Una vez más escribo llorando. Se mezclan las lágrimas de dolor
ajeno y propio con las de rabia, las de impotencia, las de vergüenza. Vergüenza
por saberme parte del genero humano que es capaz de situar el futuro de
terceros en vertederos, en escombros en los que jamás lucirán las estrellas ni
brillará la luz.
Mueren niños en Gaza.
Así de crudo, de real, de
asqueroso. Y poco me importa que sean palestinos, judíos o de Huelva los niños
que mueren. Poco me importan los motivos, ni las causas, ni si allá por 1948,
tras la declaración del estado de Israel, este Viejo/nuevo país fue invadido
por Egipto, Siria, Irak, Líbano o el mismísimo demonio. No puedo entender, de
verdad, como una banderita, un trapo de un color u otro, un trocito de tierra,
una franja más o menos de esta tierra que creemos nuestra ( y vivo en un lugar
en el que desgraciadamente mucha gente se enfunda en una banderita de colores
para creerse mejor que el vecino de al lado o tener mejores o diferentes
derechos) pero como decía, No entiendo
como nada de esto puede justificar o amparar siquiera remotamente tanto dolor y
angustia.
Que más da que una franja de
tierra este algo más acá o más allá qué más da!! Seguro que ambos bandos tiene,
creen tener la razón, y tanto en un lugar como en otro existen sabios y
justificadores de la atrocidad y los asesinatos. Sobran Sofismos y armas para
imponer una u otra idea. ¿Dónde empieza la defensa? ¿Dónde empieza el ataque?
¿hasta qué barbaridades podemos llegar para defendernos?
No voy a entrar en lo desigual de
la lucha, y en el innoble acto por el cual, con más o menos motivo, uno de los
mayores y más preparados ejércitos del mundo lucha contra un ramillete de “seudoguerreros”
que atacan con piedras, palos y armas obsoletas y viejas. Para hacer daño hace
falta poco. Para extraviar la sonrisa hacia las lagrimas hace falta muy poco,
la paz es frágil y el cuerpo también.
Todos hemos visto, entre trago y
trago, las imágenes de niños llorando por sus padres muertos en los escombros
de sus casas. Su futuro destrozado y perdiéndose como se pierde el pequeño hilo
de agua del diminuto riachuelo de la
esperanza en un gran mar de confusión. Niños llorando. Niños sufriendo,
sangrando, muriendo. Muriendo sin haber vivido, sin saber que pasa, sin saber
que sucede
Niños que deberían volar cometas.
Jugar a la peonza. Soñar. Jugar a imaginar que el camino que fabrican sus
canicas sobre la tierra que pisan, es el camino que marcará su futuro, el que
resolverá sus dudas. Canicas que guardaran en un frasco de cristal y sueños y
que deberían de dejar en las calurosas manos de sus madres, para que las guarde
antes de acunar sus cuerpos y arrullar su pelo. Niños que mueren en Gaza.
Niños que no conocen los motivos
que llevaron a sus hermanos mayores, a sus padres, ( a los que obviamente
admirarán) a “atentar” en defensa de unas tierras robadas o de unas ideas que
no comprenden (debo admitir que yo tampoco y me cuesta simpatizar con las ideas
de los extremismos islámicos, judíos, cristianos o cualquiera que sea) Niños
que no comprenden el motivo por el cual un Dios exige que se mate en su nombre.
Religión que no han elegido, y que al
parecer les mata.
Intento apartar los ojos, pensar
en la comida, o en los besos que aún debo dar, pensar en otras cosas. Ya ves, no
puedo ni apartar los ojos ni evitar su humedad. No encuentro en mi memoria ni
en ningún diccionario palabra alguna para describir algo tan obsceno, impúdico,
pornográfico asqueroso y atroz como la muerte de un niño. (vi, entre otras imágenes,
a un hombre recogiendo en su regazo al cuerpo sin vida de su hijo de tres años……….
Yo odio odiar y no hay lugar entre mi sístole y mi diástole para ese
sentimiento, pero todo tiene un límite. Soy padre. Y yo, también odiaría…..)
Estoy cansado de ver como el
futuro deja de existir y se pierde regalimando en forma de sangre por los
cuerpecitos de unos ángeles que pierden las alas aún antes de haber iniciado el
vuelo.