Una vez más, como cada año, el
Rey Carnestoltes, precediendo la austeridad y la penitencia de la cuaresma
cristiana, viene con sus sonrisas y ungüentos que curan heridas del alma, dándonos
órdenes de cómo vestirnos. Nos indica a susurros inaudibles que nos quitemos
los trajes y corbatas de siempre, los vestidos de reuniones interminables, la
bata de trabajo. La monotonía al fin y al cabo. Nos dice que nos vistamos
distinto, que soñemos lo que queremos ser, y nos vistamos de nuestro sueño. Que
lo vivamos, aún en el corto tiempo que dura el sonido de una nana en el oído de
un pequeño. Y la verdad, se me ocurren muchos disfraces con los que vestirme.
Tal vez de la botella vacía que queda tras una tarde de
charla, conversaciones y besos. O del mensaje que podamos dejar en esa botella
pidiendo un mundo mejor, más humano, más amable. De la ola de tu Mediterráneo
que moverá esa botella y su mensaje hasta las palmas de tu mano. Ponerme, quizás,
la mascara que es el eco de tus labios cada vez que marchas diciendo que me
quieres, que dejas un beso prendido en la mesita y bailando en mis labios.
No estaría nada mal ponerme la
ropa del oscuro vértigo que resurge cada vez que salto entre tus pestañas o,
tal vez, de la gota de sudor que recorre tu columna para acabar su camino allá
donde acaba tu espalda y en su culotte negro cada vez que mis dientes muerden
tu cuello y un escalofrió recorre tu nunca.
Quiero ponerme el antifaz del
arañazo en tu espalda, del hombre que habita en tus sueños y sabe hacer el
fuego primigenio para darte el calor que necesita tu pecho. De la estrella
polar que marca tu norte y mi sur. De las manos y los dedos que se entrelazan
entre tus brazos y las flores vespertinas que recoges al atardecer. Del sueño
sexual que hace que despiertes jadeando en las noches de cuarto menguante. De la postal que
recibes cuando mi cuerpo está lejos y mi ausencia cercana. Del pirata que te
secuestra y te lleva por mares lejanos y fantásticos, lejos de los folios y
números diarios y te besa en playas sin normas. Del vampiro de capa negra que
muerde tu cuello, de aventurero en tus sueños, del canalla impenitente que te hace
estremecer.
Y, fíjate, que seria interesante
ponerse el disfraz de la puerta abierta a la esperanza a los días que vendrán,
de la ventana sin cerrojos que deja pasar el aire fresco. De tu mejor canción,
de la poesía que aún no te he escrito. De la vibración de tu voz recitándome al
oído poemas de Omar Kayamn. Del susurro que queda pendido en el aire cada vez
que dejas de decirme un te quiero. De blues acompasado a tus pasos.
De suicida por amor que se
arrepiente. Justo, un segundo antes de saltar y encuentra soluciones en tu cama.
De la estrella que brilla en tu dedos, de las constelaciones y las pleyades que
recorren tu espalda.
Buscar entre los cajones del ayer
y los cachivaches que por ahí andan guardados material para hacerme el antifaz
veneciano del carmín de tus labios, el perfume en tu cuello, la prenda que tapa
tu culito, los zarcillos brillantes que adornan tus oídos. Del hilo de Ariadna que te muestra la salida de tu
laberinto. Del arco tensado de Ulises. Del ascensor en el que te quedas
atrapada, de las promesas que no cumplí. De la lluvia que empapa tu pelo.
Ponerme esa ropa que me trasformaría,
aún por unas horas, en el avión que te trae de vuelta a casa, no a cuatro
paredes, a esa casa que habita en tu corazón. El bombón de licor que explota en
tu boca. Del lugar al que volver, del sitio donde quieres estar. De demonio
bueno, con alas de ángel. O disfrazarme, ya ves, de la paz que anida en los
rizos de tu pelo.
Bravo señor... De lo mejor que te he leído... Tremendo post, que grande!!!
ResponderEliminarUna abraçada forta :)