Parece ser que, ahora, en el S.
XXI están aflorando algunos nacionalismos, algunos amores (difícilmente comprensibles
para mi) hacia una bandera, hacia un trocito de tierra, hacia unas tradiciones, supuestamente, mejores que las
demás. Y, yo, perdonadme, no puedo abrazar una bandera ni entender
completamente estos nacionalismos. Ninguno. Los respeto, claro que si, e
incluso envidio a la gente que honradamente lucha por sus ideas, (aunque no las
comparta) pero no puedo terminar de comprenderlos del todo, del mismo modo que
no puedo comprender aunque respeto a aquellos que tienen creencias religiosas.
Será, ya ves, que algo de fe tiene que haber en una cosa y la otra.
Además no puedo entender como alguien se puede sentir
orgulloso de ser de tal o cual lugar, máxime cuando esa circunstancia es tan
fortuita, o más, que la de tener los ojos de un color u otro. Vamos entiendo
que alguien se sienta orgulloso de correr una maratón en un tiempo determinado,
de acabar un doctorado, de escribir un libro, de besar tu pelo, o de inventar
el chupachups, pero estar orgulloso de algo que de ningún modo te supone un
esfuerzo y que es fortuito totalmente me parece como mínimo curioso.
Supongo, no sé, que el nacionalismo
se acaba viajando, viendo otras culturas y otras gentes. Quizá la patria no sea
más que ese rincón en el que te di el primer beso. El camino desde mi cama
hasta tu guardería. Todo esto puede estar en cualquier rincón del mundo. Esta
en este, si, pero puede cambiar y Tombuctú, Zanzíbar, O cualquier pueblo o
aldea de otra parte del mundo pueden ser (y serán seguramente) tan buen lugar
como este.
No sé ,una vez leí por ahí que el
nacionalismo es la piel de cordero que utiliza el lobo racista. Tal vez sea
verdad. Para mí el país, la nación es ese lugar en el que tiritó de frio cada
vez que llueve, o cada vez que se humedecen mis ojos con los buenos recuerdos
las cálidas noches en que me abrazas suave y tenue como si tu abrazo fuera una
nube que se acerca despacito. El pan que compartimos, el vino de tu boca.
No me gustan, fíjate, las
banderas ni sus colorines. No me gustan los patriotismos y esa extraña creencia
que tienen todos que son mejor que los demás por el mero hecho de haber sido
parido en un lugar u en otro.
Decía ese gran escritor y
contador de cuentos y relatos Guy Maupassent (Os recomiendo “claro de Luna”)
que el patriotismo es el huevo de donde nacen las guerras. Y, oye, a mi no me
gustan las guerras y desde luego hay muchas cosas por las que estaría dispuesto
a morir pero de ningún modo por un trapito de colores y por lo que este pueda
representar para uno u otro.
Será que no reconozco más patria
que tus ojos, más camino que el que recorren tus dedos en mi espalda. La tierra
que pisan mis pies. El sendero, que tal vez, me lleve a kilómetros de aquí. Tal
vez allí ondee otra bandera y el nombre del país sea otro. ¿Qué más da?.
No reconozco más bandera que la
sabana naranja con animales de la selva que te tapa a ti, piccolo, esas noches frías
de luna menguante en las que te duermes a base de poesía y besos. Tal vez la patria
no sea más que ese espacio de aire que existe entre tu boca y mi aliento.
Hice “la mili”, tengo una edad y
antes nos obligaban a hacer algunas cosas. Que li farem, és el que hi ha…. Pero
no puede mi alma palpitar por un trapito de colores, ni por un trocito de
tierra artificialmente cortado, por una frontera, por un tiralíneas político.
Fronteras que habitualmente sirven tan sólo para justificar guerras, recortes
odios e incompetencias de aquellos que nos gobiernan. Respecto a los
nacionalismos, como en tantas cosas, cabría preguntarse ¿quid prodest? – a quien
beneficia?- y desde luego no a mi. No a ti.