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lunes, 4 de julio de 2016

Escrito por Antonio Vallecillo Marcos:

Un mar estrecho de una Mesina cualquiera, dos Caribdis te reclamaron.
¡Cuántas diosas se frotan las manos! Por fin te tienen. Ya no perteneces a los mortales. Pronto te han reclamado....¡MALDITAS SEÁIS TODAS!
Antes os gustaban lo héroes fuertes. Ahora os lleváis un hermano, mi hermano, un hijo, un padre, un marido, un amante, un amigo, un compañero, un confidente.
Disfrutadlo, tardareis miles de años en volver a
encontrar alguien como él. Se acerca una batalla ¿que diosa disfrutará de tu cuerpo y de tu ser?
Sedúcela y escapa todas las noches. Vente a nuestros sueños, dinos qué hacer, cómo aguantar sin el pilar que nos sostenía. Dile que aquí te queremos, que te añoramos, que nunca nos olvidaremos de ti. Nunca, nunca.
Tu huella pasará a tu hijo, yo me encargaré de explicarle quienes somos, de dónde venimos.... que su abuela pagó hasta el último real a la panadera, que su abuelo nos hacía barcos de madera cuando éramos pequeños.
Le enseñaré a abrazar a su madre, a amar y a utilizar finales infelices con agujas que matan.
Le explicaré tu peor día, tu maldita y tardía decisión.
Le enseñaré cómo brillaron tus ojos y cómo sonaba tu voz rota cuando desaparecía la escarcha y empezó su primavera. Gracias le ahogaste un gran fuego.
Le enseñaré que para poder levantarse hay que caer.
Le enseñaré todo lo que he aprendido de ti, pero dime cómo le enseño lo que me faltó por aprender.
Los cuentos que tú le contabas yo se los contaré, pero dime cómo puedo secar las lágrimas de tu madre.
¿Cómo puedo hacer todo lo que tú hacías? ¡Si yo sé que no puedo, como hacer para que él pueda!
Quién vendrá a buscarme para tomar una cerveza o un vino...y que más da si sólo querías verme y ayudarme. No te preocupes, no dejaré que mi barcaza, aunque rota, se hunda. Saldré a flote. Aunque no estés, saldré. Ya te contaré todas mis penas. Guárdame un sitio, a la próxima invito yo.
Dejas un familia desmigada pero sé que al final del túnel esa luz que viste allí, donde él espera, nos alumbrará para seguir. Seguir sin rumbo hacia donde los vientos nos lleven, juntos, en el mismo barco, da igual a qué horizonte, no dejaré que ninguna tormenta resquebraje el timón.

                                                                                              Para Carlos, 22 de junio 2016

martes, 26 de abril de 2016

TAL VEZ UNO ESCRIBA.


Tal vez uno escriba porque  sigue siendo un niño al que le asusta crecer y le cuesta aceptar la dureza nuestra de cada día, por esconder un ratito bajo el ala de las letras inventadas lo insulso, la dureza de nuestros días y obligaciones. No sé, tal vez porque aún cree que en algún bolsillo de algún pantalón olvidado hay guardados unas briznas del polvo de Hadas que le haga volar sobre los sueños. Tal vez porque no dejará de ser Peter Pan.

Tal vez lo haga por envidia a la senda de los poetas. Porque le hubiera gustado ser el cartero de Pablo Neruda, andar por los campos de castilla, el valiente atrevimiento de Cernuda, o encontrar la inspiración en las tardes de pastoreo de Miguel Hernández, Perderse en la misma isla que se perdió Rodolfo. Por añoranza a esa pluma y esa espada y  esa muerte (casi) romántica de lord Byron.

Tal vez uno escriba por no llorar. Porque le duele el mal propio y el mal ajeno. Por exorcizar los demonios que cada día se empeñan en dejar latigazos en nuestras espaldas. Tal vez por coger fuerzas para enfrentarse al dolor, al daño que en ocasiones se cierne sobre nosotros y los que queremos y poder superar, con una sonrisa, las vicisitudes que acompañan nuestros días. Nuestros pasos. Tal vez uno escriba, porque sintiéndose mortal es conocedor de sus limitaciones y maldice, sin éxito, las desgracias que no deberían de pasar. Tal vez uno escriba porque le duele el mundo y sea una manera de intentar poner una venda donde antes hubo sangre, mercromina en los rasguños, una manta en el frio, una lucecita tras la oscuridad de las puertas cerradas. Un beso en la frente. Un abrazo. Un escalofrío en la espalda. Un soplo en las heridas y un beso en tu comida.

Tal vez uno escriba para que recuerdes aquella noche que nunca tuvimos, para que vuelvas a enamorarte de mí, para dejar escondidas en mis letras los besos que echas de menos. Para que busques en estos trazos negros, (que deberían estar escritos a mano –ya sabes en azul con pluma de búho enamorado de alondra- )los silencios que guardan los secretos que jamás te digo esos que tal vez nunca te diré. Tal vez lo haga por estar constantemente escudriñando tu pelo intentando encontrar los silencios que nos debemos. O tal vez por el miedo a que me olvides, a no dejar huella, a desaparecer (como las lagrimas de la lluvia de blade Runner). Tal vez uno escriba toda esta prosa porque no sabe escribir poesía.

Tal vez uno escriba para que mañana me leas y estés orgulloso de estas letras. Para que comprendas las cosas que no  sé explicar.

Tal vez uno escriba porque en una ocasión una amiga le dijo que cuando el viento venia helado ella se calzaba sus tacones más altos, su pintalabios más rojo, y salía pisando fuerte para comerse el mundo, y a falta de tacones y carmín se recrea en estas palabras.

Tal vez uno escriba porque, aunque una imagen vale más que mil palabras, esto se dice con siete palabras. Para iluminar esa parte tuya que yo solo veo, para engañar al tiempo, porque fuera hace frío,  para vencer al miedo, para aprovechar la inspiración de una copa de vino, para no sentirse sólo, para vivir vidas que no tiene, para que me sigas viendo en sueños, para no pensar, para plasmar los sentimientos, para que tú sueñes conmigo, para soñar en letras altas. Ves a saber, tal vez uno escriba porque no tiene nade mejor que hacer.


Tal vez uno escriba porque no sabe escoger sus renuncias ni olvidar, ni decir que no al último vino, a otro beso, porque siempre le gusta mantener una sorpresa pendiente en tu corazón, una promesa por cumplir. Porque al despertar le asaltan mil dudas, porque cada vez tiene menos certezas, porque no sabe tocar la guitarra y es una manera de dejar música en el viento. 

jueves, 7 de abril de 2016

5 AÑOS


Han pasado ya cinco años…. 365 días por 5 (y un día más porque hemos tenido entre medias un año bisiesto). 5 años, cariño, desde que mi otro corazón empezó a latir en esta tierra y empezó a dar sentido al mañana. Cinco años desde que mi mirada en tus ojos dejó de anidar en otro vientre para iluminar tu vida, mi vida. Tal vez ese día murió alguna galaxia y alguna Diosa triste perdió a su amor porque no fue capaz de rescatarlo del Dragón. Tal vez hace 5 años una explosión en algún sol  lejano atrapó en un agujero negro otras estrellas o tal vez alguien se enamoró por primera vez, tal vez, fíjate, no fui el único que lloró de alegría. Tal vez ese día empezó un viernes eterno para alguien o incluso algún desalmado decidió dejar las armas y convertirse en poeta.  Pero lo cierto, cielo, es que para mi, hace justo cinco años desapareció la escarcha y empezó la primavera.

Traes, como cada año, la primavera en tus manos, y entrelazados en tus dedos las verdades que desmontarán los nudos gordianos que la vida ponga ante nuestros ojos. Tu pelo largo se entrelaza, con el viento de los domingos de abril, en los rizos de tu madre… Y, yo, ya ves encuentro un motivo –el único motivo- para no odiar a los dioses del tiempo. Vienes para traernos esa agua deseada en los campos de cerezos en flor.

Eres, Piccolo, Equipaje siempre dispuesto. Ducha de agua caliente y vaho tras un día frío y gris. Onza de chocolate vespertino tras una jornada de obligaciones y sinsabores. El eje en el que todo gira. La única verdad incontestable. La doma de animales mitológicos. El aroma de las glicinias y magnolias en las noches de lagrimas de San Lorenzo y sus perseidas. El silencioso grito que me recuerda que vale la pena estar vivo. Crecer.

En tu habitación ya no hay leoncitos sonrientes ni jirafas de alto cuello. Ahora la compartes con aviones de papel que salen del cuerpo de la vieja Pachamama e irreverentes y rebeldes (como tú) vuelan con tus deseos y mis esperanzas hacia la luna de cuarto creciente que ilumina tus sueños cada noche.

Los tambores de los dioses cuando repican a alegría, allá tras el arco Iris, o arriba de ese alto monte deben de tener este sonido, ese bum bumm bum bumm bummm bum de tu corazoncito cuando, tras el último cuento de la noche te duermes abrazando mi mano y tu dragón verde con sus alas.


No sabía que los sueños nacían en tus ojos. No sabía que en ti empezaba todo. Sigo caminando a tu lado y siempre lo haré, mientras tenga fuerzas y cuando no también.

jueves, 3 de marzo de 2016

UNA HISTORIA DE TANTAS.



Se quisieron como dos gatos salvajes sin mirar más allá de sus ojos reflejándose en los del otro. Sin importarles nada.  Se amaban como dos lobos en celo sin mirar atrás ni a los lados sin calibrar las consecuencias ni los daños colaterales sin tener más que un eterno presente olvidando que, habitualmente, suele existir un futuro esperando detrás de cada puerta, al final de cada paso del minutero.

Follaban como si fuera a reventar el mundo y de la intensidad de sus orgasmos dependiera la continuidad del universo, como si pudieran cambiar el reloj y sus horas. Pretendiendo secar las gotas de la clepsidra. Detener la lluvia. Encender el hielo. Desnudar los lunes por la tarde. Vestir de bailarinas a los generales. Asaltar los cielos con escaleras de sexo desbocado. Marcar el ritmo de la arenilla que traspasa ochos de cristal.

De nada les servían los mapas que marcan los caminos de la vida, sintiendo, como sentían en las palmas de sus manos y en sus iris incandescentes que las mejores rutas estaban tatuadas en sus espaldas y que las mejores veredas desembocaban en sus ombligos y sus cuellos.

Pero no se detuvo la clepsidra ni paró el minutero. La normalidad empezó a pesar y la cotidianidad y su normalidad a mandar en las mañanas de los lunes y los domingos por la tarde. La periodicidad y sus estrecheces empezaron a cobrar  importancia a desplazar el resuello de los jadeos en la nuca. La realidad a imponer sus mandatos e inapelables leyes

Se les caducó  el amor como caducan los talentos manufacturados con colorantes y conservantes que no conservan nada. Les prescribió la pasión como prescriben los delitos leves. Tal vez se acabo el amor, tal vez de tanto manosearlo.


El paso de los años no evita, aún hoy, que los jueves lluviosos duelan esos viejos mordiscos dados con saliva y pasión en el hombro, esos, que dejaban cicatrices en el corazón.

martes, 9 de febrero de 2016

SE ATREVIÓ. (microrelato)



Subir de nuevo a la habitación; esa idea rondaba en su cabeza mientras bajaba las escaleras. Tras meses planeándolo;  Venció miedos, instaló cámaras  estratégicamente. Entró en el sex shop compró mascaras, látigos y esposas rosas. Finalmente tras tantos meses dio el paso, esposó  a su marido lo desnudó despacito, chasqueo jugando el látigo y con él  amarro sus pies a la silla. Con calma, sin lágrimas recogió las grabaciones de las cámaras. Allí grabó los desprecios y  palizas. Pensó  subir de nuevo a la habitación y gritarle; jamás volverás a maltratarme. Pronto la policía tendrá estas grabaciones.

lunes, 18 de enero de 2016

COSAS QUE PUEDO SER, COSAS EN QUE PUEDO AYUDARTE.



No sé si puedo restablecerte las fotos que perdiste en el móvil o averiguar esa contraseña que se te olvidó. No creo que pueda ayudarte a recuperar esa hoja de Excel que naufragó entre las tripas de tu ordenador. No sé si podré ayudarte a reparar la televisión o solventar el problema  que dices que tienes con esa lámpara que hace años dejo de funcionar. Y lo siento, jamás se me dieron bien los animales ni la pintura de brocha gorda.

Pero si sé que cuando te aceche el frió tengo aquí guardada una manta de hilo y lana para que te arrope del hielo que pueda recorrer tu espalda en estas tardes de finales de Enero. También sé que cuando te encuentres tan incómoda como una princesa en una pensión, puedes contar con la ternura de los recovecos de mi pecho, mientras mis manos trenzan tu pelo y tus dudas.

Sé también, que cuando tengas sed, en el hueco de mis manos encontraras agua pura y fresca para saciar tu sed y refrescar tu garganta. Cuando tengas dudas tengo una botella de tinta de toro y otra de oporto para compartir mientras el sol se marcha por el oeste. Puedo ofrecerte, si te apetece o la necesitas, una copa con sabor a Sábado por la tarde mientras conversamos sobre el sortilegio que todo lo siembra en Otoño.

Sé que cuando te duela el tiempo y sus horas hagan sangrar tu alma puedo ser bálsamo para esa herida, soplar en ella, lamer las gotitas de sangre. La llama que alumbre tu imagen en el espejo del lavabo. El soneto con el que sueñas, o la caliente fantasía que te roba el sueño y de madrugada dirige tus dedos al sur de tu ombligo.

Sé que puedo ser los segundos en los que aguantas la respiración para recordar esa verdad desnuda y descarnada y descarada que insulta tus certezas los viernes antes del mediodía.

No sé si puedo cuadrar en abril tu declaración de renta y los números del año anterior para que el Sr. Montoro esté contento. Pero creo que puedo ser resguardo para sus tormentas.

Puedo, ya ves, dejar mi saliva en tus labios el huracán tras tu esternón. Incluso, en ocasiones, creo que puedo ser, la maldición que habita en tus ojos, la compasión de tus manos, la maldad que como gotas de agua fría recorre tu espalda. La prohibición que salta en tus pestañas. El ronroneante sonido de tus orgasmos, la presión de tus manos en mi cabeza apretándola entre las piernas. El olor de tus muñecas y tu cuello.



lunes, 4 de enero de 2016

APRENDIENDO A NAVEGAR (Si, el primero del año siempre es sexual…)


Sucede en ocasiones que todo está bien, que tu mundo está en calma y te puedes permitir hacer algunas de esas cosas que habitualmente vas dejando para un momento mejor. Para un instante en que la clepsidra del tiempo deje más gotas para ti y menos para las obligaciones diarias de cada día.

Así que me enfrasque en un curso de patrón de yate. No es que tuviera ni la intención ni la posibilidad económica de comprarme un barco, pero, oye!! Nunca se sabe, y como buen truhan y señor nacido en el mediterráneo por mis venas corría no sólo mi primer amor, sino también el agua y la sal de mi mar.

Las primeras clases, como todas las clases teóricas, fueron aburridas y tediosas. Tú, preciosa desconocida dabas lecciones sobre efectos del viento sobre el rumbo. Distante, fría, con el pelo estirado y recogido en una aburrida coleta. Embutida en un traje chaqueta negro, con tacones insulsos, ni altos ni bajos, camiseta gris marengo, sin ningún tipo de adorno, tan sólo unos pequeños zarcillos en forma de brillante en tus orejitas de niña tímida.  No sé porque imagine que estas clases las daría un tipo con la piel curtida pulseras de cuero, colgantes con algún pequeño diente de tiburón y barba entre hipster y un estudiado desaliño. Pero, no, las dabas tú que más parecías una funcionaria del FMI o la Señorita Rottenmaier. Sería y distante mientras intentabas expresar de modo que alguien de letras como yo entendiera sobre isobaras. Tu distancia y seriedad tan sólo se rompían por el rojo carmín de tus labios y el desparpajo con el que “robabas” el agua de cualquier de los que estábamos escuchándote.

En ocasiones cogías mi botella de agua, entre explicación y explicación de derrotas loxodrómicas, y haciéndolo clavabas tus enormes ojos marrones atravesados por una hoguera de un abrasador fuego de pasión que desentonaba en tu semblante serio. Traspasbas con el rayo de tus ojos como si quisieras ver dentro de mi, como si vieras algo que sólo tú ves. Bebías a morro, descarada, -de nuevo desequilibrando la imagen de tipa sería- dejando un poquito de carmín en la botella y sonreías maliciosa de modo casi imperceptible al dejarla, de nuevo, a mi lado.

Por fin llego el final, y llego el momento de poner en practica todo lo que teóricamente había aprendido. Trascurrió el día, alejándonos de la costa. El velero, objeto sin vida, parecía intentar que un novato como yo aprendiera a navegar. Llegó, como siempre llega la  noche llegó con una ligera brisa que a pesar de la época traía olor a sal, a mar, a aventura y a mayo. Sin tierra a la vista. Noche cerrada en la que una luna en cuarto menguante observaba el agua del mar y a Dubha, Merak y Phechda, formando con sus hermanas, la osa mayor.

Salí a cubierta y agachándome para poder pasar con tranquilidad bajo la Botavara  me dirigí a Proa.  Naufrague en mis pensamientos, mirando las suaves olas, las estrellas, revisando el pasado. Disfrutando el viento en mi cara y la sal en mi nariz. Te oí llegar andando descalza por atrás. Pies pequeñitos y las uñas pintadas de magenta oscuro. Ya no parecías una funcionaria del FMI, pantalones con dibujos militares ajustados y con muchos bolsillitos, camiseta de tirantes negros apretada, sin sujetador, tus pezones marcados por el vientecillo que recorría la noche. Pelo suelto, revuelto y  caído sobre tus hombros. Varios colgantitos de esos pretendidamente étnicos, pulseras. Tus manos atrás en la espalda.

Te diste la vuelta para enseñarme que escondías una  botella de cava, de esas pequeñitas, un benjamín. – El espacio de los veleros,- dijiste riendo e iluminando la noche con unos perfectos dientes blancos.  Bebimos el cava, a morro como el agua.

Mientras una pequeña nube tapaba la luna, y aprovechando una complicidad recién nacida por la soledad y el idílico momento me besaste. Y, yo, claro está, recogí ese guante. Te seguí el juego. Caímos besándonos a la madera de la cubierta, tu boca sabía a cava y tú olías a sal  y mar. Me quitaste la camiseta bajaste lamiendo mi barbilla, mi cuello y mordiste mis pezones. Apretaste algo más de la cuenta y sonreíste con una angelical maldad. Te quite la camiseta negra, tus pechos eran deliciosos, un precioso lugar en el que perdí mis manos, mis dedos, mi lengua y mis labios entreteniéndose entre tus pezones enhiestos y duros, por la excitación, por el viento… porque, así eras, me dio por pensar.

Tú, sin necesitar ayuda de nadie, -algo me hizo pensar, que no te hacía falta para nada- te quitaste los pantalones, bajo ellos no llevabas ropa interior. Sonreí. Me cogiste la mano izquierda y la dirigiste a tu sexo, húmedo, sin pelo, terso. Apoyaste las palmas de tus manos y de tus pies en el suelo arqueando tu espalda. Yo me entretuve mordiente tus pezones, me atrevía morderte tan fuerte como tú me habías mordido, y mis dedos  medio y anular en ese lugar que tan húmedo estaba… Eras tú la que imponía el ritmo, que empezó rápido para convertirse en frenético y transformarse en endiablado. Tu humedad recorría tus muslos y empezó a competir con la del mar que nos mecía en el velero. Apartaste mi mano, cogiste el benjamín y tú misma seguiste el trabajo mientras esos labios que antes bebían mi agua empezaron a apretar y morder mi virilidad que a estas alturas, estaba en competición, en dureza, con el mástil y el  puño de driza. Estaba a punto, muy a punto de acabar inundando el cielo del paladar de tu boca. En ese momento dejaste lo que hacías con tu boca liberándome de tu interior. Sacaste el benjamín de donde lo habías metido, y alargando la mano sacaste un preservativo de uno de los bolsillos de tu pantalón.

Te arrodillaste con tu pelo al viento, tu cara a proa y tu culito a popa. Me diste el preservativo con una sonrisa y una invitación que no iba a rechazar. Entré y a los pocos movimientos, con tu mano izquierda cogiste mi virilidad y la sacaste de donde la había introducido giraste un poco tu cabeza sobre tu hombro, me sonreíste endiablada, y lo guiaste hacia ese otra abertura de tu cuerpo. Entré en ese apretado lugar mientras tu mano se ocupaba de la parte delantera. Aullabas como una loba que quiere decir a la luna que no empequeñeciera. Y, o eras la mejor actriz del mundo, o tus pequeñas morts ya no podían contarse con los dedos de una mano.  Yo acabé en uno de esos aullidos, uniendo mis gemidos a los tuyos. Sudábamos placer y pasión.


El preservativo que me habías regalado lo sacaste con cuidado. Tumbada, mientras tus senos desmentían cualquier ley sobre la gravedad esparciste su contenido sobre tu pecho y tu vientre regalando especialmente tus pezones. Mientras sonreías pizpiretas. No sé cómo son las funcionarias del FMI, pero desde luego nada tenias que ver con la Señorita Rottermaier. Nos quedamos tumbados como si fuéramos viejos amantes. Tú simulaste dormir el resto de la noche, y yo aparente descansar hasta que el sol empezó a despuntar por el oeste.