Esta Maldita crisis, fíjate, está cambiando el mundo. O tal vez, debería decir que está cambiando nuestro mundo Europeooccidentalblancobienpensanteycaucasino. En el Sahel se siguen muriendo de hambre como hace cinco años y como hace diez, en Mexico siguen mojándose la espalda y jugándose la vida por cruzar el rio grande. Sudamerica sigue en la crisis que para ellos se inicio en el S. XVII, China y media Asia no ve más que arroz y trabajo en el horizonte. Africa es como, siempre fue, un lugar del que enamorarse en el que ir a vivir, y tal vez morir, pero sigue sin futuro, sin comida ni agua ni pan. Como decía, esta maldita crisis esta cambiando el modo de vivir, nuestros corazones y como no el precio de las cosas.
Baja el precio de la vivienda (y aún así hay miles de casas siguen vacías y miles de personas que no tienen donde dormir ni donde pacer) Baja el precio de las acciones (aunque la mayoría de los mortales jamás hayan invertido en nada más que su vida). Hasta los menús, en zonas de curritos y alrededores de oficinas bajan de precio.
Sin embargo, ya ves, yo sigo pensando que hay cosas que siguen sin precio, que ninguna agencia de riesgo podrá obligar a que deje de cotizar una mirada. Sigo sin saber que precio tiene un ratito a tu vera, cuanto y donde cotiza un ese segundo eterno en el que se queda congelado en el aire entre un ; “¿te he dicho alguna vez que te quiero?” y la respuesta de tus ojos en los míos.
Busco en los mercados bursátiles el valor, el precio, de esa satisfacción inconmensurable, impagable, que inunda todos y cada uno de los rincones de mi alma, si, si incluso esos a los que tú no llegas, cuando mi piccolo hecha una siesta conmigo y acomoda su cabecita en los recovecos de mi pecho, acomoda su respiración al baiben de la mía mientras sus ojos, despacito, como los de un cachorro de león somnoliento van cerrándose. La cantidad a pagar cuando noto como su preciosa boquita escupe el chupete para esbozar un “paaaaaaaapa” justo antes de dormir acurrucado en mis brazos. El viento que pasa por la ventana se queda congelado en el aire bailando con las notas musicales con la dulce voz de Mary Black entonando Babes in the Wood. No sé, aún, a cuanto cotiza ese preciso instante en que morfeo habita tu pechito y el oxigeno que nos rodea se transforma en miel y deseos.
No sé, llamarme ingenuo, el precio de un beso, de un abrazo, de un hombro amigo, de la cerveza de las derrotas, del cava del éxito, del polvo del camino compartido, del barco de madera que me hizo mi padre, del dolor de la vereda, del éxito de los caminos, del vino con el que compartimos sueños, deseos, esperanzas y certezas.
Aqueronte cobraba una moneda al traspasar con su barca el Estigio. Pero nadie puso precio al canto de las sirenas, al fuego de Prometeo, al extraño paso de agua que es la vida entre Escila y Caribdis. No he encontrado tampoco, en ningún libro de económicas el precio de la afilada hoja de cobre con la que cortar los nudos gordianos que día a día hallamos a nuestro paso.
Es curioso como cada día valen menos las acciones y tienen más valor tus besos, tus caricias y el pan partido y compartido. El recuerdo y el deseo.
Fíjate, somos capaces de poner precio a un pingus del 97 o del 2006. Y sin embargo una copa de cualquier tinto compartido contigo y tu sonrisa enredada en tu pelo carece de precio y de valor.
Sube la prima de riesgo y bajan negocios y sueldos. Parece escaso el pan y el vino, la luz y la sal. La factura del agua aprieta los bolsillos. Cuesta olvidar, tirar “palante”.
Sin embargo, llámame soñador o piensa que soy un candoroso necio, sigo prefiriendo tus manos acariciando las mías. Sigo valorando más la sonrisa de mi pequeño cada vez que tira el chupete como quien tira facturas que no piensa pagar y desprecia sinsabores.
Y la verdad, hasta que no encuentre el verdadero precio de, entre otras cosas, el brillo de felicidad que recorre esos enormes ojos casi negros cada vez que jugamos juntos, esa sonrisa de felicidad... seguiré pensando que no todo está tan mal. Seguiré pensando que la esperanza no tiene precio y no cotiza en más lugar que en nuestros corazones.