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martes, 30 de diciembre de 2014

CUANDO TE VAS.


Cuando te vas queda la cama fría como hielo de un whisky triste bebido en noche de lluvia llorosa. El sol sale apagado, sin ganas de brillar  de lucir ni de alumbrar las amarillas hojas que hacen en estas tierras catifas de flors.

Cambia el eje que gira el eje del universo, los dioses se ponen de mal humor.  Las camisas lucen opacas y arrugadas. El cielo vuelve, una vez más, a ser inalcanzable y la lumbre que habitualmente refulge en mis manos huye de mí, como un niño asustado de un perro hambriento.

Salen los demonios de sus infiernos y conquistan las estrellas del cielo del paladar de mi boca robándoles su brillo y fulgor. La poesía se transforma en hojas contables de Excel. Duele la vida y corta el tiempo las horas como un cuchillo caliente la mantequilla. El pan, es pan duro e insípido.

Cuando te vas dejas en el aire un sabor acre, un olor oscuro, un recuerdo a hiel cuando te marchas. Dejas en el viento una sensación a rama cortada a flor deshojada

Cuando te vas, mi cuerpo y alma de hombre fuerte que le gusta ser guerrero tiembla como una criatura asustada, como una hoja de parra movida por el viento entre dos fronteras. Marcha la risa y desaparecen los senderos firmes, las certezas.  El vino y el queso  dejan de saber a beso, a tus besos. El vuelo de las golondrinas, el aroma de la flor de Azahar, las semillas que deberían de crecer a tus pasos. El futuro se trasforma en un indeseable porvenir de días paralelos sin tangos pasodobles ni tangas de colores. Una cansinez de jornadas sin regar en el calendario.


Cuando te vas, las vocales quedan huérfanos de consonantes las miradas de brillo y la brújula del norte se queda sin lugar al que señalar.  Deja de tener  sentido  regar las flores, condimentar la comida, leer poesía en voz alta, amasar el pan, llenar los platos, sazonar de amor los besos, andar descalzo, buscarle la mejor temperatura al vino, planear viajes, mirar al sol o aullar a mi luna de cuarto decreciente.

martes, 16 de diciembre de 2014

AL FINAL LLEGO EL FINAL


Estaba tirado en casa, como tantos otros días, un día normal, ordinario y anodino. Bebía un vino blanco fresco. Pensaba en nada, leía, perdía el tiempo.  Tal vez no, tal vez lo ganaba no haciendo nada.

Años de indiferencia y desconsuelo, como si ya hubiéramos pagado todas las letras de la hipoteca del amor eterno que un día  juramos debernos el uno al otro. Ya se habían pagado todas las facturas del amor, de la pasión y del deseo. Nos habíamos devuelto la fianza e incluso la obligación de amarnos para siempre. Tal vez tan sólo quedaba naufragar y recoger sus restos. Tal vez los reproches callados poco a poco se fueron haciendo más grandes, que las ganas de esperar para comer en compañía, para un beso de bienvenida o para ir juntos a la cama

Semanas de broncas, gritos. Pesadillas mal dormidas en un sofá en el que hacía tiempo no había tardes de domingo, películas y palomitas. El tedio y la monotonía, supongo, la tranquilidad de que las cosas fluyen mientras no se les pare. La normalidad de los mortales. La vida al fin y al cabo. El suavizante compartido y la pasta de dientes mal cerrada.

Pero la vida continuaba cadenciosa, aburrida y constante como las olas de una piscina artificial que mueren exactamente siempre en el mismo lugar y de la misma forma.

Hacia tanto que mi alma no se enredaba en tus ojos, tanto que no contestabas mi último comentario de la noche, tanto que no me enviabas una foto o un mensaje inesperado. Tanto, que a la estrella polar le traía al pairo donde estaba tu norte o el mío o si esos nortes eran parte de un mismo punto cardinal.

Era un mes cualquiera, de ves a saber que estación. Fuera caía lluvia despacito como sin querer abandonar las nubes. Oí como la llave, tu llave, abría la puerta de casa. Entraste guapa como nunca, los labios rojos como el sol poniente de marzo, el pelo suelto cayéndose sobre tus hombros como el agua de las cataratas salvajes del áfrica negra. Ojos pintados de guerra, cara dulce y un abrigo fino, nuevo, color gris marengo, que no te había visto nunca, cerrado con enormes botones en forma de filigrana, te llegaba justo a las rodillas.

No sé muy bien porque no te dije en ese momento lo tremendamente guapa y sensual que estabas. – Qué haces así?, Vamos a algún lugar?- tan sólo eso se me ocurrió decir. Ya ves. Sólo eso. Un rayo de odio atravesó por un instante tus ojos que habitualmente eran de oscura miel de azahar. No dijiste nada, cogiste mi copa de vino blanco, bebiste de ella, te acercaste a mi y me diste de beber ese caldo de tu boca.

-Uffff. Uaauuuuuu. Hooooola- Dije. Abriste el abrigo, debajo no llevabas nada, tan sólo un culote, pequeño color rojo picota oscuro, como los buenos vinos del Duero, sujetador conjuntado y unas medias. Te acercaste a mi como una pantera a su presa, me cogiste del cuello y me besaste con fruición y desespero. Acepte el envite y te besé con la misma pasión, como si fuera ese primer beso mil veces repetido. Como si nuestras lenguas quisieran desentrañar los misterios del amor.

Mientras andábamos de espalda hacia el sofá desabrochabas mi camisa, yo torpemente como un payaso atontado me quitaba tejanos, calzoncillos, calcetines…. Raudo estaba desnudo y mi hombría señalando el techo.

Te miré, me miraste. Estabas guapa y radiante, como nunca, como siempre. Me acerqué a tu cuerpo, besé tus rodillas, tus muslos, tu vientre, tus manos, tu cuello. Te besé entera como si volviera a encontrar la esperanza al final del cesto de pandora. Tú besaste mi cuello, volviste a beber vino  blanco y fresco lo dejaste caer por mi pecho, por mi vientre por mi ombligo. Llenaste tu boca de vino frío y de mi hombría. Mi cuerpo ya te pertenecía, yo estaba sentado en el sofá tú de rodillas y mientras mis manos intentaban apartar tu pelo para apreciar la maravillosa imagen que hacían tus labios rojos alrededor de mi tú movías sensualmente tu culito que yo veía reflejado en los ventanales de enfrente.

Salí de tu boca antes de acabar dentro de ella. Te besé, lamí tu lengua, me enredé en tu pelo arranque la parte de arriba de tu ropa interior y me dediqué a lamer tus preciosos pechos, tus pezones se fundieron con mi lengua, con mi boca y con mi saliva robada del cielo del paladar de tu boca. Tú te acariciabas mientras yo lamia en ese lugar…. Seguías de rodillas y seguías moviendo tu trasero como sólo las más bellas de las mujeres saben hacer. Robándole tiempo al tiempo y deteniendo el agua de la clepsidra.

Yo hacía mucho tiempo que perdí el norte, el sur y la cordura, tan sólo deseaba lamer tu cuerpo arrodillado. Apoyé tu cabeza en el suelo, dejé tus rodillas donde estaban y las abrí un poco más con mis manos. Lamí tu espalda, bajé por ella hasta donde esta acaba y allí dediqué largo rato a mis caricias con la lengua. Te oía gemir. Entré en ti tal y como estabas yo mantenía mi ritmo y tú el tuyo, acompasado a mis movimientos. Realizabas círculos divinos con tu cintura, yo aceleraba el ritmo y tú hacías cadenciosos esos círculos. Notabas que el juguete que hay al sur de mi ombligo palpitaba, sabias lo que eso significaba. Cogí tus caderas y te apreté hacia mí, tú te separaste justo en el instante en que mi lluvia blanca en vez de llover en ti, cayó sobre tu espalda y tu pelo.

Ufffffff.- me diste un beso, sentada en el suelo y apoyada en la pared.- Esto guapo no ha acabado.- Te miré y por un instante creí ver un suspiro de tristeza atravesando tus ojos,  enseguida vi pasión paseándose por tus pupilas. Te cogí con mi mano izquierda por la cintura y con la derecha acaricie tu cuello, tus pecho, metí un dedo en tu boca lo humedecí y lo baje hasta ese lugar, que sin duda, habías depilado horas atrás introduje un dedo, lo moví. Tú ronroneabas como una leona tras su caza. Luego introduje el segundo jadeabas como una mujer que se siente deseada, Metí el tercero y los empecé a mover frenéticamente, dentro y fuera, fuera y dentro. Tu humedad se convirtió en charco y tus jadeos en gritos de placer.

Ya no éramos jóvenes y nuestra piel no era tan tersa como años atrás. Pero no éramos viejos y ni nuestros huesos ni músculos estaban en el invierno de sus vidas. Tanto tú como yo estábamos preparados para un segundo asalto. Pusiste mi espalda en el suelo, te sentaste sobre mí y me cabalgaste casi sin mirarme a los ojos, por más que yo buscará tu mirada. Entrabas y salías, cogiste mis manos y las pusiste en tu trasero. Invitándome a que lo acariciara y a que llenara aquel agujero que aún estaba libre. Finalmente tuviste otra petit mort. Dejaste de cabalgarme y tus manos de dos rápidos movimientos hizo que yo volviera a experimentar esa deliciosa muerte que antecede a una lluvia blanca, esta vez en tus manos, dejaste ese liquido pegajoso en ellas y lo esparciste en tu vientre.

Nos levantamos los dos del suelo, compartimos un trago. Cogiste el abrigo. Te pregunté –Uffff cariño, ha sido genial. Cuando repetimos? Dije con una sonrisa.


-Nunca. Mañana vendrán de la empresa de mudanzas a recoger mis cosas y durante la semana que viene mi abogado se pondrá en contacto contigo, te dará el convenio de divorcio. Haz las modificaciones que quieras, me parecerán bien.- Dijiste mientras te ponías el abrigo, y te dirigías a la puerta que cerraste sin decir adiós, sin mirar atrás. Sin desearme buenas noches.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Y TODO SIGUE IGUAL

Permitirme que, hoy, no sea yo el que escriba. Dejarme que deje aquí las palabras de Jaime Gil de Biedma (si, lo admito, es uno de mis poetas preferidos) escritas hace ya muchos años, antes de internet. De mensajes de whatsapp. De ""pásalos"".... Antes de tantas, tantas cosas. Sin embargo con el paso de los años esta poesía parece vigente. Si Jaime Gil de Biedma continuase vivo seguramente escribiría exactamente lo mismo. Parece que nada a cambiado, y lo peor..... Parece que nada va a cambiar.

Apología y petición

¿Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno,
sino un estado místico del hombre,
la absolución final de nuestra historia?
De todas las historias de la Historia
la más triste sin duda es la de España
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.
Nuestra famosa inmemorial pobreza
cuyo origen se pierde en las historias
que dicen que no es culpa del gobierno,
sino terrible maldición de España,
triste precio pagado a los demonios
con hambre y con trabajo de sus hombres.
A menudo he pensado en esos hombres,
a menudo he pensado en la pobreza
de este país de todos los demonios.
Y a menudo he pensado en otra historia
distinta y menos simple, en otra España
en donde sí que importa un mal gobierno.
Quiero creer que nuestro mal gobierno
es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
puede y debe salir de la pobreza,
que es tiempo aún para cambiar su historia
antes que se la lleven los demonios.
Quiero creer que no hay tales demonios.
Son hombres los que pagan al gobierno,
los empresarios de la falsa historia.
Son ellos quienes han vendido al hombre,
los que le han vertido a la pobreza
y secuestrado la salud de España.
Pido que España expulse a esos demonios.
Que la pobreza suba hasta el gobierno.
Que sea el hombre el dueño de su historia. 

lunes, 1 de diciembre de 2014

ABUELOS, YAYOS, AVIS, NONNOS

(En memoria de todos aquellos, estén todavía o no, que nacieron hace mucho  tiempo, que lucharon y vivieron, que ayudaron a construir gran parte de todo lo que es aquí y ahora)

Tenían sus ojos la tristeza de los cuentos de Dickens, sus pies arrastraban el cansancio de  años caminando, de muchos años “tirandopalante”. Las manos arrugadas como las uvas pasas de la tierra que dejó, con su familia y una maleta medio vacía de todo   sólo llena de ilusión y esperanza, para irse a “deslomarse” algo más al norte, un corazón cansado de latir dentro de un pecho de León, que aún agotado, tenia el recuerdo de la fuerza del roble que había sido. Su cabeza bien amueblada y con historias para escribir tres libros tristes.

No era tan viejo como para haber luchado en la guerra pero si como para haber visto muertos a su alrededor, “paseíllos” en las oscuras calles del pueblo, pelos rapados a navajazos de odio e intolerancia. Se acordaba, de lejos, pero se acordaba del dolor del látigo del hambre golpeando bajo las costillas y en el estomago, al que de tanto en tanto se engañaba con harina de algarroba.

Escuchaba a sus hijos, mientras abrían otra botella de vino y recogían los platos de la cena aún llenos de carne y de pescado, de lo duro de la vida, de lo mal que está el trabajo, de lo precario de los sueldos, de la imposibilidad de cambiar nada. Escuchaba a su yerno quejarse de que lo habían despedido, tras veinte años en la misma empresa, dándole de indemnización el equivalente a tres años de sueldo y un subsidio de desempleo de dos años, qué haría ahora? Preguntaba a los comensales con cuarentaypico años y sin trabajo.

Sonreía tras sus ojos humedecidos del tiempo. Pensaba en lo que oía, escuchaba “lo valientes” que eran todos los que estaban en esa mesa porque se manifestaron en la última huelga el día del trabajador, (todos menos el yerno despedido, él, serio y responsable fue a la oficina el día del trabajador porque habían informes que acabar y el jefe le dijo que lo tenían que terminar “si o si”. Le dio tiempo. Lo acabó un par de días antes de su despido) manifestación que hicieron, eso si, justo antes de irse a aquel restaurante de la playa a comer un arrocito con bacalao previo a una cata de gin tonics.

Su mente, que de vez en cuando marchaba al pasado, mientras cerraba sus ojos unos segundos, lo trasportó a las huelgas de marzo de  1951 en Barcelona, a lo veloces que eran entonces sus piernas huyendo de quien le perseguía con uniformes palos y pistolas en mano via Laietana arriba. Ni puta idea, pensó, ni puta idea tenéis vosotros de lo que es una crisis ni mucho menos de lo que es echar cojones para solucionarlo.


Seguía escuchando “blablablabla”, entre copa de vino y copa de vino. Clavo sus ojos sobre los ojos de sus hijos y sus nietos como el que los clava en una vieja canción, tal vez en Grandola Vila Morena. No dijo nada, decidió seguir en su huida hacia adentro, en su regreso al pasado. Era placentero regresar aunque fuera sólo unos instantes para seguir recordándose, joven, guapo, fuerte y guerrero. Calló para evitar una discusión tan estéril como innecesaria, bebió un sorbito del café descafeinado con sacarina y pensó lo bien que le sentaría a esa porquería un chorrito de coñac.