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martes, 1 de diciembre de 2015

HAY PENAS.



Hay penas que más que doler son la representación teatral de un pequeño disgusto, la pintura de un cuadro que pretende ser triste cuando en realidad no es más que la continuidad de un guión que parece preestablecer nuestras vidas. No sé!!, así como cuando pierde nuestro equipo o cuando no nos sale bien un proyecto que sabemos que podremos reemprender más tarde. 

Sin embargo, hay otras penas, las de verdad, que se enganchan en el alma que aprietan la sístole y la diástole, que hacen que perdamos el rumbo el norte y el timón.  Que viajan por las venas y las arterias entristeciendo todos y cada uno de los poros de tu piel. Penas que hacen que lluevan lagrimas en tu estomago por no rodar por tus mejillas.

Penas negras y oscuras como el hueco que se queda entre los dientes cuando la vida de un puñetazo te arranca un par de muelas. Penas rojo intenso como la sangre desperdiciada de tantos. Penas que son como esas despedidas de los seres queridos que sabes que no volverás a ver. Penas que te dejan una  fatiga en la espalda, esa fatiga que estará siempre enredada en tus vértebras, las que ponen canas, arrugas y vida a los años.

 Penas que oscurecen las mañanas y amargan las puestas de sol vespertinas del mediterráneo, que se instalan en ti como astillas clavadas fuertemente entre las uñas, y que aún arrancándolas dejan una indeleble cicatriz allá donde se han posado.


Hay penas que, en definitiva, te hacen más fuerte. Qué otro remedio queda?