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martes, 22 de enero de 2013

BANDERAS


Parece ser que, ahora, en el S. XXI están aflorando algunos nacionalismos, algunos amores (difícilmente comprensibles para mi) hacia una bandera, hacia un trocito de tierra, hacia unas  tradiciones, supuestamente, mejores que las demás. Y, yo, perdonadme, no puedo abrazar una bandera ni entender completamente estos nacionalismos. Ninguno. Los respeto, claro que si, e incluso envidio a la gente que honradamente lucha por sus ideas, (aunque no las comparta) pero no puedo terminar de comprenderlos del todo, del mismo modo que no puedo comprender aunque respeto a aquellos que tienen creencias religiosas. Será, ya ves, que algo de fe tiene que haber en una cosa y la otra.

Además  no puedo entender como alguien se puede sentir orgulloso de ser de tal o cual lugar, máxime cuando esa circunstancia es tan fortuita, o más, que la de tener los ojos de un color u otro. Vamos entiendo que alguien se sienta orgulloso de correr una maratón en un tiempo determinado, de acabar un doctorado, de escribir un libro, de besar tu pelo, o de inventar el chupachups, pero estar orgulloso de algo que de ningún modo te supone un esfuerzo y que es fortuito totalmente me parece como mínimo curioso.

Supongo, no sé, que el nacionalismo se acaba viajando, viendo otras culturas y otras gentes. Quizá la patria no sea más que ese rincón en el que te di el primer beso. El camino desde mi cama hasta tu guardería. Todo esto puede estar en cualquier rincón del mundo. Esta en este, si, pero puede cambiar y Tombuctú, Zanzíbar, O cualquier pueblo o aldea de otra parte del mundo pueden ser (y serán seguramente) tan buen lugar como este.

No sé ,una vez leí por ahí que el nacionalismo es la piel de cordero que utiliza el lobo racista. Tal vez sea verdad. Para mí el país, la nación es ese lugar en el que tiritó de frio cada vez que llueve, o cada vez que se humedecen mis ojos con los buenos recuerdos las cálidas noches en que me abrazas suave y tenue como si tu abrazo fuera una nube que se acerca despacito. El pan que compartimos, el vino de tu boca.

No me gustan, fíjate, las banderas ni sus colorines. No me gustan los patriotismos y esa extraña creencia que tienen todos que son mejor que los demás por el mero hecho de haber sido parido en un lugar u en otro.

Decía ese gran escritor y contador de cuentos y relatos Guy Maupassent (Os recomiendo “claro de Luna”) que el patriotismo es el huevo de donde nacen las guerras. Y, oye, a mi no me gustan las guerras y desde luego hay muchas cosas por las que estaría dispuesto a morir pero de ningún modo por un trapito de colores y por lo que este pueda representar para uno u otro.

Será que no reconozco más patria que tus ojos, más camino que el que recorren tus dedos en mi espalda. La tierra que pisan mis pies. El sendero, que tal vez, me lleve a kilómetros de aquí. Tal vez allí ondee otra bandera y el nombre del país sea otro. ¿Qué más da?.

No reconozco más bandera que la sabana naranja con animales de la selva que te tapa a ti, piccolo, esas noches frías de luna menguante en las que te duermes a base de poesía y besos. Tal vez la patria no sea más que ese espacio de aire que existe entre tu boca y mi aliento.

Hice “la mili”, tengo una edad y antes nos obligaban a hacer algunas cosas. Que li farem, és el que hi ha…. Pero no puede mi alma palpitar por un trapito de colores, ni por un trocito de tierra artificialmente cortado, por una frontera, por un tiralíneas político. Fronteras que habitualmente sirven tan sólo para justificar guerras, recortes odios e incompetencias de aquellos que nos gobiernan. Respecto a los nacionalismos, como en tantas cosas, cabría preguntarse ¿quid prodest? – a quien beneficia?- y desde luego no a mi. No a ti.

jueves, 3 de enero de 2013

COMO ES COSTUMBRE; EL PRIMERO PARA ADULTOS.

Hacía siglos que no te veía, y ahí estabas, guapa y radiante, distante, lejana y bella como siempre. Mirabas un escaparate de una bollería de estas pijas que sirven pastas que parecen una joya.


Te tape los ojos acercándome a tu cuerpo desde atrás, te dije. –Adivina quien soy?-, te giraste sin sorpresa, me abrazaste despacio y me diste dos besos casi sin rozarme las mejillas.

–Hace mil años que no te veía, guapa-

-Ni, tu, ni yo somos tan viejos. Jajajaja- Reíste al contestar

Seguías como siempre; delgada, media melena casi pelirroja. Elegante. Embutida en un traje chaqueta negro, camisa blanca, sin joyas ni pendientes, sin reloj ni tiempo. Ligeramente pintada tu cara y tus ojos grandes y tristes, tus uñas largas de color malva casi negro, bajo tu falda, que justo cubría tus rodillas, se adivinaban unas medias tupidas y negras. (No pude evitar imaginar de qué color sería tu ropa interior.)

Tomamos una copa, y sorprendía a propios y ajenos que una mujer como tú, tan gentil y refinada bebiera la cerveza a morro mientras mantenía una compostura digna de la reina madre de Inglaterra. Las típicas preguntas tras años sin saber de ti, desde aquel día que marchaste a Bruselas con un curriculum brillante bajo el brazo, una ambición en el bolso, y mi risa en tus bolsillos. – Qué tal tu marido?- cómo va el trabajo?- qué haces aquí?- no te pregunto cómo te trata la vida, es obvio que te trata bien…. Reíste mostrando el nácar de tus dientes. –Jajajajaja, cuantas preguntas de las que te da igual la respuesta, esta tarde marcho, vuelvo a Bruselas, pero aún no es esta tarde y tengo frio, y tengo una habitación de hotel vacía, y tengo ganas de que no hagas preguntas.-

Siempre fuiste directa. Entramos a la habitación de Hotel. Blanca e impersonal. (Una habitación de hotel al fin y al cabo) todo ordenadísimo y aseptico, como si no estuvieras allí, como si no hubieras estado ni un segundo. Las maletas recogiditas y escondidas en el armario.

No dijiste palabra, subiste la calefacción, me cogiste de la mano y mientras abrías el grifo de la bañera metiste tu lengua en mi boca, tu mano mojada y sus uñas malva casi negras empezaron a desabotonar mi camisa. La tiraste al suelo y tu lengua siguió enardeciendo mis labios, mi boca, mi barbilla. Tus dientes mordieron ese lugar. Tu lengua siguió bajando; cuello, nuez, orejas, mi pecho y mis pezones se rindieron a la humedad de tu boca.

La bañera estaba llena de agua, yo desnudo y lleno de deseo. Tú vestida y traviesa. Me invitaste con gestos a entrar en la bañera. Diste media vuelta y trajiste una botella de cava de la neverita del hotel. -Mira- dijiste. Abriste la botella, serviste una copa, bebiste las burbujas del cava helado y compartiste el líquido de tu boca a la mía. Te desnudaste despacio. Comprobé que, efectivamente, tu ropa interior era negra y ceñida a tu piel.

Entraste en la bañera desnuda, con tu media melena casi pelirroja y ni un solo pelo más en tu cuerpo. Yo estaba tumbado con el agua caliente acariciando todo mi cuerpo y tú te sentaste haciendo desaparecer la parte de mi cuerpo que más dura estaba en el interior del tuyo. Tu humedad y calor competía con la del agua. Y creo que ganaba. Seguimos así un rato, tu lengua y la mía estaban locas lamiendo, besando, mordiendo ese cuerpo que tantas heridas dejo en la piel y en el alma muchos años atrás. Me cabalgabas haciendo que entrará y saliera de ti a un ritmo endiablado, despacio, endiablado otra vez. Ufffff. Mi cara cambio, tu viste que aquello acabaría pronto. Saliste de golpe dejando mi hombría rígida y latiendo.

Tu piel brillaba con el agua, la mía con el deseo. Te apoyaste en un banquito de la bañera, ofreciéndome el brillo de tu feminidad. Recogí más cava de tu boca y baje, baje, baje, deteniéndome en todos los lugares dignos de parada, y me entretuve, claro está, en ese lugar tan deliciosamente gozoso, lamia sin parar mientras sentía tus muslos apretando mis orejas (como en la canción de Raimundo amador, esa que dice Ay! Qué gustito pa mis orejas, enterradito entre tus piernas….)

El deseo explotó en el sur de tu ombligo inundando mi boca y recorrió, como una descarga eléctrica azul, todo tu cuerpo. El agua ya andaba algo fría.-daba igual- Me miraste con esa cara de hembra impenitente que ya sólo recordaba en mis sueños onanistas. Cogiste esa parte de mi sobre la que antes estabas sentada. Escupiste tu saliva sobre ella y apoyaste tus manos sobre la pared del baño ofreciéndome, de espaldas, los dos lugares a los que se puede entrar. –Ya sabes, que me gusta andar por caminos poco ortodoxos- dijiste sonriendo. Entre en ti, haciendo más fuerza, mucha más que la necesaria para entrar en otros lugares. Gemías. Yo rugía. Agarraba tu pelo. Te movías como una diosa a la que intentarán privar de su divinidad. Y, finalmente, mientras mis dedos intentaban acariciar tu otro agujerito estalle en un blanco placer dentro de ti.

Nos separamos despacio. Me secaste con una toalla negra, te secaste con la misma toalla. Fuimos a la cama. Me dijiste. – Aún no es por la tarde, aún tengo algo de frio, Aún queda cava, y esta cama parece mucho más cómoda que la bañera…. Sonreí