Sucede que a veces estás triste. Tampoco es que sea necesario un motivo o un porque, sin más y sin menos te sientes abatido y desconsolado, sin ganas de nada más que tomar la moto y recorrer todas las curvas del mundo, pensando… un poco en todo un poco en nada. Dejar que tu mente esté tan sólo pendiente de las curvas, pendiente de nada, del mundo que gira como siempre, del mar que golpea las rocas como siempre.
Sucede que a veces llueve sobre mojado, y no es que pase nada las cosas son como son, pero esa lluvia te cae como una jarra de agua fría que te cala hasta los huesos. Y sabes de sobra que por mucho que te seques los chorretones dejados por esa inundación helada y gris no podrás sacudirte del todo las magulladuras y el abatimiento que te ha calado. Es como si en la mochila que todos cargamos se hubiera colado por la puerta de atrás sin pedir permiso ni perdón una piedrecita, una más… de esas que nunca podrás sacar ni dejar en ningún lugar del camino.
Sucede que a veces no puedes disfrutar de tus pecados, ni te acuerdas de tus virtudes ni tus éxitos, tan sólo de los fracasos, de los ojalas nunca germinados. Simple y llanamente te encuentras triste, algo te quema en el pecho, el mundo se derrumba. A pesar de la certeza de que la tristeza es tan efímera y mortal como la alegría nada calma el desaliento de tus sueños.
Y si es verdad, todo pasa y todo llega. Pero no voy a justificarme. Ni es mi estilo ni tengo porque hacerlo. Hoy no estoy ufano, ni contento ni alegre. Hoy estoy triste. ¿Y qué más da? En realidad nada, la tristeza forma parte de la vida, como la alegría el desconsuelo, la esperanza, el miedo, la risa y las mandarinas.
Para el teólogo estadounidense Reinhold Niebuhr sería muy fácil, -o no, yo que se, y que me importan las vicisitudes de este hombre- escribir y argumentar “Serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que puedo y sabiduría para poder diferenciarlas” Se que todo se ha de aceptar y que muchos de los giros de la rueca no podemos cambiarlos, pero en ningún lugar se prohíbe estar de mala leche, triste, huraño y consternado.
Muy pronto tendré ganas de abrir las ventanas y el aire fresco me quitará este regusto a Lunes por la mañana temprano. Pero hoy no tengo ganas de abrirlas, tengo ganas de tomarme el gin-tonic en el que naufragan mis sueños, de lamerme las heridas que tengo, y las que no, de tomarme un par de cervezas de más.
Voy a por las cervezas, y mañana o pasado ya abriré las ventanas….
Sucede que a veces llueve sobre mojado, y no es que pase nada las cosas son como son, pero esa lluvia te cae como una jarra de agua fría que te cala hasta los huesos. Y sabes de sobra que por mucho que te seques los chorretones dejados por esa inundación helada y gris no podrás sacudirte del todo las magulladuras y el abatimiento que te ha calado. Es como si en la mochila que todos cargamos se hubiera colado por la puerta de atrás sin pedir permiso ni perdón una piedrecita, una más… de esas que nunca podrás sacar ni dejar en ningún lugar del camino.
Sucede que a veces no puedes disfrutar de tus pecados, ni te acuerdas de tus virtudes ni tus éxitos, tan sólo de los fracasos, de los ojalas nunca germinados. Simple y llanamente te encuentras triste, algo te quema en el pecho, el mundo se derrumba. A pesar de la certeza de que la tristeza es tan efímera y mortal como la alegría nada calma el desaliento de tus sueños.
Y si es verdad, todo pasa y todo llega. Pero no voy a justificarme. Ni es mi estilo ni tengo porque hacerlo. Hoy no estoy ufano, ni contento ni alegre. Hoy estoy triste. ¿Y qué más da? En realidad nada, la tristeza forma parte de la vida, como la alegría el desconsuelo, la esperanza, el miedo, la risa y las mandarinas.
Para el teólogo estadounidense Reinhold Niebuhr sería muy fácil, -o no, yo que se, y que me importan las vicisitudes de este hombre- escribir y argumentar “Serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que puedo y sabiduría para poder diferenciarlas” Se que todo se ha de aceptar y que muchos de los giros de la rueca no podemos cambiarlos, pero en ningún lugar se prohíbe estar de mala leche, triste, huraño y consternado.
Muy pronto tendré ganas de abrir las ventanas y el aire fresco me quitará este regusto a Lunes por la mañana temprano. Pero hoy no tengo ganas de abrirlas, tengo ganas de tomarme el gin-tonic en el que naufragan mis sueños, de lamerme las heridas que tengo, y las que no, de tomarme un par de cervezas de más.
Voy a por las cervezas, y mañana o pasado ya abriré las ventanas….
No comprendo porqué muchas veces se debe tener un motivo para estar triste. Odio que pregunten eso. Lo estás y punto. ¿Qué importa? ¿Y qué importa todo lo demás cuando estás triste? Nada. Ya abrirás las ventanas cuando quieras que el sol entre, nadie debería forzarnos a abrir ventanas, por muchas puertas que estén cerradas. Eso sí, seguro que cuando abras las ventanas, el sol estará más reluciente que nunca, o al menos, no te habrá parecido tan brillante hasta entonces.
ResponderEliminar¡Un saludo!
Gracias Phoebe, tienes razón cuando abra las ventanas el sol brillará más.... Un saludo
ResponderEliminarQue maravilla de blog, tengo tres comoentarios que hacerte, pero en estos momentos prefiero leerte...
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