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jueves, 4 de julio de 2013

SEX TIME

Hacía tiempo que no nos veíamos. De hecho, solíamos vernos tan sólo cuando tenías problemas. O cuando a mi me sobrevolaban penalidades.


Me sorprendió tu corte de pelo, siempre tan largo, tan arreglado, tan sedoso, y con un color tan natural. Me chocó vértelo corto, teñido de rojo, con flequillo cayendo sobre tus ojos negros y extremadamente pintados. Como si fueras algún tipo de bruja moderna. No era tu estilo pero estabas tremendamente guapa y sensual.

Me contaste de tus fracasos de estos últimos tres años, los que hacía que no nos veíamos ni teníamos más contacto que por pantallitas y maquinitas de por medio, de las nuevas heridas, de un divorcio complicado. Que dejaste el trabajo y volviste tras más de 20 años al tabaco.

Venias, decías, de un viaje por Rochefort y Saint Agnan. Francia siempre fue un buen lugar para irse a olvidar. Y allí me comentabas que te habías pasado los últimos tres meses buscando información e inspiración en Pauline Rèage porque querías escribir un libro, con historias similares a las que vivió O tras su paseo por el parque Montsouris Monceau.

-Desde cuando te gusta escribir? Te dije sonriendo y cogiendo tu mano. – no sé si me gusta, pero he dejado el curro y me apetece escribir una historia así-.

-Qué sabes de ese tipo de historias? - Te dije riendo casi a carcajadas y vaciando la primera botella de tinta de Duero.

-Nada, nada de nada jajajajajaja- y de nuevo tu sonrisa ilumino el mundo, y la estancia en la que estábamos.

Sería ese vino, no sé, o este fresquito del recién iniciado Otoño, o tu pelo rojo de bruja, o esa mirada de hembra perdida pero fuerte. No sé.

Qué tal si aprendemos algo más sobre el personaje de Anne Desclos?

-ufffffffff. Dijiste.

Decidí que se acabó el tiempo de hablar, de escuchar. Me fui hacia ti te cogí la muñeca izquierda, seguías llevando el reloj en la derecha. Mira algo que no había cambiado. Llevándote a la cocina cogí unas tijeras, te indiqué que cortaras las cuerdas en las que tendía la ropa. Lo hiciste obediente, sonriendo casi riendo, como si fuera un juego. Te miré con la mirada más acerada que tú habías visto. -Yo no estoy jugando-. Tú cara cambio un segundo como si te asustaras. Sonreí un poco y relajaste tu semblante.

Te lleve hasta la habitación y te puse cara a la pared, con la cuerda te di muy muy suavemente sobre los tejanos, justo debajo de tu cinturón negro. Callabas. Luego golpee fuertemente la cuerda contra el aire, chasqueando la brisa que recorría la habitación. Impetuosamente golpee el suelo y la pared, sin rozarte pero acercando ese improvisado látigo a tu piel morena. Te diste la vuelta y me miraste. Me acerque a ti con la cuerda en una mano y mi cinturón en la otra. Aparte tu flequillo rojo de tus ojos y mi lengua bailo con tu lengua del mismo modo que danzan los demonios en los aquelarres de invierno.

Te quité la ropa casi a mordiscos, casi a arañazos. Mi lengua bajó por tu barbilla, tu cuello. Me entretuve en ese delicioso hueco que se forma al final de tu cuello y deje allí mi saliva. Lamí tus pechos y mordí tus pezones. –Ahhhhhhhhhhhh- dijiste. Yo no dije nada. Seguí bajando y bajando, mis dientes se encargaron de rasgar tus braguitas, mis manos de acabar de arrancarlas. Escupí en ese lugar antes tapado por esa pequeña pieza de encaje morado. Introduje un dedo, dos, tres. Tú echabas para atrás tu cabeza. Intentabas de modo baldío cerrar tus piernas.

Deje de golpe lo que estaba haciendo, te cogí en brazos y te tumbe en la cama. Con mi cinturón, el tuyo, y la cuerda até tus manos y tus pies te quedaste, desnuda de cuerpo y con un alma aún escondida, en forma de X sobre la cama. Aún sonreías. Me mirabas, yo seguía vestido. Descalzo, tejanos y camiseta negra. Me quite la camiseta, la hice jirones y fui a tapar tus ojos. Apartabas tu cara, jugueteando como diciendo que no. Te abofetee suavemente la cara. Susurraste algo parecido a – hazlo otra vez- pero no sé lo que decías, lo hice algo más fuerte. Tape tus ojos y algo parecido a tu sonrisa se enseñoreo en tu cara.

Abrí la ventana y el ligero frio otoñal se adueño de tus pezones endureciéndolos. – donde estas?- -Eiiiiiiiiii, donde estas?- te deje un rato sola. Puse música, y mientras sonaba lascio ch’io panga me acerque de puntillas a la cama en la que permanecías atada, inmóvil, y con los ojos tapados. Lamí, impúdico tus oídos, olí tu pelo y tu cuello. Cogí una botella de vino y con ella empecé a acariciar todo tu cuerpo, pasándola por tu vientre y dejando que lamieras con tu lengua el frio y verde cristal. Llegue con la botella a tus muslos abiertos e imposibles de cerrar por las cuerdas que ataban tus piernas. Un ligero semblante de terror se aposentó en tu rostro.

Dejé la botella rozando tus muslos y el final de estos. Me acerqué a tu cara y te besé. Tu boca primero permaneció cerrada, un segundo o tal vez dos, luego la abriste desesperada lamiendo mi lengua mi barbilla mi cara y mi barba de dos días. Deje mis manos que aún mantenían tu sabor entre los dedos al alcance de tu lengua libertina. No desaprovechaste la oportunidad de lamer tu sabor. Quité la botella de ese lugar. La abrí y bebí un pequeño sorbo de vino que compartí con tu boca. Derramándolo entre tus labios. Bebías ansiosa. Y yo mordía tu lengua. Bajé hasta el sur de tu ombligo y mordí, lamí, y bese ese lugar que sin duda habías depilado pocas horas atrás. Te arranqué varios orgasmos. Ya no intentabas zafarte de las cuerdas ni de las ataduras.

-desátame- dijiste varias veces y yo te ataba más fuertemente. –Quítame la venda- a esto accedí tras algunas de tus petits morts. Ahora si, tras esto me quité los pantalones y me quede tan desnudo como tú. Te miré a los ojos, me mirabas complacida. Entré dentro de ti. Salí y deje que todo lo que en ese momento debía de salir de mi se esparciera sobre tu vientre, sobre tu pecho y sobre tu cara.

Estabas lindísima, atada, con hilos blancos que rápidamente iban transparentándose esparcidos por tu cuerpo. Especialmente morboso me pareció uno de esos pequeños hilos en tu ojo ya enrojecido.

Te desaté, acabamos el vino, los abrazos, los recuerdos y los besos. - Ya me dejarás leer tú libro guapa- te dije antes de marchar. Te despediste de mí con dos besos.



3 comentarios:

  1. Gracias por pasar y dejar tu comentario en mi sitio, me detuve en tu entrada, leí tu relato y me encantó el arrebato que tuvo la escena, te destaco esta frase que me quedó pegada...Aparte tu flequillo rojo de tus ojos y mi lengua bailo con tu lengua del mismo modo que danzan los demonios en los aquelarres de invierno.

    Un placer leerte, te dejo un abrazo, bella jornada!

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  2. Que buena forma de beber la tinta del Duero... !!!!

    Me puesto pinocho...jajajajjajaj

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