Siéntate un ratito conmigo. Siéntate
y abre ese vino que guardas para las buenas ocasiones. Yo traigo aquí un
ramillete de canciones y un paraguas, que aunque no abriremos jamás, podrá
servir por si llueve. Siéntate conmigo y déjame que te cuente. Déjame que te
cuente que cuando te marchas mi cama queda fría y algo vacía. Que no siempre
digo la verdad, ya ves con los años yo también he aprendido el oscuro arte de
mentir cuando la vida obliga a hacerlo, pero que miento muy pocas veces.
Déjame que te cuente, aunque tal
vez ya lo sepas, que tengo muy mal genio, pero que soy incapaz de odiar, y que
al final de los finales siempre acabo dando más peso a las cosas buenas, incluso
a aquellos amigos que tal vez no se lo merezcan.
Que a veces echo de menos el lago
que habita en tus besos, que no me gustan las despedidas ni el acre sabor que
deja el recuerdo. Que para siempre no es tanto tiempo, tan sólo los momentos en los que estemos vivos. Que me
gusta beber de tu boca, enredarme en tus manos, perderme en tu pelo, soplar tus
heridas, enviarte una poesía, atraparte en mis dedos, que me mires y sonrías,
que te encuentres en el color de mis ojos, que existas, que seas y estés. Que
me gustaría ser el lugar donde te escondes, tu momento de recreo, tu mejor canción, la
caricia de tus sombra, el poema con el que des la bienvenida al día, el
murmullo que derrame sonrisas en tu boca. O, fíjate, el héroe de tus sueños que
te salva en esas madrugadas grises y desagradables sin estrellas que acaricien
el alma.
Déjame que te cuente alguna de
mis batallitas, como que me crié saltando entre almenas de un castillo en el
que aprendí vida y me rompí huesos. Tal
vez por eso me encante soñar y aunque procuro tener los pies en el suelo mi
cabeza se encuentra muy cómoda en el cielo.
Déjame que te cuente que no todas
las palabras se las lleva el viento, algunas quedan engarzadas en el alma como
un brillante en el mejor oro, ese que acaricia tu cuello o tus dedos.
Déjame que te cuente que a veces
le escribo al viento, a veces a nadie. A veces a vos.
Déjame que te cuente que hay
heridas que no se curan, que echo de menos a la persona que llamaba cirerer a mi
sobrino y que no le puso nombre a mi hijo, su magia y sus dedos, su mirada fría
llena de calor, de espurnas que revolotean en el aire diciendo “”cuidadito””. Su
sombra, sus cometas de caña y plástico, sus aviones de papel, sus barcos de
corcho y madera, pechinas en sus manos…. Su magia.
Déjame que te cuente que me gusta
el olor de la nuez moscada recién molida y el de tu cuerpo al salir del agua
del mar en las noches de verano. Que las mejores palabras se dicen en silencio,
sin ruido. Que entre el blanco y el negro es mentira que haya toda una escala
de grises… Hay un enorme manojo infinito multicolor. Ves a saber, tal vez, un
arco iris que lleve a ese lugar en el que vale la pena intentarlo, en el que
habitan nuestros sueños.