El trajín aburrido y diario de los trabajos nuestros de cada día apretaban en la garganta de ese jueves que se había empeñado en parecer un pesado lunes en mi maleta y mi ordenador portátil.
Bajaba los muchísimos pisos de ese aséptico edificio de oficinas y, justo cuando las puertas del ascensor se iban a cerrar, entraste tú. No te presté atención ensimismado como estaba en los documentos por firmar y el trabajo por hacer acumulado en mi espalda y en el bolsillo donde se acumulan agobios y malos despertares.
Un tímido e impersonal “hola”, más parecido a lamento silencioso que a un saludo, malcorto el aire. De repente el ascensor se paró en algún lugar entre el piso 13 y el segundo círculo del infierno de Dante.
-Mierda, bueno, supongo que pronto se pondrá en marcha, no te preocupes- te dije fijándome por primera vez en tu aspecto; Un cuerpo frágil y tímido y pequeño como el de un animal perdido y asustado, ropa oscura, traje chaqueta un bolso de tamaño mediano de una marca que no conocía, uñas cortas, arregladas y pintadas de un gris oscuro casi casi negro. El pelo corto y oscuro con el flequillo largo casi tapándote los ojos pero que no lograba ocultar un brillo incandescente y salvaje. Una mirada tan indómita como la que esconden las Leonas al cuidado de sus cachorros. Parecía desentonar en esa carita delicada.
-Ya- dijiste sin pestañear.
Pasado unos minutos, y tras comprobar que el teléfono de emergencia del ascensor no funcionaba, decidí controlar la situación. Saque el Mobil, no tenia cobertura, ni batería, te pedí el tuyo tampoco la tenia, combine tarjetas sim, baterías y nada daba resultado.
_No te preocupes, enviare un sms y si en algún momento conseguimos cobertura entonces llegará el mensaje que envio, tenemos que controlar la situación- Te dije mientras tu mirabas hacia ningún lugar.
-Qué película has visto últimamente?- me preguntantes. – Chica, no es momento de hablar de cine, sino de salir de aquí, de controlar la situación.-
Tras varios minutos de estupidos intentos de abrir la puerta, de salir por el techo, de apretar todos los botones, me aflojé la corbata y tu dijiste –yo una de Nagisa Oshima, el imperio de los sentidos- me dijiste sonriendo y mostrando unos perfectísimos dientes blancos. -¿la conoces?- _No, no la conozco- mentí.
Pasados unos minutos de absurda conversación me miraste, desabrochaste más mi corbata, la lanzaste al suelo.
Me besaste como sólo besan las hembras de verdad, bailando dentro de mi boca, saboreando mi saliva, notando el cielo del paladar acariciado por tu lengua. Bajaste, bajaste por mi pecho y mi vientre. Mordiste el botón de los pantalones y con una rapidez increíble me los quitaste y me tiraste al suelo.
Mordiste lo que acababas de sacar de ese lugar, chillé, shhhhhhhh, tranquilo, yo curaré la "herida" quejica. Te dedicaste a lamer, acariciar, arrullar y curar donde antes habías mordido.
Uffff, estaba a punto, muy muy a punto de perder la dureza de mi hombría ahí tirado en el ascensor de un edificio ajeno. Tu lo percibiste y dejaste lo que estabas haciendo, me levantaste y ocupaste mi lugar en el suelo, la espalda totalmente apoyada, tus piernas abiertas y el tesoro que hay un par de palmos al norte de tus rodillas y a una cuarta de tu ombligo se me mostró, gracias al laser la depilación o la cuchilla limpio, terso y sedoso, abierto y ávido de lengua y caricias. Evidentemente no me pude resistir.
Mi cabeza no tenía sangre ni neuronas para pensar cuando y como diablos te habías quitado el traje el sujetador y las braguitas. Tan sólo pude hacer lo que se esperaba de mí. Intentar darte placer. Tu, tan sólo gemías y apretabas mi cabeza contra tus muslos. Mis orejas estaban en el mejor lugar que pueden estar, entre dos piernas tersas y apretadas contra ellas. Fuera el mundo seguiría en lucha y tal vez alguna lejana galaxia estaba muriendo o naciendo. Algún sol alumbrando las nuevas mañanas en mundos desconocidos. Pero allí adentro tan sólo había una hembra y yo, un ascensor parado y dos corazones latiendo a toda velocidad.
Explotaste en mi boca inundando mis papilas gustativas de tu sabor. Gemías como una gata en celo, y de vez en cuando ronroneabas como una peligrosa tigresa. Seguías siendo pequeña, pero ya no tan frágil. Sonreíste al ver mi virilidad dura y vigorosa, enhiesta. Se te veía maliciosa y pizpireta. Te cogiste a ese lugar simulando que lo empleabas de apoyo para levantarte.
Apoyaste tus manos en el espejo del ascensor, me diste la espalda y arqueándola me ofreciste tus dos entradas. Entré en ellas y tú te dedicabas a contemplar tu cara de placer y vicio, de satisfacción y deseo, de mujer reflejada en el espejo. Yo me dedicaba a entrar y salir dentro de ti tan rápido y fuerte como podía. coger el final de tus piernas y acariciar sin arañar tu espalda.
Al final siempre llega el final, y justo en ese instante me hiciste salir de ti, te agachaste de rodillas bajo mi cuerpo y cogiste esa parte de mi con tus manos, hiciste un movimiento que tantas y tantas veces yo había hecho desde mi adolescencia, dando inmediatamente el resultado esperado. El mundo se paró una centésima de segundo, las aves migratorias pararon su vuelo, y los planetas y todo lo que pasara fuera de ese pequeño habitáculo dejo de tener sentido para mi. Me quede un instante como el gato de schrödinger. Entre la vida y la muerte. Gotas blancas, muchas gotas blancas parecían congeladas en el aire. Tú rauda y vivaracha recogiste casi toda la cosecha en tu lengua y tu boca.
El resto acabo en tu cara y en el suelo. Te vestiste tan rápida y misteriosamente como te habías desnudado. Dejaste un precioso coulotte negro de encaje y con un minúsculo lacito gris marengo en mis manos, diciendo; -aguanta- Abriste el bolso, sacaste una llave chiquita que metiste en la cerradura que hay junto a los botones del ascensor. La giraste mientras mirabas mis ojos sin pestañear y el ascensor empezó a bajar al parking.
Me empecé a vestir tan rápidamente como pude, el ascensor llego al estacionamiento mientras tu seguías riéndote, graciosa y eterna, se abrieron las dos puertas y allí estaba yo a medio vestir, coñando con que volviera a parar el ascensor, y con tu coulotte en las manos. Me miraste, besaste mi nariz y te despediste diciendo. – Y ahora chico guapo, sigue controlando la situación.-
Hay que ver lo que me pierdo por vivir en un adosadillo y estar en el paro.
ResponderEliminarUn abrazo.
I què millor cosa es pot fer quan un ascensor es para? Res, segur.
ResponderEliminarUn bes,
M.
Yo desde ya me mudo a un décimo con ascensor....
ResponderEliminarMuy excitante....pero esas cosas pasan?
Besos chico guapo que lo controla todo.
Jolines que suerte tienes
ResponderEliminaryo me quede una vez en el ascensor y me toco con un vecino que es el doble de Torrente.
Que injusta es la vida
Un besazo
Buen relato, muy pero que muy caliente, qué pena que mi ascensor sea panorámico, y qué el único interesante viva en el primero, ja,ja,ja.
ResponderEliminarDejando de controlar, se llega más alto!
Un beso.
Ay, Carlitos Carlitos, que cosas pasan a veces en los ascensores.....
ResponderEliminarUn abrazo Lola
Cómo os gusta creer que controlais la situación (jeje)
ResponderEliminarCasi siempre hay silencios incómodos en los ascensores, yo en lo personal, les tengo pánico, pero daría mil cosas por vivir una experiencia como esa.
ResponderEliminarmydirtybussiness.blogspot.com
Excelente relato. Opino lo mismo que casi todos: "que pena que viva en una planta baja" ;)
ResponderEliminarMuy bueno el final jejeje...
Besitos chico wpo y "controlador"
Le voy a pedir la llave del ascensor a la conserje para cuando se monte conmigo mi vecino del cuatro ufff jajajaja...!!!
ResponderEliminarbesitos...!!!
La proxima vez que me suba a un ascensor me acordaré de este relato...
ResponderEliminarBon inici de tardor!
Petons
Es un cuento magnífico. Con esa sorpresa final y feliz.
ResponderEliminarUn abrazo
Estoy pensando seriamente en cambiar de trabajo...¡¡no tenemos ascensor¡¡ que injusta es la vida :-(
ResponderEliminarpetons.