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martes, 24 de agosto de 2010

PASADO, PRESENTE SIN FUTURO.

La mayoría de nosotros, afortunadamente, tenemos un pasado con más o menos éxitos y fracasos, con más o menos noches de gloria, triunfo, laureles y días de pérdida, e injusticias personales. Y tenemos un presente, tal vez lleno de ilusiones o de dificultades o de convencimiento de que seguimos haciéndonos viejos y cambiando nuestro pelo por canas o por tintes para disfrazarlas. Somos también poseedores de un futuro. Incierto pensareis. Claro!! Incierto, el futuro siempre va un paso por delante nuestro. Y por mucho que queramos correr tardaremos siempre sesenta minutos en alcanzar la siguiente hora. Pero a pesar de ello como a ese viejo guerrillero asesinado en Bolivia a todos nos gusta ir hacia el futuro y hacia su victoria siempre. Y aunque todo puede acabar en el soplo de un dios enfadado, aún muchos, tenemos la certeza de que seguimos escribiendo en el texto de nuestras vidas, seguimos teniendo tiempo, siendo tiempo y por tanto formando una pequeña porción de la eternidad. Incluso tenemos tiempo para odiar a los dioses del tiempo.

Lo cierto es que, a casi todos como si fuéramos Ebenezer Scrooge, en una u otra forma nos acompañan revoloteando sobre nuestras cabezas como golondrinas alocada en movimiento, jugueteando entre los pasos que damos al andar, amarrados al cinturón que pende de nuestra cadera o tras el espejo en que nos reflejamos al aseanos por la mañana los tres espíritus que tan bien describió Charles Dickens en a Chritmas Carol, allá por 1843.

Pero, os habéis parado a pensar en aquellas personas a las cuales el tercero de estos espíritus le ha abandonado y hace tiempo que lo espera detrás de la puerta. Hay personas que no tienen futuro, ni tan siquiera inseguro, ni tan sólo tienen un futuro gris o negro, o malo. Simple y llanamente no tienen. No tienen más flores que coger. Tienen tan sólo la certeza de que su futuro es esperar como esperan las aves migratorias al final del invierno austral, esas que saben que cuando emprendan vuelo no volverán a encontrar el camino de regreso.

Personas a las que sólo les queda soñar despiertas, cantar en voz baja sin que los escuche más que el niño o la niña que aún llevan en su interior para no estar perdido, para poder seguir teniendo la estrella polar al norte. Ese niño o niña que habita en nuestras tripas y tras nuestras costillas y que nos permite mantener la cordura a pesar de las inseguridades.

Personas que se aferran a todos los recuerdos que durante su vida han ido almacenando en una cajita de aplomo con filigranas doradas, forjada por años y experiencias, por manos fuertes envueltas en seda azul de vida. Una cajita que no te das cuenta lo grande que es hasta que la abres y allí encuentras tus ojos, sin rendirse, devolviéndote la mirada, devolviéndote una sonrisa que te dice, ves, mira aquí dentro ufffff que bueno ha sido este tramo de camino, y que duro también uffff has vivido. Revisar las felicidades allí guardadas, es lo mejor que les queda tras el final del corto, siempre corto, viaje.

Personas que podemos ver en muchos hospitales, tras muchas esquinas que nunca se doblan e incluso en algún parque dando de comer a esas aves migratorias que quizás no vuelvan al sur, que quizás en ese parque concluyan, como ellos, su último vuelo. Personas a las que su segundo espíritu, el del presente, enfermo y dolorido de pulmones destrozados de vida no les queda más que mirarse en el reflejo de lo que fueron, ya que nunca serán…. Ya que tan sólo fueron y son. Son siendo conscientes que en el futuro seguirán migrando aves y creciendo arboles, y rompiéndose y creándose amores, y naciendo niños e inventando cosas. Incluso, puede ser, algo que cure los males que los afligen, pero que no estarán para verlo, que muchas cosas seguirán pasando cuando ellos se hayan detenido.

Hombres y mujeres que saben que el presente no es más que la suma de las vivencias del pasado. Que en su presente de supervivencia, de heridas con vinagre y sal que no se calman con el viento de la boca soplado por aquellos que les aman, son unos maestros de su pasado repleto de fotos miradas con ternura y con un rastro de lagrimas de nostalgia que golpea en el contestador de sus cerebros; valió la pena chaval, valió la pena. Aventuras de recuerdos perdidos y encontrados en ese cajón años a cerrados. Memoria de un tiempo que fue, y ya no será, pero memoria al fin y al cabo, observadores del tiempo pasado. Pasado con contenido y con vida vivida, tiempos pretéritos de amor, de besos robados y entregados. Guerreros de las sonrisas de ayer. Esos que, precisamente porque salto por la ventana el tercer espíritu, no olvidan que la magia de ayer puede ser hoy, y que tal vez, sea mañana.

Personas que viven un presente con el miedo como mejor amigo, porque parece que la vida es una fiesta a la que ya no están invitados, un libro que ya han leido y tan sólo encienden hogueras de dignidad y tranquilidad en su alma para no sentir penuras, para que no les afecte el mundo, para no afectar al mundo. A los que no hace falta que les venga Amos Alcott para decirles que el tiempo es nuestro mejor amigo y el que mejor que nadie nos enseña la sabiduría del silencio.

martes, 17 de agosto de 2010

CALMA DE VERANO

Es verano y hace algunos día hablamos de la calma que disfrutan las ciudades en las que, empujados por la corriente de la vida, habitamos. O ves a saber igual son ellas, las ciudades, las que habitan en nosotros. Pero el caso es que no sólo las ciudades están en calma. Nosotros, aún trabajando algunos, también estamos en cierta calma en cierta situación de espera, como en stand by.

Y aunque no dejes la ciudad, y te quedes en la oficina, en el bar, en el banco o en la zapatería que curres es un momento delicioso, el verano, para encontrar algo de calma algo de paz. Esa paz que parece traernos el Sol con sus insolentes rayos, con su incesante calor.

Salir de casa, aún a un lugar cercano, pero distinto al que hoyamos cada día con nuestros pies, para allí dejarnos ser, dejarnos estar. Aprovechando para hablar de los silencios. Para restar importancia a los planes que trazamos y que no concluimos. Sentarnos cerca del mar, o bajo un sauce llorón (de esos que lloran por ti y por mi) y disfrutar de la calma y el sosiego que parece que envuelve en celofán verde todo durante estas semanas estivales. Aprovechar la serenidad para rebuscar viejos recuerdos y vivencias en tu mente y descubrir que hace mucho que no odias a las mujeres que te dejaron, ni a las que dejaste, muy por el contrario las rememoras bajo el sauce llorón con una sonrisa.

Redescubrir algunas sensaciones tuyas que hace tiempo pensabas perdidas en algún cajón o en la salón olvidado de alguien. Volver a creer en ti y en los cuentos que te contaron de crio. Ir a las veredas que corriste de niño en esos veranos de infancia nunca olvidados. Buscar al final de los dedos los juegos que tuviste con tus amigos esos que, desgraciadamente ahora no tienes tiempo de ver, ni de abrazar, ni de escuchar…. Pero que de tanto en tanto te llaman, los llamas y te abrazas como ayer, como hace demasiados meses.

Dejar de ser hormiga (que haciendo honor a la verdad nunca lo fui) pero al menos no sentirte mal por ser Cigarra, embebida en ti, y disfrutando de estar vivo. Saber que el verano es eterno, eterno mientras dura…. Y que parece que ya llega a su fin.

Disfrutar porque aún estas a mi lado. Respirar profundo ese vientecillo de tranquilidad que trae el Mistral y el Cierzo junto a pequeñas y finas hojas mucho tiempo atrás caídas. Encontrar junto a ese viento tu mano en la mía, tus sueños junto a los míos buscando una nueva guía hacia el futuro. Hacia esos futuros que se forjan de promesas cumplidas. Esperar por esperar, dejando pasar el tiempo con la esperanza, aunque sabes que no será así, de que sea ese viento del Cierzo el que traiga respuestas, el que impulse el velero de tus deseos, mientras la paz se pierde en rizos dejando huellas de nuestro presente en camino del rio, del lago o de la arena de playa en la que descansamos de un año de lucha, de viajes, de trabajo, de desventuras y aventuras.

Es tiempo de soñar despiertos junto al cadencioso pasar del agua del riachuelo, bajo la atenta mirada de los robles y sus hojas madurando para caer dentro de unas semanas, como caerán nuestros sueños despertados.

martes, 10 de agosto de 2010

TORMENTAS DE VERANO

Siempre me gustó la lluvia y mojarme con y en ella, especialmente esas tormentas de las noches estivales. Esas que caen como un fuerte chaparrón que pretende limpiar y arrastrar todos los males que nos acechan, esas que intentan arramblar con los malos augurios que aniquilan nuestros buenos sentimientos como gusanos sin alma. Agua bendecida del cielo que se vuelca desde nubes densas que tapan las lunas llenas de agosto.

Esa lluvia que atraviesa las oscuridades del desaliento, que humedece y congela dejando suspendido en el aire entre el mar y el cielo nuestros mejores sueños.

Sobretodo me complacen esas tormentas que se entrometen, con o sin invitación, en los paseos que damos con los pies descalzos de abarcas y prejuicios por la arena de playa (si justo esa arena que en mayo del 68 nuestros padres esperaban, inútilmente, encontrar bajo los adoquines)

Pocas sensaciones existen más placenteras y sensuales que las gotas de lluvia empapando mi cara, mojando tu pelo convirtiendo nuestra respiración húmeda en un nuevo prisma con el que mirar el, siempre incierto, futuro.

El agua dulce de nubes, que celosa, moja y baila entre nuestra manos y mis dedos engarzados en los tuyos como queriendo formar parte de esa comunión de manos que se quieren, como bailando entre los pliegues de mis dedos y el filo de tus pintadas uñas.

Me gustan esos aguaceros que obligan a muchos a resguardarse, como si tuvieran miedo de encoger con el agua, cobardes que se cobijan en las normas y en techos y en cristales mientras nosotros notamos como la arena caliente y mullida de playa se enfría y endurece a nuestros pasos de pies descalzos con la fría lluvia que llueve.

Cuando el mar ruge en un inútil combate contra la tromba, contra el trueno y el rayo. Y me miras tras la cortina de dulces gotas, y te acaricio el pelo empapado mientras tu lengua se siente pobre al beber sólo de mis labios y decide notar el sabor de mi piel mojada de mi cuello y su cabello erizado por el calor de tus, aparentemente, tímidos labios y frescor del agua del cielo.

Es apasionante caernos sobre el mar dejándonos acariciar por sus saladas aguas casi embravecidas, y por las dulces gotas que esparce el cielo bajo la atenta mirada de la tapada oscuridad de la noche sin estrellas y, sin embargo, brillante de relámpagos.

Cuando los rayos y truenos nos hacen olvidar que somos un hombre y una mujer y nos convierte en, tan sólo, dos animales con paz y sin descanso. Desatados de prejuicios y atados a un cuerpo. Es en ese momento en el que bajo desde el cielo del paladar de tu boca hasta notar y saborear la humedad, que por diversos motivos, experimentas a una cuarta de tu ombligo. Mientras mi lengua a encontrado mejor refugio para nadar, el mar descansa tras su intenso viaje, y acaba acariciándote con su salitre de mediterráneo en tus piernas, tus nalgas y el poco de tu espalda que no está arqueada sobre ella misma creando un puente entre tu pelo empapado de agua arena y deseos y mi hogar donde la espalda ya no tiene ese nombre.

El cielo centellea luz de relámpagos llenando tu cara de gotas de gozo y satisfacción, tus dientes muerden tus labios, tus manos aprietan y arañan mi espalda. Entro en ti.

Me gusta ese diluvio en tu interior, cuando subo y entro en ese lugar que el mar envidia. La explosión del vendaval de nuestras cinturas justo en el momento en que te beso y pruebo el licor, que sin duda, es la envidia de aquellos que tan sólo han bebido hidromiel y ambrosía, desconocedores que el más sublime sabor que dioses u hombres puedan notar en sus labios es el que se hace en la coctelera de tu boca, mezclando el sabor que te di al subir del sur de tu ombligo mezclado con nuestras salivas con cuatro gotas de cielo y una pizca de sal de mar.

Me gusta cuando somos lluvia.

Me gusta cuando empiezan a remitir las nubes y a alejarse el aguacero de agosto, mientras el mar calmándose nos recuerda que la mejor defensa contra la muerte es la pasión. Justo esa pasión con la que me miras formando esa sonrisa de luna creciente en playa desierta.

lunes, 2 de agosto de 2010

DIAS DE VERANO.

Una vez más como cada año, esos dioses bien parecidos de sombreros de ala ancha engalanados de plumas de garza y de águila, con túnicas azules y coronas de concha, vienen a robarnos la monotonía y la normalidad de la vida diaria. El Verano está aquí con todas sus cosas buenas y todas las malas. Y que curioso, a pesar de la certeza de que el estío llega siempre, nos sorprende con la ilusión con que nos sorprende el chisporrotear de las hogueras de San Juan que mil veces hemos visto arder, nos deja un punto anonadados del mismo modo que nos dejan sorprendidos las olas y sus gotas al golpear contra las rocas.
La ciudad, al menos mi ciudad, ambigua dama siempre coqueteando entre el monte y el mar, queda medio vacía. El trajín cotidiano y diario del laboro nuestro de cada día queda agazapado y dormido, como un gigante dragón adormecido bajo el calor del asfalto. Ese asfalto que hace unas semanas pisoteaban raudos ejecutivos con prisas, carpinteros con pesadas cajas de herramientas que les ataban a sus vidas, azafatas de congresos minifalderas y atrevidas, mensajeros atareados sobre sus motos destrozadas, abatidos jubilados en busca de obras que criticar, y que hoy son pisadas por adolescentes venidos del norte en busca de un vino que no entienden, por familias de japoneses de ojos rasgados fotografiando cada milímetro de la casa batlló. (preguntándose, además, si esos maravillosos balcones, no son acaso, los ojos del dragón dormido bajo la ciudad que sueña bajo el sol)
Todo se paraliza un poco. Las oficinas, los juzgados, los mecánicos que hicieron su agosto en julio también han cerrado, los emuladores de tiburones de las ventas parecen desafilar sus desagradables dientes, las tiendas de libros siguen vacías, comercios y fabricas ralentizan su runrún. Es casi como si las preguntas quedaran en suspenso, en ese leve suspenso en el que los trapecistas quedan cuando sueltan las manos de su compañero y dan una voltereta en el aire antes de agarrar el balancín del que saltaron. Casi parece que fuéramos a extrañar el frio sobre la garganta. Las dudas esperan menos calor para volver a pellizcarnos bajo la dermis, el Sol intenta poner algo oscuras pieles que nacieron bastante blancas y que quizás, sólo quizás, consigan algo de color, pero al menos las dudas allí quedan agazapadas al calorcillo de San Lorenzo y esperando otro momento para seguir incordiando.

Penélope deja de tejer y se plantea si vale la pena esperar a Nadie.
La ciudad, bajo el titilar del astro rey, tiene un sabor a irrealidad, a siesta de verano que aletarga la existencia diaria. La urbe se asemeja a un decorado preparado y esperando a que la monotonía vuelva a despertarse en nuestros maletines, a que empiece la función, a que la vida continúe.
Mientras la vida continua, del mejor modo que puede continuar: Encontrando estrellas en el cielo despejado, perdiendo pesadillas, buscando sueños, dándonos un descanso, dándonos un respiro de aire de mar Mediterráneo, trayendo un aroma a descanso del guerrero, un vientecillo de libertad que despeina nuestras canas y se engarza en los rizos.
Chicas/os disfrutar del verano, gocemos de esta tregua.