Lo cierto es que, creo, que con esta entrada voy a incumplir, o al menos a posponer una promesa dada en estas letras. Disculpa Desbrozador. Sigue en pie la promesa de escribir algo más sugerente. Pero lo cierto es que el lobo de la vida sopla como quiere y esta realidad crudita y poco hecha en la que todos vivimos construye los presagios que quiere, las historias que quiere, y en ocasiones, a aquellos que nos gusta escribir, las musas no vienen a visitarnos desde el parnaso, sino de algún tipo de lugar oscuro y yermo que no conocemos.
Hoy, no sé si de modo grato o ingrato, me gustaría escribir sobre esas personas a las que sus antepasados les están llamando desde hace tiempo, están siendo reclamadas en otro lugar, a otro tiempo. Cuando ese eco que acaba con el espejismo de nuestra realidad te llama lo hace, ocasionalmente, quitándote la vida, arañándote las fuerzas, intentando mermar tu capacidad y voluntad.
Sin embargo hay personas, héroes desconocidos, que con muchísima menos capacidad pulmonar que tu y que yo, aspira con una fuerza digna de titanes hacia arriba con decisión y firmeza para intentar evitar que caigan los últimos granos del maldito reloj de arena en el que todos estamos encerrados,. Que agarran con mano de hierro en guante de seda y acero antiguas fotos, viejas canciones, románticos recuerdos, para hilvanar junto a sus seres queridos un pasado muy cercano, muy presente. Que regalan, flores arrancadas con sus manos, ya sin fuerzas, pero aún duras y con la decisión necesaria, a sus seres queridos de los que jamás debieron de separarse, de los que han tenido la fortaleza de reencontrarse dejando en el pasado los vahos del desentendimiento. Edificio de toda una vida. Para sacar todo el buen color de una existencia bien, o mal, vivida.
Que quizás, casi, casi, no puedan levantarse de la cama, del sofá, o de la silla, pero que sin embargo, en vez de estar haciendo castillos de naipes con sus fracasos, están construyendo castillos de arena, de arena solida que no se disolverá, con sus recuerdos, con sus manos cansadas, para un futuro que ellos no verán, no olerán, no disfrutaran. Pero que sus seres queridos si lo harán. Regando con agua mágica cirerers que darán el mejor fruto cuando ello/as ya no lo vean.
Que saben que el tiempo, no hace promesas. Ni las cumple. -si acaso las malas-. Que saben que todos los trenes están perdidos, que ya nada es urgente ni básico, y que no obstante con una entereza que yo jamás tendré, son capaces de anteponer una sonrisa a su dolor, su luz menguante a la insoportable oscuridad de la vida, del porvenir.
Hombres y mujeres, (y en ocasiones –desgraciadamente- niños y niñas) que tras una aparente fragilidad corporal, por estar encerrados en una carcasa que ya no responde, rodeada de guiñapos, antaño músculos fuertes que abrazaban, amaban y protegían a sus seres queridos y que ahora son sólo la abatida sombra de una sombra mal iluminada de lo que pretéritamente fuesen. Y que no obstante muestran una fuerza para sobrevivir un día más. Que aprietan con un ímpetu brío y coraje digno de los enemigos de los dioses, los dientes, el corazón cansado de latir, para sonreír un ratito más. Aquellos que, pese a su indisponibilidad, escupen, otro día, un rato más, un minuto más, a la jodida parca inhóspita y desagradable. Aquellos que pronto la abrazaran, pero que hoy no, hoy no. Hoy mientras yo derramo una lagrima se apretaran las uñas en las manos y aguantaran un ratito más la última gota de la Clepsidra.