Cuenta una vieja historia, que
los primeros colones españoles que llegaron al sur del “nuevo continente” se
toparon con los indios, Pehuenches, Mapuches y Tehuelches. Eran tan superiores en
altura (y seguramente en muchas cosas más menos en armamento) que les llamaron
Patagones (un gigante de un cuento popular de la época) Así, poco a poco, como
suceden estas cosas fue calando el nombre y despacito la zona pasó a llamarse
Patagonia.
Ufffffffffffffff, un lugar
inmenso de carreteras inacabables, rectas imposibles en esta vieja Europa
nuestra. Y un paisaje rodeado de infinitos matices y colores, toda la gama de
amarillos, ocres y marrones ante tus ojos. Arbustos, pastizales y arbolitos
achaparrados y chiquitos aquí y allá. Kilómetros y kilómetros que el coche iba
comiendo como quien come un plato que parece inacabable. De tanto en tanto aparecía,
como aparecen los milagros, ante los ojos, ya acostumbrados a tanta distancia,
chiquitos santuarios, envueltos en banderas rojas, dedicados a Gauchito Gil.
(interesante su historia….) Claro inevitable pararse y mirar, y dado a que
gracias a Dios no soy creyente y Gauchito Gil no es parte de la liturgia Católica,
ningún daño podía hacer que le pidiese por nuestro camino y porque una luz
brillante acompañe de por vida a mi piccolo.
Kilometros y kilómetros de quilimbai,
charcaos, colopiche, amarillos choiques y neneos dieron paso al inmenso mar. En
esta ocasión un Mar fuerte y generoso. El primer contacto en barco de ese
pequeño que hace más de un año robo la parte más importante de este corazón
ansioso por latir.
Los dioses de los viejos Mapuche,
estaban, sin duda de buen humor movían sus hilos y tejían los movimientos de la
naturaleza, y Gaia, simpática ese día se dejaba hacer. Un cielo azul pellizcado
de tonos grises acero encumbraba un cielo inquebrantable y lejano. El azul
penetrante e intenso del atlántico bajo el barco se reflejaba en los ojos oscuros
del Piccolo, (que aún muy pequeño para recordar se extasió y embebió de buenas
sensaciones, de “buena onda”).
Unos animales imposibles, casi mitológicos
diría yo, se acercaban despacito y suave al barco, como luciendo palmito, como dejándose
ver, como si quisieran dejar que se les acariciase. Cada vez que uno de ellos
sacaba su inmenso lomo del mar para
expulsar agua y respirar el pequeño lo señalaba con ojos inmensos y un dedito
extendido, como si de un experimentado cazador de 19 meses se tratará, y
gritaba entusiasmado “balena, balena, balena”….
Pasearon estos maravillosos
monstruos con sus crías ante nuestros ojos una y otra vez, bailando con las
pequeñas olas, con la espuma y con los sentimientos de estos animales
racionales que decimos ser. De tanto en tanto mostraban orgullosas sus colas
con las que golpeaban el incontable agua del océano, como si nos dijeran con su
golpe y estallido “no sois los señores de este planeta”
qué envidia me dais, amigos
ResponderEliminartermina la història dejando ganas de más descubrimientos, de más belleza narrada!!
ResponderEliminarme sumo a la envidia sana de Rodolfo :)
una abraçada company!