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martes, 16 de diciembre de 2014

AL FINAL LLEGO EL FINAL


Estaba tirado en casa, como tantos otros días, un día normal, ordinario y anodino. Bebía un vino blanco fresco. Pensaba en nada, leía, perdía el tiempo.  Tal vez no, tal vez lo ganaba no haciendo nada.

Años de indiferencia y desconsuelo, como si ya hubiéramos pagado todas las letras de la hipoteca del amor eterno que un día  juramos debernos el uno al otro. Ya se habían pagado todas las facturas del amor, de la pasión y del deseo. Nos habíamos devuelto la fianza e incluso la obligación de amarnos para siempre. Tal vez tan sólo quedaba naufragar y recoger sus restos. Tal vez los reproches callados poco a poco se fueron haciendo más grandes, que las ganas de esperar para comer en compañía, para un beso de bienvenida o para ir juntos a la cama

Semanas de broncas, gritos. Pesadillas mal dormidas en un sofá en el que hacía tiempo no había tardes de domingo, películas y palomitas. El tedio y la monotonía, supongo, la tranquilidad de que las cosas fluyen mientras no se les pare. La normalidad de los mortales. La vida al fin y al cabo. El suavizante compartido y la pasta de dientes mal cerrada.

Pero la vida continuaba cadenciosa, aburrida y constante como las olas de una piscina artificial que mueren exactamente siempre en el mismo lugar y de la misma forma.

Hacia tanto que mi alma no se enredaba en tus ojos, tanto que no contestabas mi último comentario de la noche, tanto que no me enviabas una foto o un mensaje inesperado. Tanto, que a la estrella polar le traía al pairo donde estaba tu norte o el mío o si esos nortes eran parte de un mismo punto cardinal.

Era un mes cualquiera, de ves a saber que estación. Fuera caía lluvia despacito como sin querer abandonar las nubes. Oí como la llave, tu llave, abría la puerta de casa. Entraste guapa como nunca, los labios rojos como el sol poniente de marzo, el pelo suelto cayéndose sobre tus hombros como el agua de las cataratas salvajes del áfrica negra. Ojos pintados de guerra, cara dulce y un abrigo fino, nuevo, color gris marengo, que no te había visto nunca, cerrado con enormes botones en forma de filigrana, te llegaba justo a las rodillas.

No sé muy bien porque no te dije en ese momento lo tremendamente guapa y sensual que estabas. – Qué haces así?, Vamos a algún lugar?- tan sólo eso se me ocurrió decir. Ya ves. Sólo eso. Un rayo de odio atravesó por un instante tus ojos que habitualmente eran de oscura miel de azahar. No dijiste nada, cogiste mi copa de vino blanco, bebiste de ella, te acercaste a mi y me diste de beber ese caldo de tu boca.

-Uffff. Uaauuuuuu. Hooooola- Dije. Abriste el abrigo, debajo no llevabas nada, tan sólo un culote, pequeño color rojo picota oscuro, como los buenos vinos del Duero, sujetador conjuntado y unas medias. Te acercaste a mi como una pantera a su presa, me cogiste del cuello y me besaste con fruición y desespero. Acepte el envite y te besé con la misma pasión, como si fuera ese primer beso mil veces repetido. Como si nuestras lenguas quisieran desentrañar los misterios del amor.

Mientras andábamos de espalda hacia el sofá desabrochabas mi camisa, yo torpemente como un payaso atontado me quitaba tejanos, calzoncillos, calcetines…. Raudo estaba desnudo y mi hombría señalando el techo.

Te miré, me miraste. Estabas guapa y radiante, como nunca, como siempre. Me acerqué a tu cuerpo, besé tus rodillas, tus muslos, tu vientre, tus manos, tu cuello. Te besé entera como si volviera a encontrar la esperanza al final del cesto de pandora. Tú besaste mi cuello, volviste a beber vino  blanco y fresco lo dejaste caer por mi pecho, por mi vientre por mi ombligo. Llenaste tu boca de vino frío y de mi hombría. Mi cuerpo ya te pertenecía, yo estaba sentado en el sofá tú de rodillas y mientras mis manos intentaban apartar tu pelo para apreciar la maravillosa imagen que hacían tus labios rojos alrededor de mi tú movías sensualmente tu culito que yo veía reflejado en los ventanales de enfrente.

Salí de tu boca antes de acabar dentro de ella. Te besé, lamí tu lengua, me enredé en tu pelo arranque la parte de arriba de tu ropa interior y me dediqué a lamer tus preciosos pechos, tus pezones se fundieron con mi lengua, con mi boca y con mi saliva robada del cielo del paladar de tu boca. Tú te acariciabas mientras yo lamia en ese lugar…. Seguías de rodillas y seguías moviendo tu trasero como sólo las más bellas de las mujeres saben hacer. Robándole tiempo al tiempo y deteniendo el agua de la clepsidra.

Yo hacía mucho tiempo que perdí el norte, el sur y la cordura, tan sólo deseaba lamer tu cuerpo arrodillado. Apoyé tu cabeza en el suelo, dejé tus rodillas donde estaban y las abrí un poco más con mis manos. Lamí tu espalda, bajé por ella hasta donde esta acaba y allí dediqué largo rato a mis caricias con la lengua. Te oía gemir. Entré en ti tal y como estabas yo mantenía mi ritmo y tú el tuyo, acompasado a mis movimientos. Realizabas círculos divinos con tu cintura, yo aceleraba el ritmo y tú hacías cadenciosos esos círculos. Notabas que el juguete que hay al sur de mi ombligo palpitaba, sabias lo que eso significaba. Cogí tus caderas y te apreté hacia mí, tú te separaste justo en el instante en que mi lluvia blanca en vez de llover en ti, cayó sobre tu espalda y tu pelo.

Ufffffff.- me diste un beso, sentada en el suelo y apoyada en la pared.- Esto guapo no ha acabado.- Te miré y por un instante creí ver un suspiro de tristeza atravesando tus ojos,  enseguida vi pasión paseándose por tus pupilas. Te cogí con mi mano izquierda por la cintura y con la derecha acaricie tu cuello, tus pecho, metí un dedo en tu boca lo humedecí y lo baje hasta ese lugar, que sin duda, habías depilado horas atrás introduje un dedo, lo moví. Tú ronroneabas como una leona tras su caza. Luego introduje el segundo jadeabas como una mujer que se siente deseada, Metí el tercero y los empecé a mover frenéticamente, dentro y fuera, fuera y dentro. Tu humedad se convirtió en charco y tus jadeos en gritos de placer.

Ya no éramos jóvenes y nuestra piel no era tan tersa como años atrás. Pero no éramos viejos y ni nuestros huesos ni músculos estaban en el invierno de sus vidas. Tanto tú como yo estábamos preparados para un segundo asalto. Pusiste mi espalda en el suelo, te sentaste sobre mí y me cabalgaste casi sin mirarme a los ojos, por más que yo buscará tu mirada. Entrabas y salías, cogiste mis manos y las pusiste en tu trasero. Invitándome a que lo acariciara y a que llenara aquel agujero que aún estaba libre. Finalmente tuviste otra petit mort. Dejaste de cabalgarme y tus manos de dos rápidos movimientos hizo que yo volviera a experimentar esa deliciosa muerte que antecede a una lluvia blanca, esta vez en tus manos, dejaste ese liquido pegajoso en ellas y lo esparciste en tu vientre.

Nos levantamos los dos del suelo, compartimos un trago. Cogiste el abrigo. Te pregunté –Uffff cariño, ha sido genial. Cuando repetimos? Dije con una sonrisa.


-Nunca. Mañana vendrán de la empresa de mudanzas a recoger mis cosas y durante la semana que viene mi abogado se pondrá en contacto contigo, te dará el convenio de divorcio. Haz las modificaciones que quieras, me parecerán bien.- Dijiste mientras te ponías el abrigo, y te dirigías a la puerta que cerraste sin decir adiós, sin mirar atrás. Sin desearme buenas noches.

3 comentarios:

  1. Increíble, que bien has narrado el desamor, la sorpresa, el deseo y la rutina que todo lo mancha de desgana.
    Un beso, Carlos.

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  2. Rosalia es todo un placer volver a verte por esta casita que es la tuya, en la que siempre eres bien recibida..

    El amor, está siempre unido al amor como mellizos inseparables.

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  3. Que realidad describes.Me ha encantado como lo cuentas.

    Felices Días.

    Ya están aquí de nuevo; llegaron de puntillas, casi sin darnos cuenta. Bajo la hoja de Noviembre nos aguardan esos últimos días que nos piden (es difícil, lo sé) olvidar problemas e inquietudes para dejar paso a la necesidad de dar y recibir cariño y esperanza.

    Ha sido un largo camino, cada año más largo y tortuoso.

    Quería, queríamos un año que, de verdad, fuera nuevo, un año donde vivir con las ventanas abiertas y la esperanza como felpudo de bienvenida a los pies de nuestros sueños pero las cosas no han sucedido como esperábamos. Aun así no deseo renunciar a la magia de unos instantes desde los que brindar con vosotros, desde los que buscar una luz que enhebre un deseo propio con un sueño vuestro, no deseo renunciar a que, entre todos, seamos el agua que arrastra la incertidumbre del eclipse y nos permita compartir la luz tenue de la lunna.


    Besos.

    Lunna.




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