Vámonos a un lugar sin cobertura. Donde no suenen teléfonos ni conciencias.
Vámonos a esa misteriosa Isla en la que, sonriente, habita la infancia donde todo está por hacer, todo por construir, todo por erigir. Tal vez allí, y empezando de nuevo, podamos poner unos cimientos de sonrisas y besos.
Vámonos al lugar en el que nacen los sueños y las manzanas, puede que esté al final del arco Iris. Ves a saber, igual nos invitan a caricias y cerveza negra y helada. Tal vez allí no haya folios ni rutinas, amarguras ni anhelos incumplidos.
Vámonos con el viento enredado en el pelo y engarzado en tus pestañas. En moto, con curvas, sin vergüenza ni miedo. Conduzcamos toda la noche (como en la canción de Bruce Springsteen, sólo para comprarte unos zapatos) hacia algún lugar lejos de la ignominia y la desolación de los mercados. Busquemos un mercadillo de madera de cerro, de hierro forjado, de barro y plata vieja. Tentemos a la suerte y cambiemos nuestros versos por cachivaches que generen sonrisas.
Vámonos a ese lugar en que la cerveza es gratis, el vino dulce, y el baile es danza primigenia que evoca a esos viejos dioses que no cumplen sueños pero que te indican como conseguirlos. A ese bosque de arboles, arroyos y rios en los que los vasos siempre están, al menos, medio llenos.
Vámonos, pintándonos la cara de certezas y con las manos repletas de caramelos, camino de las arcadias soñadas, de la Atlantis hundida, trepemos con los dedos desnudos hacia el Eterno Nirvana. Lleguemos al final del camino.
Vámonos a esas playas soñadas de arena fina y sol caliente en tu pecho, de olas acariciando tus pies y mi espalda.
Vámonos, tan sólo un ratito, lejos de estos despachos, de estas carreteras, de estas incertidumbres de Reyes que cazan elefantes y obreros que buscan yogures en los containers. Alejémonos de esta vida desacreditada, de estos días deshonrosos, del aprobio que en ocasiones representa estar vivo.
Vámonos, en definitiva, a algún lugar en el que encontrar un poco de sal con la que alegrar la vida