No me gustan las últimas oportunidades, los trenes que se pierden, las únicas esperanzas ni los clavos ardiendo que a desgana se deben de agarrar con fuerza.
Ni la gente que deja de intentarlo, las guapas que nunca se sintieron feas, las feas que no se saben guapas, ni esas princesas que creen que su sangre es azul.
No me gusta la desilusión por algunos besos que, en algún incomprensible arrebato, me han dado ni el seco desconsuelo por los muchos que he dejado de dar. Ni los muros que se levantan entre las personas, ni los adioses, ni las despedidas de estación.
Ni el viento que en vez de impulsarte, insolente, te empuja a un abismo oscuro y de destrucción.
No me gusta la gente que condescendiente te mira y mientras te medio guiña un ojo te regala un “pescao” que le sobra y te niega el aprendizaje para pescarlos.
No me gustan las señoras que prefieren ser damas a ser mujeres, ni los hombres que ni han sido ni serán nunca caballeros.
La inoportuna soledad que sin ser invitada insiste en acurrucarse en los recovecos de tu pecho y como una carencia te aprieta hacia dentro.
No me gustan los pasos sin destino, el tiempo no aprovechado, las oportunidades perdidas, los vinos desperdiciados ni los botones siempre abrochados.
Las verdades escondidas y endulzadas con miel y sacarina barata.
No me gustan aquellos que nunca se despeinan y sabiéndolo todo nunca se mean fuera de su bonito orinal de lo políticamente correcto.
Los que serenos y cuerdos impertérritos no cometen nunca alguna locura.
No me gustan las lágrimas del azufre del hambre que inundan las caras de los niños malcomidas ni las gordas barrigas de los triunfadores con puro.
No me gusta la tristeza porque nunca se marcha del todo, al dejarnos siempre deja una retaguardia atenta bajo los poros de la piel.
Y , como a Benedetti, no me gusta la gente que intenta sacarse de la cabeza aquello que no quiere salir del corazón.
Ni la gente que deja de intentarlo, las guapas que nunca se sintieron feas, las feas que no se saben guapas, ni esas princesas que creen que su sangre es azul.
No me gusta la desilusión por algunos besos que, en algún incomprensible arrebato, me han dado ni el seco desconsuelo por los muchos que he dejado de dar. Ni los muros que se levantan entre las personas, ni los adioses, ni las despedidas de estación.
Ni el viento que en vez de impulsarte, insolente, te empuja a un abismo oscuro y de destrucción.
No me gusta la gente que condescendiente te mira y mientras te medio guiña un ojo te regala un “pescao” que le sobra y te niega el aprendizaje para pescarlos.
No me gustan las señoras que prefieren ser damas a ser mujeres, ni los hombres que ni han sido ni serán nunca caballeros.
La inoportuna soledad que sin ser invitada insiste en acurrucarse en los recovecos de tu pecho y como una carencia te aprieta hacia dentro.
No me gustan los pasos sin destino, el tiempo no aprovechado, las oportunidades perdidas, los vinos desperdiciados ni los botones siempre abrochados.
Las verdades escondidas y endulzadas con miel y sacarina barata.
No me gustan aquellos que nunca se despeinan y sabiéndolo todo nunca se mean fuera de su bonito orinal de lo políticamente correcto.
Los que serenos y cuerdos impertérritos no cometen nunca alguna locura.
No me gustan las lágrimas del azufre del hambre que inundan las caras de los niños malcomidas ni las gordas barrigas de los triunfadores con puro.
No me gusta la tristeza porque nunca se marcha del todo, al dejarnos siempre deja una retaguardia atenta bajo los poros de la piel.
Y , como a Benedetti, no me gusta la gente que intenta sacarse de la cabeza aquello que no quiere salir del corazón.