Seguidores

jueves, 30 de junio de 2011

HOY COCINO PARA TI

Sí, hoy cocino para ti. Así que déjame solo en la cocina. Déjame con mi tiempo, con mis éxitos y mis fracasos, con mis ideas y mis diablos. Déjame también con una botella de vino tinto, con tinta de toro, la beberé mientras cocino, mientras cocino para ti.

De primero prepararé algo sencillo, rápido y fresco. Tal vez prepare en un plato de pizarra negra unos higos cortados transversalmente y sobre su miel y su carne, que recuerda ciertas partes de tu anatomía ponga unas virutitas de jamón. Cortadas muy finas, como el hilo de saliva que cuelga entre tu lengua y mis labios, entre tu espera y mi ahora. Prepararé también como aperitivo un poco de ese queso stilton, fuerte como tu carácter escondido, maridado con un poco de mermelada de uvas. Ya sabes, uva y queso saben a beso, a tus besos en la mejilla, a tus besos en las manos y en el pecho, a los besos que no me has dado, a todos los que si que hemos disfrutado.

Lo pondré en la mesa para compartir, como se comparte la vida, como se comparten las horas y algunos momentos, como se comparte el destino, como se comparte el olor a futuro que pende del aire y de tu pelo

Tras esto me pondré a cocinar. Pondré la música que me gusta, para que sus sonidos y la poesía de sus letras baile con el aroma del horno, se introduzca en los alimentos y acunen mis manos mientras preparo la comida. Un trago de vino. Una poesía cantada mientras el fuego ancestral caldea el ambiente.

Cogeré unas cebollas chalota, las pelaré con cuidado, con cuidado de no llorar quiero decir, vaya a ser que los malos recuerdos aprovechen las lagrimas para doler donde no deben. Las enredare y diluiré con esos aparatos eléctricos con un par de cervezas negras (sí ya sabes, esa Guinness que tanto me gusta, y más si se bebe en su lugar de origen con lluvia de fondo ) haciendo una suculenta combinación.
En la bandeja de trasparente cristal pondré un rodaballo. Turbot lo llamamos por aquí. Lo dejaré calentar un ratito y poco después pondré la salsa hecha con chalotas y cerveza negra. Revolveré en el hueco de la palma de mi mano algo de pimienta verde molida y sal. Las mezclaré en las líneas de mi vida, para que se entrelacen y mezclen como se juntan algunas existencias.
Lo dejaré cocer el tiempo justo, el necesario. Tal vez el tiempo que duran algunos besos, el tiempo entre un te quiero y un te deseo, el tiempo de un abrazo, el tiempo en que se tarda en susurrar al oído las palabras que no se deben de decir en voz alta.

Beberé algo de vino tinto, mientras espero y veo como el tiempo y el fuego convierten esos productos en algo que deberá de estar muy suculento. Quizás caramelice algunas cebollitas, de esas pequeñas como las canicas de mis juegos de infancia.

Serviré el turbot, lo decoraré con las cebollitas caramelizadas y espuma de sonrisas.

Lo podemos comer acompañado de ese blanco seco y frío que tanto gusta.

Después podemos hacer lo que quieras. Tal vez cogernos las manos y permanecer en silencio diciendo callados esas cosas que sólo se pueden decir en silencio. O podemos malgastar nuestro esfuerzo y saliva hablando de política. Del destino por venir. De las cosas vividas y de las que viviremos. De viajes soñados. De vos y de mí. O podemos dejar que se calle el ruido, que pare la ciudad, mirar tras los parpados el deseo y dejar que sean los cuerpos y la lujuria arrebatada quien continúe expresándose.




¿Te apetece?

sábado, 18 de junio de 2011

TIEMPO DE VERANO

Estas nuevas mañanas, de ya casi finales de junio, se despiertan limpias y nuevas, soleadas y radiantes. Como si tras estas semanas de una primavera lluviosa, que se empeñaba en parecer otoño en tu piel, hubieran limpiado el ambiente, para dar paso a un nuevo verano. Tiempo de descanso y tregua, de recoger las semillas de esperanza y sueños que arrojamos con manos desnudas allá en el frío noviembre. El verano está a las puertas empujando con sonrisas y besos a una primavera que no se ha portado bien.

Yo, como casi siempre, respiro tranquilo y continuo con mi paz depositada en rizos y en nuevas sonrisas. Es verdad, me diréis, que una golondrina no hace verano, que el mundo fuera de nosotros está triste y gris, difícil y huraño. Pero también es verdad que es momento de buscar en nuestro interior el verano que anida en nuestros corazones y soltemos todas esas golondrinas que albergan nuestros pechos para que bailen volando en movimiento. Que nos traigan de nuevo los buenos sueños y deseos de alegría y regocijo.

Si, empieza el verano y siempre fue tiempo de la máxima expresión de poder del Dios del Sol, momento de unión de cielo y tierra, momento de reproducción y sueños. Y tal vez sea el momento de visitar el paraíso en el que habitas cuando estás ausente. De encontrar las huellas que dejaste, perdida en aquella vieja playa cuando ese sol rojo e incandescente derramaba su lienzo rojo y naranja sobre los millones de granos de arena mojadas por nuestro mediterráneo. Huellas que quizás no sean más que los restos del hilo de Ariadna que pretenda guiarme a las curvas de tu pelo.

Vienen momentos de calor y cervezas, de pescado en la playa, vino blanco afrutado y frío en tu boca. Tiempo de vivir soñando y de soñar con vida. Horas de charlas que se perderán y olvidarán, como se olvidan las pequeñas cosas que pierdes y un buen día encuentras bajo el armario, en un bolsillo o un pliegue de tu alma de Peter Pan que se niega a crecer y a olvidar las palabras de verano, que se niega a perder las pequeñas cosas.

Tiempo de hablar durante horas y horas en las noches sin dolor ni lagrimas, de ti, de mi, de nosotros, de los que están y los que marcharon, de cosas importantes, de cosas insustancialidades, de los trenes que marcharon, de la vida, de los años pasados y sus promesas olvidadas, de los años por venir. Tiempo de callar un rato y escuchar la canción de las olas al morir en los tobillos. Dejar que la marea nos meza con su movimiento.

Tiempo de disfrutar las estrellas estivales navegando, refulgiendo desvergonzadas, por la vía Láctea, deleitarnos con el blanco e intenso brillo de la constelación de Cygnus (ya sabéis Zeus convertido en cisne para enamorar a Leda en noches de verano. Otra historia, otro día)

Verano y calor para encontrar la luz del faro de tus ojos. La fuerza pérdida esas veces que nos damos por vencidos. La presencia de las pestañas amadas. Calor y luz para disfrutar telas de damasco, el viento de tu boca, el hueco de mis manos.

lunes, 13 de junio de 2011

OTRO HAIKU

Perdido como estaba
En el ojal tu mirada
Aprendí a ver, a mirar

miércoles, 1 de junio de 2011

OLVIDOS

Olvidé el padre nuestro, desde el padre hasta el no nos dejes caer en la tentación. Sobretodo el no nos dejes caer en la tentación. Me he caído tantas veces en ese lugar, y tantas allí he retozado, que quiero olvidarme una y otra vez.

Olvidé el cuento de la cigarra y la hormiga, sobretodo la parte de la hormiga que nos jode el verano y nos aburre el invierno.

Olvidé lo que causó aquellas lágrimas que surcaron mi cara para herir mi alma y dejar esta bonita cicatriz en el corazón.

Olvidé las gafas de sol en una chimenea de hadas, las llaves en cualquier sitio, el paraguas en los días de más lluvia del mediterráneo… Será que me gusta mojarme.
Olvidé lo largo de tus uñas y la fuerza de tus manos. Será que me gusta que arañes mi espalda.

Olvidé pedir permiso, llamar de usted, las normas de conducta lo políticamente correcto, la escalera de los trepas, la ropa de tapar vergüenzas, los guantes de seda que maltapan puños de hierro.

Olvidé poner el despertador, decirte que no, dejar de soñar contigo.

Olvidé los pasos de baile para seguir el ritmo del son que me tocan. La obediencia debida. Callarme la boca.

Olvidé ponerle hielo a tu copa, seguirte los pasos. Recordé quitarte la ropa.

Olvidé la herida que me hiciste, que siempre llego tarde, el lugar donde me amaste. Las compromisos incumplidos.

El camino de regreso, la canción que regalaste, la hora y el día de los desastres desesperados.

Olvidé el camino más corto, los atajos de los cobardes, el dolor de mis pasos. Donde escondí aquella chuleta, lo aprendido en el examen mejor aprobado.

Olvidé el buen sendero, las balas que esquivé, algunas normas de conducta, el dolor que no dejé. Tus malas cosas. Las pinturas de guerra. Cerrar las puertas. Cubrirme las espaldas. Aquella canción, alguna promesa, algún dolor.

Olvidé donde escondí la llave del cajón de sastre en el que guardaba todo aquello que mi espiritu olvidaba.

Olvidé lo difícil que se me hace olvidar.