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jueves, 5 de febrero de 2015

LA VIDA TODAVÍA.

La vida suele ser una fulana que no siempre te trata bien, en ocasiones si, pero no siempre. Además inexorablemente pasan los días, las horas y los meses. Inevitablemente la vida pasa y al final, cuando llega el final acaba. Nos aleja de la niñez y de sus sonrisas, de la adolescencia y su efervescencia. Nos hacemos mayores. (en el mejor de los casos. algunos quedan en las cunetas y a mitad del camino) 

En todo caso, la vida, en ocasiones es agradable y tierna. Te hace disfrutar de las pequeñas cosas, de aquellas que aparentemente no tienen importancia. Hace unas semanas disfruté de un corto paseo en moto, con un agradable frío invernal entrando por el casco y los guantes de mis manos. Fui a una terraza conocida y mientras el último sol de enero, tibio, y brillante mostraba su brillo en mis ojos  me pedí una cervecita, abrí un libro de poesía y dejé que el tiempo se meciera entre trago y trago de cerveza y entre maravilla y maravilla de la magia de las palabras que habitan tan sólo en lo escrito por la tinta azul de los grandes poetas. Los poemas de Rodolfo Serrano bailaban en mis pupilas y mi corazón se acordaba de ti. Tal vez pinzones y petirrojos sobrevolaran entre mis canas y las nubes. No lo sé. Pero tal vez si.

Levanté mi mirada, entró un hombre mayor (no sé porque viejo debe de ser despectivo, ser joven no es un alago y ser viejo no es ni debe ser un insulto. Yo, aún no lo soy, pero espero algún día ser viejo) Un hombre aún alto, con zapatos impecablemente limpios, negros. Pantalón de pana, chaleco, americana con pañuelo azul oscuro en el bolsillo, sombrero también azul oscuro  de ala corta que daban media sombra a unos ojos azules, acerados y tiernos. Manos duras y porte de viejo torero con mil cornadas, que aún sabiéndose débil no se da por vencido. Buscó con la mirada una mesa libre en aquella pequeña terraza con vistas a mi mediterráneo. Todas ocupadas.

Una señora de más o menos su edad, tomaba un café con leche, estaba sentada, ojos vivos color miel, pelo blanco, sin teñir, luciendo las canas y el rastro de vida que las arrugas habían dejado sobre sus ojos y en su piel, el pelo finamente recogido en un moño alto, jersey negro de cuello vuelto. Pendientes de plata vieja, y simpáticas pulseras que sonaban cada vez que movía sus manos para pasar las hojas de la vanguardia. Papiro de piel, con uñas pintadas de granate oscuro, que sin duda habrían trabajado, amado y sufrido. – siéntese aquí si quiere- le dijo – No quisiera molestarla,- contestó, y me gustaría pensar que esos ojos de viejo ladrón de corazones brillo. – no me molesta,- dijo ella.

Se sentó y se pidió una copita de vino tinto. Se dijeron los nombres dándose la mano, se hablaban de usted. Coincidieron en que ambos tenían 76 años, presumieron de hijos y de nietos.

Yo seguía leyendo poesía, disfrutando mi cerveza y escuchando una conversación ajena, que lejos de producirme pudor me trajo un soplo de felicidad y esperanza. No sé cuando pasó pero en un momento, tras hablar de sus derrotas, de sus viudeces, del recuerdo amargo de algunas gotas de la clepsidra dejaron de llamarse de usted y se tutearon. El viejo ladrón le preguntó a la guapa señora si la acompañaría con otra copa de vino. La preciosa madre reina sonrió y esa sonrisa tenía más jovialidad, certeza y rincones en los que dejarse caer que ninguna otra. – sólo si lo acompañamos de algo de comer- contestó.

Yo pedí otra cerveza. Seguía haciendo frío y el sol intentaba luchar contra el invierno. Pero el día era agradable. Ahora, si, ahora pinzones y petirrojos sobrevolaban el viento. Apuraba mis tragos mientras el verde de mis ojos viajaba entre la poesía que había en mis manos. -Ya ves, volví a acordarme de ti.- y las sonrisas de aquella vieja pareja. Decidí que era momento de marchar y dejar de escuchar lo que no me incumbia justo cuando acabe de leer estas bellas letras del del Maestro Rodolfo,

Que importa que los tiempos nos sean crueles
que maten y nos hieran, si en mis manos
conservo los papeles de tu boca,
la promesa firmada de que nunca

podrán los calendarios con  nosotros.