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jueves, 5 de marzo de 2015

EL SABOR DEL PECADO


Yo siempre he vivido cerca del mar, de mi mediterráneo, y tú siempre has vivido en todas partes. Volviste de Copenhague con una sonrisa en los labios, las uñas pintadas de morado oscuro, y bajo la piel el eterno recuerdo.

Hacía tiempo que no nos veíamos ni compartíamos confidencias. Tomamos un vino en una de estas tardes de principios de primavera en las que no sabes si hace frío, calor, lloverá o nos caerá un trueno sobre la cabeza. -Qué tal tu marido? y tus hijos?- te pregunté cortes. – Bien, sin novedades en ningún frente, fíjate, cada día más grandes- contestaste risueña mientras me enseñabas en el móvil fotos de los pequeños. Tus ojos se enmarañaban, probablemente, en sus sonrisas.

No sé muy bien de que modo la conversación fue derivando en el Existencialismo de Kierkegaard, en su filosofía, en la condición de la existencia humana. Sobre el individuo y la subjetividad que habita en la libertad. De la responsabilidad que implica estar vivos. Supongo que acabamos con algo tan tedioso porque venias de Copenhague. Ves a saber. Tal vez el vino blanco, o el miedo a hablar de cosas que realmente nos importen.

Tras la segunda copa de vino de rueda te dije; – Sabes? En realidad, ahora mismo, más que saber si la angustia ante la existencia puede ser algo positivo, me interesa saber a qué sabe esa magdalena de frutos del bosque- reí y señale una magdalena del mostrador. – jajajajaja, que prosaico y mundano eres cuando quieres- contestaste sonriendo e iluminando el moderno bar. – Bueno, también me pregunto qué sabor tiene el pecado- te replique sonriendo.

-Anda vamos, que empieza a oscurecer-. Pague. (Caro como siempre) Subimos a tu coche, un opel viejo, rojo, destartalado. De un revoltillo que habías hecho con tu chaqueta sacaste una magdalena. – Toma la robé para ti.- dijiste riendo. –jajajajajajaja, eres la leche- la mordí. -Está buena, pero sólo resuelve una de mis dudas, sigo sin saber a qué sabe el pecado.-

El cielo empezó a llenarse de nubes grises, dirigiste el coche hacia esa pequeña cala que me vio crecer y madurar. Empezaba a llover sobre tu coche y sobre las tardes de todos aquellos que permanecían aburridos en sus casas. Saliste fuera del coche.  Te  seguí.

El mundo no dejo de girar. El sol hacia horas, que vencido, se ocultó tras las nubes. Mordiste un trozo de la magdalena de frutos del bosque. Sonreías y yo me perdí entre el nácar de tus colmillos. Miré tu vestido; corto, gris marengo,   media manga en los brazos, cuello alto, ceñido, sin escote. Siempre tuviste una belleza indómita. Me besaste discreta en la mejilla cerca de la boca. Una gota cayó entre tus labios y mis mejillas. Te miré. Me miraste. Tu lengua y la mía se encontraron bajo esa incipiente lluvia de la primera primavera.

Mis manos se perdieron en tu cintura, y yo perdí la vergüenza, el norte y el pudor, lamí tu boca, me enrede en tu pelo, susurre en tu oído, manosee tu espalda, baile con la cremallera que apretaba el vestido a tu cuerpo. Dejé de pensar, empecé a olvidar  el pasado, el presente, y a serme indiferente el futuro, tu marido,  mis obligaciones. Desapareció el mundo. Los tejados dejaron de cubrir edificios, tan sólo importaba lo que había bajo tu ceñido vestido gris marengo, el color de tu ropa interior y la pulsión que  refulgía en mis venas.
De pronto el pequeño chirimiri se convirtió en lluvia que caía por tu espalda. Mis tejanos ya no podían aguantar lo que dentro de ellos había.  Tus pezones se trasparentaban por la lluvia caída y por su dureza.

 Diste media vuelta en el mismo instante en el que la primavera decidió caer sobre los corazones de todos los que habitamos el hemisferio norte. Apoyaste tus manos contra el coche. Levanté tu falda y bajo ellas habían unas preciosas medias enganchadas en tus muslos. Un tanga, pequeño color burdeos que aparté para introducir un dedo y moverlo dentro de ti, luego otro y otro.   Bajé y lamí aquella maravilla. Gemías, llovía el cielo y el sonido de tu boca se mezclaba con el olor a arena mojada, que como volutas de incienso y sándalo ocupaban el lugar en el que estábamos e impregnaba el aire de ti, de mí, de sexo, de susurros de transgresión.

Aparté mi lengua de tu sexo. Tú arqueaste tu espalda y ofreciste esos dos lugares. Entré en uno de ellos.  El pequeño hilo burdeos  de tu tanga rozaba mi virilidad, que incontrolada entraba y salía en ti. Te agarrabas del techo de tu coche.  Tu culito se enseñoreaba en mis ojos mientras llovía y tronaba en el horizonte, le di un fuerte cachete al compas de tus movimientos. – EEEEIIII no me dejes ninguna marca-, dijiste, – Duerme esta noche con pijama, y nadie verá nada- te dije.  No te vi, estabas de espalda. Pero sin duda sonreíste  mientras yo observé en ese precioso lugar que siempre estuvo duro, años atrás por la efervescencia de la juventud, y ahora por las horas de gimnasio, la marca de mi mano.

Me gustaría pensar que coincidió con un relámpago. No sé si fue así. Pero movías tus caderas espasmódicamente un instante antes de tu primera muerte. Yo con mucho esfuerzo aguanté.

Me obligaste a salir a de ti, te agachaste con la belleza de los movimientos de una gata que está a punto de obtener su mejor presa, tu mano derecha apretó desde mi trasero y  tu mano izquierda cogió los dos recipientes que a punto estaban de vaciarse. Introdujiste mi virilidad en tu boca, húmeda y caliente. Se paró el mundo y los relojes. Los ángeles empezaron a sonreír, y los demonios no podían ocultar su satisfacción. Finalmente, yo, también tuve la pequeña muerte de los franceses en tu boca.

Llovía en primavera. Te levantaste de la postura en cuclillas que mantenías, las gotas del cielo brillaban en tu pelo, en tus pestañas, en tu cara y en tu boca, incluso alguna de esas gotas refulgían en tus uñas pintadas de oscuro. Un hilillo blanco se adivinaba por la comisura de tus labios. Tus ojos de hembra mágica brillaban en el cielo. Me besaste dejando caer en el cielo del paladar de mi boca parte de la lluvia blanca que contenías sobre tu lengua. Sorprendido la saboreé. Giraba el mundo.

 – a esto, cariño, a esto sabe el pecado-



1 comentario:

  1. Entré en conflicto con mi pragmatismo al saborear el pecado a ritmo de lectura!!

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