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lunes, 28 de febrero de 2011

11, POR DESGRACIA HABRÁ MÁS.


Estaba sentado en una terraza con el mediterráneo rugiendo como un gatito contento y dejando en la arena un deseo de tener las aguas más calientes. La tarde caía retraída y taciturna como a destiempo, como queriendo durar un poquito más. Resistiéndose el sol a marchar tras las montañas. Era una sosegada tarde de final de invierno, en las que parece que todo marcha bien, en las que parece que todo transcurre con esa tranquilidad con la que los cachorros de León van a dormir entre las protectoras zarpas de sus madres leonas.

Leía el periódico, ya sabéis la fea costumbre que tengo. Tenía allí en mi regazo unos poemas de Omar Khayyam y en lugar de deleitarme y disfrutar de sus palabras bailando ante mis ojos decidí leer la prensa.

Once, once eran las mujeres que han sido asesinadas por sus parejas, exparejas y/u otros de análoga relación. (creo que ahora cuando me dispongo a publicar estas palabras han habido, al menos tres asesinatos más) Catorce, o ves a saber cuántas, a estas alturas del año recién empezado, casi recién nacido. Una, sólo una sería absolutamente inaceptable. De repente el mediterráneo se vuelve oscuro y gris. El sol, de pronto, tuvo mucha prisa por marchar y esconderse tras las montañas, tal vez para no leer lo que yo leía, tal vez para no llorar. El cachorro de León que estaba a punto de dormir agazapado en cómodas pezuñas se transformó en un monstruo que ruge pesadillas de angustia. La tarde cae. Mi sonrisa cae. Mi alegría por un mundo un rinconcito algo mejor se estrella irremediable contra esta realidad crudita y poco hecha que tenemos a nuestro alrededor. No llueve, pero diluvia en las almas de los hombres y mujeres de bien.

Hay tantas, tantas cosas que no puedo entender (disculpar las estrechas entendederas de este que intenta serviros la realidad envuelta en poesía, en poemas) son tantas, no ya las injusticias, que todos conocemos y que incluso acepto como parte de la vida. Dolor, alegría. Dicha, tristeza. Penurias, abundancias. En fin, vida en las dos caras de su moneda que sería imposible narrarlas todas, pero el hecho de que alguien acabe con la vida de otro alguien me es incomprensible (a no ser que sea en defensa propia o de los tuyos, harina de otro costal en la que quizás entremos algún día) esas muertes, inútiles, me parecen totalmente incomprensibles y aterradoras. Máxime cuando esa muerte es a manos de una persona que en algún momento ha querido, ha amado, ha compartido proyectos y promesar, certezas y miedos, con la persona que ha transformado en su víctima.

Me gustaría decir algo que no se haya dicho ya sobre el tema. No se me ocurre nada. Está todo dicho y curiosamente todo por decir. Supongo que se limita a aceptar que nadie es propiedad de nadie, que cada cual es libre de elegir su destino y decidir volar en una dirección u otra con una u otra compañía. Que todos deberían de entender y aceptar que pueden ser dejados por otras almohadas, por otras camas, por otros sueños, por otros destinos o por otras personas y deben de ser capaces de aceptar la frustración el desengaño y el revés que en ocasiones trae el tiempo. No siempre los planes salen como sueñas. No pasa nada, así es la vida, hay que aceptar lo bueno y asumir lo malo. Así de difícil, así de sencillo.

Desgraciado el día en el que aquel que debería de haberte hecho dormir en lunas de cuarto creciente y compartir el nacimiento de estrellas acuchilla tus sueños y tu carne enviándote al cielo, al paraíso de los que mueren antes de tiempo. Condenándose ellos con la misma cuchillada a un infierno eterno en el que debieron entrar, para no salir, en el mismo instante en el que se les paso por la cabeza arrancar una vida. Primaveras podridas. Frio en la mirada. Silencio que brama lo injusto.

Cada grano de arena que tengo frente a mi, mientras escribo estas palabras, gritan maldiciendo los nombres de esos asesinos, de todos los asesinos. Deseando que jamás encuentren mano a la que cogerse, ni hombro en el que llorar su vergüenza y la cicatería de sus negras entrañas.

Tristeza suelta y desatada, mil lagrimas derramadas por pupilas que de verdad querían a las muchísimas que ya han muerto (el año pasado por estas fechas eran 4, muchas muchísimas también) Dolor perenne, como las hojas de las acacias, como los pinchos de los cactus venenosos. Amarga desdicha que siempre estará pegada a la medula de los seres que han perdido a esas mujeres.

lunes, 21 de febrero de 2011

CREEME

Créeme cuando te digo que no me gusta que me digan lo que tengo que hacer, quizás por eso me equivoque tanto. Que no me preocupa equivocarme o caerme sobre los errores que yo mismo cometo. Ya me levantaré. Que no me gusta tener la sartén por el mango ni que nadie la tenga, detesto los sartenazos y demasiados di y me dieron.

Créeme, que ante la certeza de que muchas estrellas duermen solas, me pongo triste. Que me aflijo y me muestro taciturno al presentir que se han apagado todos los faros que guían el sentido común. Y has de saber, que aún tengo esperanza en que las cosas funcionen bien. Que el cuento tenga final feliz. Que el ánfora, que urgentemente cerró Pandora, contiene en su vacío interior esperanza y soluciones. Que cada cual comerá las perdices o verduras que le apetezcan.

Créeme, si te digo que tengo muchas más dudas que certezas, pero que para algunas cosas, no me cabe la menor duda. Que tengo en la mochila de la vida, más cosas por vivir que experiencias vividas. -o al menos eso me gusta pensar-. Batallas por emprender, cervezas que compartir. Besos para darte. Problemas que arreglar. Alegrías por vivir. Ventanas abiertas. La lluvia.

Créeme si te digo que me gustan las manos que aprietan con fuerza y acarician con calma. Quiero que sepas que no siempre digo la verdad, que no soy un Ángel, pero que no creo que vaya al infierno. Que, a pesar de decirlo, no me siento tan guapo. Que no digo lo mucho que te quiero. Has de saber que no llevo tan bien las cargas ni las cicatrices, que puedo ser un maestro de las imposturas y jamás mostrar ese pesar. Créeme cuando veas que, aún sin cansarme de luchar, en ocasiones se me hace muy ardua la cuesta del viaje, los repechos del camino. Créeme si te digo que la gran mayoría de las veces es maravilloso vivir, y que en la balanza vital pesa mucho, muchísimo más, la positivo. Soy afortunado.

Créeme; En ocasiones deseo meter la mano en mi bolsillo y me gustaría encontrármelo huérfano de llaves, vacíos del frío metal normalmente desgastado de tanto entrar y salir, de tanto abrir y cerrar las obligaciones y cerraduras. Encontrarme en su lugar un viejo pergamino, hecho con hebras de piel de plátano, arrugado y apolillado, y en ese pergamino leer con estos ojos cansados de mirar a distancias cortas de ordenador y deseosos de más nuevos horizontes, un destino mágico y desconocido. Encontrar en los bolsillos, o en el maletín de aburridos papelajos, la tormenta, la lluvia que llueve y que arrastra el desaliñado polvo nuestro de cada día.




Viajar hacia lugares que aún no he hollado con mis botas de todas partes, eso complace mi espíritu regocija mi alma y me produce una asombrosa felicidad. Créeme quiero tener miles de caminos recorridos, veredas pisadas. Dormir en más desiertos, en más playas, en más ciudades, subirme a más árboles y montañas. Me gustaría ser un incansable expedicionario hacia lugares recónditos. Hacer fotos en esos emplazamientos y mostrártelas mientras escribo sus historias. Créeme, me duelen las injusticias, la estupidez y el dolor ajeno y no me importa contarlo.

Créeme si te digo que me gustaría quitarte las penas, ser tu paraguas y tu abrigo, el frío que recorre tu espalda, el calor de tus pies cansados, el encaje de tu ropa interior. Que el mejor camino que puedo tomar es el que llegue a tus labios.

Créeme cuando opino que tengo la edad en la que todo importa, en la que ya se acumulan tantos recuerdos como planes de futuro. En la que ya tienes demasiado que salvar de las olas, los tsunamis de la vida y del tiempo. Motivos, que hay y que vendrán, para mojarse con la tormenta y resguardarse de la tempestad.

jueves, 17 de febrero de 2011

CONTINUA.....

Ra. El dios del Sol, esposo de Nut ardió de celos y envidia. Dicen que jamás desde el principio de los tiempos el sol ha brillado con tanta fuerza y rabia. Se encolerizo. El negro y furioso gato negro de los celos arañó con sus sucias y afiladas garras la cara y los ojos del sol. Sembró la duda y el odio.

Ra Lloró, se olvidó de las veces que él había yacido con otras diosas y con otras mortales, incluso otros dioses y otros mortales. Olvidó la libertad de la que deben gozar los dioses. Explotó en rabia y sospecha, arrojo sobre el gran desierto muchos más kilómetros de sequeral y tierra yerma e infértil. Maldijo a su esposa. Envío a la orilla del Nilo la más terrible maldición. Nut no podría parir al hijo que crecía en su sagrado y divino vientre en ningún mes ni ninguno de los 360 días del año.

Las saladas lágrimas de Nut corrían su rostro ensuciándolo y ensangrentándolo como lo haría un espejo roto sobre su frente. La tristeza anido en su vientre junto a los dioses que allí crecían. Mientras tanto las palmeras seguían madurando y los dátiles adquiriendo azúcar y dulzura, tal vez para endulzar las saladas lagrimas de Nut. Mientras tanto el Nilo seguía fluyendo hacia el norte y sus percas, vundús, lucios, cocodrilos y peces gato seguían viviendo y ofrecían sus condolencias al paso de la falda de Nut.

El padre de Nut, Shu el viento, no paraba de pasar cadencioso por tierra de dioses y hombres llevando en su silbido la noticia, la aterradora noticia. La tristeza robó el olor a coco de la piel color miel a Nut, esparciendo su olor entre las pequeñas olas formadas a un lado y otro de los antiguos poblados nubios. Thot Dios de la escritura y la sabiduría, que comprendía muy bien que en ocasiones el alma necesita descansar en otro pecho, que tenia certero conocimiento que el cuerpo en ocasiones precisa disfrutar de otras manos, antiguo amigo y, también como Geb, amante de Nut decidió ayudar.

Thot subió a los cielos ando por las constelaciones y apostó fuerte con Khonsu –La luna vengadora-. Apostó que él conseguiría ganarle a las cartas, que él, la sabiduría, podría ganar una partida de cartas a la Luna vengadora. Si Thot ganaba Khonsu –la luna- daría una setentaydosava parte de cada día del año. Khonsu acepto.

Esa noche, de Luna llena, comenzó la partida. Nut y Geb observaban ansiosos con la intranquilidad febril que da la espera de los desesperados. A su lado, cuidando las semillas divinas, que se engendraban en su interior, cuidando este crecimiento estaban gatos rallados, camellos, búhos enamorados y chacales mágicos todos ellos esperando el resultado de la partida de dioses. Y tal vez nuestro Dios, el de nuestra cultura quiero decir, no juegue a los dados tal y como decía Einstein, pero los dioses egipcios juegan a las cartas. Tal vez sean ellos los que al barajarlas barajen nuestro destino. Quizás Bes, el dios enano de la suerte, reparta unas u otras a sus iguales y a los mortales. Escarabajos azules intentaban remendar las heridas de la cara de Nut. Lo consiguieron. Volvio el brillo de miel de su piel.

Esa noche, a pesar de ser de Luna llena, fue una noche oscura y sin estrellas. Las estrellas estaban pendientes del juego y de su resultado girando su mirada y refulgente brillo hacia la cara de Khonsu y los Ojos de Thot. Finalmente como siempre, al final llego el final, acabó la noche, acabó la partida. Salio Ra el sol despechado de nuevo a brillar y alumbrar al mundo y sus vaivenes sus alegrías y tristezas. Un Guepardo cazó a una liebre, el mundo siguió su curso.

Thot, la sabiduría, ganó a Khonsu. Khonsu vengador y buen dios de la luna cumplió su palabra. Nacieron los días epagómenos. Se completó el ciclo del año solar. A partir de ese día el año tuvo 365 días. En ellos, en estos “otros” cinco días nacieron las semillas que germinaban en Nut. Se dio paso a nueva vida. A importantísima nueva vida y esperanza
Osiris, Horus, Seth e Isis.

Tal vez, del mismo modo que de esta tragedia nacieron esos vitales y contrapuestos dioses, que llevaron alegría y guirnaldas a su pueblo, que llevaron nuevas historias y nuevas esperanzas, de la tragedia de algunos pueblos, de algunos hombres y con la partida ganada – en este caso a Mubarak- Nazcan nuevas sonrisas, nuevas vidas más alegres, un futuro más fertil.

lunes, 14 de febrero de 2011

SEGUIMOS EN EGIPTO.


Esta entrada, poco o nada, tiene que ver con San Valentín, y si con ese nuevo momento que parece que hay en Egipto. Es en Honor al porvenir. No sé a vosotros, pero a mi desde que marchó Hosni Mubarak me da la sensación de que el mundo duele un poco menos y huele un poquito mejor. El presente continua siendo duro y difícil pero el futuro puede que tenga mejor aroma, mejor sabor. El hilo de blanca lana con el que se teje el mañana ya no está en las manos manchadas de rojo sangre de un dictador. Así que esta historia, tal y como prometí hace unos días, va por el pueblo Egipcio, por sus dioses a ver si de una vez despiertan y derraman sus semillas de esperanza y de seguridad en la fértil rivera de lodo del viejo Nilo.

Hace muchos, muchos años cuando los bisabuelos de nuestros bisabuelos aún no habían nacido. En un lugar muy lejano una joven diosa del cielo llamada Nut casada con el Dios del Sol Ra, vio por primera vez, en su ya larga vida, a Geb dios de la tierra. Geb era fuerte apuesto, y paseaba descalzo y enseñoreando sus fuertes piernas nunca cansadas de andar por el Nilo. Nut se enamoró perdidamente, de modo loco y febril como sólo pueden hacerlo las Diosas, del joven Geb.

Nut no hacia más que andar por los fértiles bordes del Nilo, perdida y distante. Sus pies calzados de albarcas de cáñamo pisaban las arenas que bordeaban Heliopolis. Una fina tunica de lino blanco, semitransparente, a penas tapaba su cuerpo, a penas cubría su pecho. Soñando con volver a ver los deliciosos ojos negros de negras pestañas de Geb. O tal vez con dormir en sus brazos. O nadar en la humedad de sus oscuros ojos. Paseaba sus caderas y notaba como el pelo azabache era movido por su padre, el viento -Shu-, como si su viejo y sabio padre quisiera susurrarle secretos al oído y tan sólo consiguiera hacer bailar su cabello. Como os decía, Shu movía la negra melena de su hija haciéndola bailar al compás de su soplido, al ritmo del batir de alas de los colibríes, esparciendo entre los sicomoros el dulce aroma a coco de la piel color de miel de su hija Nut.

De repente, así sin previo aviso como pasan estas cosas, Shu (el viento, padre de Nut) dejo de soplar en la dirección que lo hacia, y caprichosamente, o ves a saber quizás de modo intencionado, soplo en dirección contraria. La Nariz aguileña y bronceada de Geb, señor de todas las tierras, dejo de estar percibiendo el agradable olor de las flores de loto nacidas del fango que el pisaba y percibió un profundo, dulce y agradable olor a Coco. Provenía de la piel color miel de Nut. Al-nahr dejo durante un instante de brotar del lago Tana. El mundo paro la respiración. Las Cigüeñas y los Ibis pararon su vuelo. Las flores de Loto, los Jacintos, las perseas y los tamarindos dejaron parar la sabia que recorre sus troncos y sus hojas. Justo en ese instante los negros ojos de Geb (dios de la tierra) y los ojos miel de Nut (diosa del cielo) se juntaron en un eterno presente.

Todo paro menos el deseo, y la pasión. Pasión de Dioses, sexo desatado, caricias clandestinas, manos de tierra que acariciaban el sur del cielo, sus manos, sus ojos, su espalda, sus pechos, sus piernas su ombligo y su culo. Finalmente anhelada explosión de deseo y lujuria dentro de Nut, blanca lluvia de un dios al interior de una diosa. Se quedaron dormidos a la orilla del Nilo apoyados en una palmera que hundía fuertemente sus raíces en la tierra, mientras sus hojas miraban con envidia al cielo. Esa pobre palmera ahí tenía a ambos; a la tierra y al cielo yaciendo satisfechos y apoyados en su tronco.

Ra. El dios del Sol, esposo de Nut ardió de celos y envidia. Dicen que jamás desde el principio de los tiempos el sol ha brillado con tanta fuerza y rabia. Se encolerizo…. CONTINUARA (Si queréis)

martes, 8 de febrero de 2011

FEBRERO DE CARNAVAL

Cuentan los bisabuelos de nuestros mayores, allá donde estén, que el origen del Carnaval es una fiesta pagana que se organizaba en honor a Baco (a este Dios no lo odio) que es una festividad que se realizaba ya en la antigua Sumeria y Egipto hace más de 5000 años. En todo caso es una fiesta, una necesidad como todas las celebraciones, para enmascararse, para liberarse de lo mundano de la vida diaria. Lapsus de permisividad en la que nos libramos de la represión diaria. Horas en las que todo está permitido. (Es una fiesta en honor a Baco, recordemos la palabra Bacanal)

En todo caso, a mi se me ocurre que es un buen momento para intentar ser otros, que otras Alondras descansen sus cansadas alas de latir en nuestro pecho que aún late con fuerza.

Ser, como recitaba el maestro Sabina; Pintor en Montparnasse, viejo verde en Sodoma, sultán en un harem, gitanito en Jerez, Tabernero en Dublín, tahúr en Montecarlo, el mas chulo del barrio suspendido en religión, flautista en Hamelim o fotógrafo en Play Boy. Y aunque yo también le meto mano a la vida y no soy ni de lágrima fácil ni me quejo de vicio. Admito que siempre quise ser arañazo en tu espalda.

No sé, tal vez este sea el tiempo de vestir de Arlequín nuestros miedos y reírnos a carcajadas de ellos. Meterles una patada en el trasero y enviarlos a un lugar del que no puedan volver. Vestirse con los bordados de las buenas cosas que suceden a veces. O salir a la calle tan sólo con hoja de parra que tape todo menos la vergüenza.

Y qué tal, si tú te disfrazas de Caperucita roja? Siempre te sentó muy bien el rojo, combina con tus labios, y yo de lobo feroz, seguro que se me ocurre donde morder.

Ponernos las ropas de otro, esos que no se caen ni pierden batallas, vestir una cota de malla bordada en plata vieja de mitril de elfos. Esas cotas de malla que esquivan las negras cuchilladas de la vida y las desgracias que esta conlleva.

Disfrazarme de la locura que salta entre tus pestañas o de despedida o abrazo o del, incomprensible, frio que recorre tu espalda las estrelladas noches de las pléyades de agosto. De aguja gorda del reloj para detenerla en nuestra mejor hora y, una vez detenida, repetirla eternamente.

Disfrazarnos de las manos que en las noches de invierno acarician tu cabello y las briznas de hierba que recorren el aire alrededor de tu pelo, como si fueran los horas que recorren nuestros días. De aquel que ve pasar el tiempo bebiendo los vinos dulces y los licores amargos que la vida pone en nuestros ropajes, disfrazados o no. Ponernos Aquel gorro con pluma azul (ya sabes; pluma de búho que se enamora de alondra) que sirve para pedir perdón cuando es necesario y te arrulla con la manta verde de sus ojos para calmar el enojo.

Disfrazarse, tal vez, de semilla para plantar en esos lugares en los que no se come tres veces al día, en el estambre que ayuda a crear el néctar que dé frutos a aquellos que lo necesitan. En la miel de la vida que les niegan. La capa de sentido común y razón que a tantos parece faltarles.

Ponerse ese extraño disfraz, difícil de encontrar, que trasforma lo que hoy es sombra en luz para mañana. Del error que cometí. De medico que encuentra cura al cáncer y vacuna contra el sida. Vestirnos de viernes por la tarde. De siesta acompañado. De botón que amarra tu abrigo en invierno. Del soplo que eriza el vello en tu cuello. Del regalo que quieres recibir. Del tiempo pequeño que se acurruca en tus manos. De la paz que se mece en una hamaca en tus rizos. De cigarra que invita a una cerveza a la hormiga triste y aburrida.

miércoles, 2 de febrero de 2011

EL MUNDO CAMBIA ¿...?


El pueblo tunecino fue el primero, en el mundo árabe, en decir basta a una dictadura opresora y cruel. El 17 de diciembre de 2010 en Sidi Bouzid, Túnez, consiguieron sacar del poder a Zine el Abidine Ben Ali. Poco después el pueblo Egipcio se siente inspirado y nos dan una lección que parece olvidada desde mayo del 68. El movimiento, pese a la ferocidad insufrible de una feroz represión se extiende como la esperanza y el olor de los sicomoros por todo Egipto, tiene una sola consigna: “el pueblo quiere la caída del régimen”. La brizna que anida en nuestros corazones, y concretamente en las almas de los egipcios ha devenido brasa y esta se convirtió en llama. El clamor es extruendoso: Las gentes de bien exigen que el dictador Mubarak abandone el poder después de 30 años.

Una vez más, como si no hubiéramos aprendido del tiempo, ha sido necesario tomar el timón o naufragar en la tormenta -que diría Gabriel Sopeña- y se ha debido de tomar la vía revolucionara. Revolución en la que participan clases populares, los jóvenes, maduros y niños, hombres y mujeres, cultos y menos cultos religiosos y no religiosos y en esta ocasión incluso por los ricos. En Egipto millones de personas han dicho BASTA, basta a la crueldad, de la despiadada y atroz ignominia de las dictaduras. BASTA.

Y no sé a vosotros, pero a mi, me da muchas veces la sensación, demasiadas veces, que un solo tirano puede hacer que muchos, que todos se sientan perdedores y vacíos de deseos, vacíos de un futuro que debería de ser maravilloso. Egipto es una tierra mágica, todas lo son, pero parece que un pedazo de tierra con tanto pasado con tantas historias vividas y contadas, sabidas y enterradas en las arenas del tiempo y del desierto debería de ser una tierra de un esplendoroso futuro. Lo han pretendido cortar. Espero que no lo consigan. Espero que las manos levantadas hacia Ra, que la paz y la calma que están demostrando los miles, millones de manifestantes traigan una revolución tranquila.

Los militares, -si incluso los militares- como si se tratasen de aquellos soñadores y jóvenes capitanes portugueses en su revolución de los claveles apoyan al pueblo. Una vez más, a pesar de que son pocas las veces, el verde es verde esperanza y no verde miedo de militar aguerrido y castrense dispuesto a disparar “to lo que se menee”. En 1989 todos vimos como en tian’namen un valiente muchacho se enfrentaba con tan sólo su pecho desnudo y cubierto de sueños y optimismo a un tanque que pretendía machacar los sueños y deseos que nacen allá donde nace el Sol. En Egipto los tanques están ocupados, en su exterior, por niños y ancianos que no los temen, por flores y risas de cambio. Hoy he visto como un joven militar, casí un niño, aterrado y empavorecido apuntaba con su arma a los civiles que protestaban. El miedo saltaba desde el balcón de esas negras pestañas que tienen los egipcios. La gente no se ha abalanzado contra él. Han puesto calma, han puesto paz y haciendo un círculo alrededor del militar agotado y vencido por el terror han conseguido que este baje su arma. Bien por Khonsu.

Una antigua leyenda Egipcia nos cuenta como Isis encontró los restos de Osiris, su marido y lo reconstruyo cosiendo, quizás con el hilo fabricado con el ovillo de lana de sus ojos, con esmero y amor de amante hermana y esposa las cicatrices y restos de su cuerpo. Así lo reconstruyo y le dio una nueva vida, nueva esperanza más brillante y satisfactoria que la vida vivida con anterioridad. Así me gustaría que sus viejos dioses dejaran sus antiquísimas intrigas y mirasen a su tierra quemada de sol y arena, quemada de sangre derramada, quemada de vidas malgastadas y apliquen su magia y traigan paz y pan. Que Khonsu y Horus borden en la luna y con plumas de halcón prosperidad y ventura. Que Maat ponga en su balanza todos los corazones de los que desean un mundo mejor y les sople en la diástole de su movimiento la fuerza necesaria para poner los cimientos en los que asentar el futuro y la alegría. Que Anubis y Neftis pierdan la batalla y con ellos se lleven a Mubarak allá donde demonios vivan.

No sé, llamarme soñador, pero quiero pensar que las cosas pueden cambiar. Que el Nilo dejará de portar, en sus añejas aguas, ordenes de detención y dinero fuera del país, para empezar a traer certeza e ilusión, anhelos y deseos, esperanza y sueños de un Egipto mejor. En el mundo nada es fácil, y tampoco en Egipto. Recordemos que Tot debió de ganar una partida a la Luna para “arrancar” cinco días oscuros para que en ellos nacieran dioses importantísimos (pero eso es otra historia). Si, quizás sea un soñador pero me gusta imaginar un Egipto libre como el perfume que esparcen las rosas del desierto. Que la próxima vez que haga fotos por el lugar de esos dioses sea un lugar menos pobre.

Ojala los egipcios, de este modo que están haciendo, pacifico, calmado y cívico que el dictador se marche. Que nos recuerden a Occidente que otro mundo es posible, que si ellos pueden luchar contra eso a pesar de las barreras que les han levantado frente a sus narices nosotros podemos luchar contra aquellas cosas que aún nos oprimen, que nos hacen vivir cada día un poquito peor. Recordemos; Mayo del 68. La Revolución de los claveles en Portugal. La revolución de terciopelo, el espíritu de la primavera de Praga en Checoslovaquia. Tian’namen. La caída del muro. Los guerreros Zapatistas en Chiapas. Las madres y abuelas de la plaza de mayo. Y otras muchas. Quizás otro mundo sea posible. La verdad lo dudo, pero en todo caso; Olvidemos lo aprendido, vamos a empezar a soñar.