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miércoles, 7 de mayo de 2014

AYALQUIBURY. (último milagro)


En primer lugar, pido disculpas, porque no sé si se escribe así.

El otro día, en uno de esos lugares en los que tardan varios minutos en poner los gintonics que sirven en una especie de peceras enormes, escuche una bonita voz femenina que contaba una anécdota sobre unos conocidos suyos. La anécdota, someramente, consistía en que años atrás, esas personas, habían adoptado a un niño somalí. Este niño se llamaba, (se llama) Ayalquibury (de ahí mis disculpas no sé si está bien escrito….) Al parecer el pequeño nació casi al borde de la muerte, en uno de esos lugares del planeta en que la muerte está más cerca y su aliento es más maloliente y fuerte. En uno de esos lugares en los que rezar pasa por encima de la inexistente medicina para sobrevivir. Pasaron días y horas eternas. El niño, finalmente venció a la negra dama y sobrevivió. Por eso le llamaron así, Ayalquibury, que significa, según explicaba aquella bella muchacha; “Dios siempre guarda un último milagro”.

No estaba yo mucho por pensar en nada, pero lo cierto es que aquella bonita historia, quedo agazapada en mi corazón y en mi mente. No creo mucho en Dios, me gustaría, sería más fácil aguantar los reveses que inevitablemente nos trae la vida sin envolver en papel de celofán, sin avisar, a traición. Pero no creo, supongo que eso no se elige. Claro!!! Aún sin creer es difícil no enamorarse de algunas de las cosas que dice, la biblia, “”su libro”” como por ejemplo
¡Que me bese ardientemente con su boca! 
Porque tus amores son más deliciosos que el vino; 
 sí, el aroma de tus perfumes es exquisito, 
tu nombre es un perfume que se derrama: 
por eso las jóvenes se enamoran de ti. 

 Aún así, sin creer, creo que cada uno de nosotros tiene un pequeño dios corriendo por sus venas, enzarzado en sus dedos. Pensé que tal vez haya muchos últimos milagros y que estos millones de últimos milagros son inagotables y andan acurrucados en tu pecho, engarzados en tus manos. En los besos que me has dado, en los besos que no hemos disfrutado. En la vida a la que estamos invitados.

Es posible que esos últimos milagros se escondan en los terremotos de flores de azahar y en el aroma que, ahora en primavera, estas esparcen por el viento para que se enreden entre tu pelo y tus zarcillos casi redondos, para que sus filamentos y anteras, bailando con el airecillo vespertino, jueguen con las estrellas que adornan tu espalda desnuda.

Puede que ese último milagro que Dios tiene escondido, lo haya guardado en el latido de algún corazón sin dueño ni nombre. En tu ausencia, en los sueños derramados en las noches de cuarto menguante. En reencontrarnos con ese niño que siempre, que aún, anda dentro de ti. En la clave de sol que jamás supiste tocar. Tras el fondo de la última esperanza del ánfora de Pandora. En volver a empezar cuando estás a punto de rendirte. O, quizás, haya dejado dibujado un mapa para que cada uno de nosotros halle su propio último milagro.


Ves a saber, tal vez este último milagro consista en levantarse cuando te caes de camino al país de los sueños. En guardar las cosas buenas de las personas malas, de los malos momentos. En no rendirse, en no quedarse sentado en el sendero. En el trocito de alma que compartimos. En esperar lo imposible. En las velas que insufla el viento del sur. En los días que duelen y en los que no. En las lagrimas confundidas con el agua de lluvia. En las preguntas sin respuesta. En soñar que vuelves y me abrazas.

3 comentarios:

  1. Puede que este crío tenga una gran mision en esta vida.. sin lugar a duda ya la ha comenzado con tu relato...;-))

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  2. Carlos, qué maravilla de texto. Y de historia. Y qué de sensaciones me ha despertado esta entrada. Creo que lo he leído el día perfecto, el día más adecuado. Me maravilla que ese niño viva, y más que lo haga a través de tus palabras. Ese es el verdadero milagro: estamos vivos por y para los demás.

    Un abrazo, amigo.

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