasándola por tu vientre y dejando que lamieras con tu lengua el frio y verde cristal. Llegue con la botella a tus muslos abiertos e imposibles de cerrar por las cuerdas que ataban tus piernas. Un ligero semblante de terror se aposentó en tu rostro.

Dejé la botella rozando tus muslos y el final de estos. Me acerqué a tu cara y te besé. Tu boca primero permaneció cerrada, un segundo o tal vez dos, luego la abriste desesperada lamiendo mi lengua mi barbilla mi cara y mi barba de dos días. Deje mis manos que aún mantenían tu sabor entre los dedos al alcance de tu lengua libertina. No desaprovechaste la oportunidad de lamer tu sabor. Quité la botella de ese lugar. La abrí y bebí un pequeño sorbo de vino que compartí con tu boca. Derramándolo entre tus labios. Bebías ansiosa. Y yo mordía tu lengua. Bajé hasta el sur de tu ombligo y mordí, lamí, y bese ese lugar que sin duda habías depilado pocas horas atrás. Te arranqué varios orgasmos. Ya no intentabas zafarte de las cuerdas ni de las ataduras.

-desátame- dijiste varias veces y yo te ataba más fuertemente. –Quítame la venda- a esto accedí tras algunas de tus petits morts. Ahora si, tras esto me quité los pantalones y me quede tan desnudo como tú. Te miré a los ojos, me mirabas complacida. Entré dentro de ti. Salí y deje que todo lo que en ese momento debía de salir de mi se esparciera sobre tu vientre, sobre tu pecho y sobre tu cara.

Estabas lindísima, atada, con hilos blancos que rápidamente iban transparentándose esparcidos por tu cuerpo. Especialmente morboso me pareció uno de esos pequeños hilos en tu ojo ya enrojecido.

Te desaté, acabamos el vino, los abrazos, los recuerdos y los besos. - Ya me dejarás leer tú libro guapa- te dije antes de marchar. Te despediste de mí con dos besos.