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miércoles, 20 de marzo de 2013

SIEMPRE COSTO, TANTO. TANTO.....

La vida siempre ha sido cruel e injusta. Dura y desastrosa. Y, llamémoslos Faraones, Emperadores, Reyes, Nobles, burgueses, dictadores, señores o diputados o banqueros, pero lo cierto es que el poder siempre se ha sentado en cojines con plumas y dormido entre sabanas de seda sin importarle lo que cuesta hacer esos cojines o enhebrar esa seda.

Los demás “los no elegidos” hemos tenido que ir ganando poco a poco, pasito a paso, muy despacio y de modo arduo y difícil lo poco que se tiene, lo poco de lo que se disfruta. Cuesta, ha costado tanto tener el ramillete de derechos que deberíamos de tener por el mero hecho de estar vivos, por la simple circunstancia de ser y estar. Que duele en las articulaciones y en la palma de las manos ver como se diluyen con una velocidad pasmosa.

Desde esa antigua queja en 1166 a.c. de las construcciones de las pirámides en Deir-el- Medina, en el que un manojo de personas explotadas, muertas, casi literalmente, de hambre y sed, de calor y semidesnudos saltaron los muros de la necrópolis y se enfrentaron al todopoderoso Ramses III exigiendo comida, bebida y ropa.

Ganaron. Costó mucho ganar tan poco, pero se ganó. Un pasito “palante” luego se dieron muchos “patrás”. Siempre se ha batallado y casi siempre se ha perdido, pero en ocasiones, pocas, se gana y en esos momentos de triunfo para todos el aire huele algo mejor, y la noche parece más cálida. Y el humo de los puros de esos tipos tan gordos parece transformarse en aromático incienso.

Vinieron más luchas, muchas más. Desde los esclavos de Espartaco, a los esclavos del Mississippi. Rosa Park, Ghandi, Rigoberta Menchú… Tantos y tantas, tantas luchas y tantas guerras.

Hace poco “celebrábamos” el 8 de marzo rememorando lo que sucedió en esa fábrica textil en 1857. Hace poco un abogado, no abogado estrella, de esos que conoce el nombre de sus clientes y tiene la oficina en su móvil y poco dinero en su cartera consiguió que la unión europea cuestionase la legalidad de la draconiana ley Hipotecaria de nuestro país (incluso Sólon en año 600 a.c. más o menos consiguió cambiar algunas de las leyes de Dracón de Tesalia). En estos días estamos en el decimo aniversario de la Guerra de Irak. Hace diez años tapamos las calles pidiendo justicia y dignidad para todos. Perdimos. No nos hicieron caso. Parece que en Chipre han gritado un sonoro NO, que tal vez se escuche. Pero estas luchas se han de mantener por dignidad y orgullo, no por la posibilidad de ganar o perder. El Éxito no debe de ser la vara de medir de estas acciones. No, no lo es. Debemos de seguir intentando dar pasitos “palante”, por mucho que otros nos empujen “patrás” por honor y decoro, por que debe de aflorar la nobleza de nuestros corazones y el pundonor de hacer lo justo, por mucho que fuera llueva y las nubes sean grises y oscuras.

El ser humano hemos tenido, siempre, en el fondo de la caja de pandora y en el hueco que queda en nuestras manos, tras beber el agua fresca de tu rio, la esperanza y el deseo de un mundo mejor en nuestros corazones y bajo nuestros pies. Será que la Ilusión de un lugar mejor siempre anda meciéndose entre tu voz y mis manos. No sé, hoy empieza la primavera y tal vez dentro de poco consigamos dar otro pasito “palante” por mucho que los Barcenas y Urdanguarines de turno empujen “patrás”.

Es cierto que en ocasiones, y cada vez más, parece que todo se vaya a derrumbar y a desvanecer como un arcoíris al cesar la suave lluvia y los rayos de sol. Pero siempre hay alguien dispuesto a cumplir la obligación que como ser vivo, digno de ser llamado hombre o mujer, fuerte para poder mirarse a la cara cada día con una sonrisa, está dispuesto a coger los fusiles de flores y claveles de Lisboa e intentar, a su modo, como pueda, que este mundo que habitamos sea un poco menos inhóspito, algo menos frío, algo más amable.

Y tú, te apuntas a dar un pasito “palante”?



viernes, 1 de marzo de 2013

ACABEMOS EL MES.


Allí estaba yo vestido tan sólo con tres pulseras de distintos continentes en mi muñeca izquierda, con el sudor que perlaba mi frente y con el reciente aroma del placer arrancado a tu cuerpo recorriendo mi pecho y enseñoreándose en mi boca, vestido tan sólo con la dicha que acabábamos de derrochar instantes atrás. Allí estabas tú con tus tejanos recién puestos. Descalza y pintadas las uñas de tus pies. Tu ropa interior, toda, tirada por el suelo, tu culot graciosamente caído sobre el tacón alto y negro de tus zapatos que descansaban, distraídos, en el suelo y tus manos alrededor de esa parte de mi que minutos atrás estaba dura y enhiesta intentando (y consiguiendo quiero pensar) dar satisfacción dentro de ti.

Acariciaban tus manos esa parte de mi, ya no tan férrea, tú jugabas con ella. La metiste, pizpireta, una vez más en tu boca y mientras fuera de ese paraíso que compartíamos el mundo rugía como un animal herido y los autobuses danzaban cansinos y aburridos con el tráfico, tu lengua bailó con lo que había en tu boca. La saliva brillaba en mi virilidad que crecía dentro de ti y comenzaba, una vez más, a compactarse contra el cielo del paladar de tu boca, contra tus labios. Despacio, como dando cautelosos pasos hacia el paraíso, dejando un sendero de saliva y humedad en mi virilidad la fuiste retirando de tu boca.

Cuando todo estaba fuera, jugaste con la puntita de tu lengua y otra punta. Me miraste mientras estabas arrodillada frente a mí, con tus tejanos abiertos dejando entrever el principio de ese culito que no puede ser más que la antesala del purgatorio, me mirabas fijamente a los ojos y en tus pupilas cabía todo el universo y explotaban cien soles.

Con esa cara de no haber roto jamás un plato, con esa sonrisa que oculta que has robado todos los colores, volviste a mirarme y un ligero gesto subió la comisura de tus labios un instante antes de que dejases de mirarme y escupieses en mi hombría, demostrando que tan sólo se ha de ser una señora en la calle o en el trabajo y no en esas batallas. Iniciaste entonces una fiera danza incontrolable, casi desesperada. Yo rugía, cerraba los ojos e intentaba amarrar tu pelo a mi deseo.

Volví a reventar de placer desbordándome y explotando en las estrellas del cielo del paladar de tu boca. Mi pasión goteaba impúdica por la comisura de tus labios, tú disfrutabas mi sabor mientras recogías el resto de tu ropa.

- Eeeeiiiiiiii, ven aquí,- te dije.

- Sssshhhhhhhhhh,-me debes una-  dijisté